viernes, 10 de diciembre de 2010

Capítulo 15. Héroe.

Cierro los ojos esperando el final. Y de repente oigo un golpe sordo, un grito y las manos que instantes antes me encarcelaban ya no están. Miro hacia el suelo y me encuentro a mi agresor sujetándose la nariz con Christian a su lado. Le acaba de dar un puñetazo.
-Vámonos de aquí-me susurra.
-Espera.-Recojo la llave del suelo y entro en mi habitación para recoger la mochila con todas mis pertenencias.
Salimos de prisa hacia su hotel sin mirar atrás, al hombre que ahora grita.
-¡Zorra! ¡Te vas a enterar! Ya verás cuando no esté tu amiguito...
Cierro los ojos temblando y acelero el paso.
Diez minutos después estoy sentada en la habitación de Christian agarrando desesperadamente la mochila.
-¿Quieres darte una ducha?-me pregunta. Asiento y me dirijo al baño con la mochila.-Tienes una toalla al lado.
Cierro la puerta y me empiezo a desvestir. Dejo que el agua resbale por mi espalda y borre todos los miedos y las emociones que he sufrido hoy. Demasiado.
Cuando salgo del baño vestida con tan solo una camiseta blanca que apenas me cubre y ropa interior negra él me mira y mi corazón empieza a latir con fuerza.
-Yo puedo dormir en el suelo con una sábana y así tú...-comienzo a decir señalando el suelo al lado de la televisión.
-No digas tonterías- me interrumpe.-Cabemos perfectamente los dos en la cama, no es lo que se dice pequeña.
Se empieza a meter en la cama mientras yo me quedo fuera indecisa. Se gira hacia mí con esa sonrisa burlona que tanto me gusta.
-No me irás a decir que nunca has dormido con un hombre, ¿verdad?
-Claro que sí- miento y me meto en la cama.
Estamos los dos tumbados, el uno junto al otro.
-Christian...-susurro.
-¿Qué?-susurra él a su vez acercándose.
-Gracias. Por salvarme, digo.
-No hay de qué.- me contesta. Y después de un rato en silencio, añade- ¿sabes cuál es la parte buena?
-¿Cuál?
-Que además del puñetazo le robé la cartera.
Suelto una carcajada. Nunca va a cambiar.
Y entonces soy consciente de que le tengo muy cerca, a menos de seis centímetros. Se hace un profundo silencio entre nosotros que él llena acercándose a mí, rellenando el hueco que nos separaba y besándome. Su boca se mueve suave, lenta y a la vez firme contra la mía. Su mano empieza a pasearse por mi pierna hasta rodearme la cintura. El corazón me empieza a latir con más fuerza de la que jamás le creí capaz. Después de tan mal día me basta ese beso para sanar todas mis heridas.
Cuando nos separamos estamos respirando con rapidez, todavía muy cerca el uno del otro. Y así, abrazados, nos quedamos dormidos.

Capítulo 14. Al borde del abismo.

Esos ojos...¿Cómo he podido estar tan ciega? Debería haberlo sabido en cuanto le vi por primera vez.
-¿Papá?-pregunto con incredulidad. Él al final se da por vencido y asiente suspirando. Toda fuerza me abandona dejándome en una oscuridad cada vez más asfixiante. Me voy a desmayar. No me da tiempo a avisarlo y de repente todo se vuelve negro y ya no oigo a Christian, ni a mi padre, ni a los coches. Solo...oscuridad.

Recobro la consciencia una hora después oyendo voces.
-Sigo creyendo que deberíamos haberla llevado a un hospital, ya ha pasado una hora-dice una voz preocupada.
-Y yo te sigo diciendo que está perfectamente. Hace días que no come nada mínimamente sano y ha sufrido muchas emociones ultimamente. Esto ha podido con ella-ese es Christian. Reconocería su voz en cualquier parte.
Un olor dulzón hace que abra los ojos. Encima de mi se encuentran Christian y mi padre con un pañuelo mojado apoyándolo en mi nariz. Le pego un manotazo y me incorporo. Estoy tumbada en una cama de una habitación que no es ni de Christian ni mía.
-¿Qué narices hago aquí?- pregunto con brusquedad.
-Estás en mi casa-contesta mi padre.
Me levanto de la cama para salir por la puerta pero Christian me detiene agarrándome del brazo.
-Creo que deberías escuchar lo que te tiene que decir- me aconseja después de cruzar una mirada cómplice con mi padre. ¿Esque ahora conspiran contra mí? ¿De qué habrán hablado mientras yo estaba inconsciente? Desde luego no tengo ningunas ganas de escucharle, no me puede decir nada que justifique lo que hizo. Sin embargo decido quedarme por consejo de Christian.
-Te doy una oportunidad, una sola, para excusarte por abandonarnos- le digo con dureza enseñándole el dedo índice.
-Estoy enfermo.
Me siento en una silla. Christian se agacha junto a mí.
-¿Vas a volverte a desmayar?
Niego con la cabeza y me dirijo hacia mi padre:
-¿A qué te refieres con enfermo? A algo como la gripe o algo más grave.
-Me refiero a cáncer.
Cierro los ojos intentando asimilarlo todo.
-¿Cuánto tiempo llevas enfermo?
-12 años. Por eso creo que deberías escuchar toda la historia.
-Empieza, entonces.
-Me casé con tu madre hace 20 años. Esa historia ya la conoces. Un año después vino Max al mundo. Era tan bonito, tan tranquilo...creí que estaba en la plenitud de la felicidad, y entonces llegaste tú, con esa fuerza que te caracteriza, llorando a pleno pulmón. Entonces sí que fui feliz. Los años pasaron y cada día era mejor que el anterior. Pero entonces llegó el desastre. Cuando tú tenías 5 años y Max 7,  mi médico me diagnosticó cáncer de hígado. Era intratable, no se podía hacer nada. Me dió un año o dos como mucho. Yo no podía dejar que me vierais enfermo, que me vierais morir, asique lo organicé todo con tu madre para venirme a vivir a Santa Mónica. Ella no quería dejarme ir pero yo la prometí volver un par de veces al mes y ella me enseñaría fotos vuestras y así podría veros crecer de alguna forma. En una de esas reuniones tú nos viste. ¿Lo recuerdas?
Y entonces lo recuerdo. El hombre del motel, era él. Mi madre no engañaba a su marido. Nunca lo hizo. No quería que lo dijese en casa porque Max no lo aguantaría.
-Entonces, mamá...¿no le engañaba?
Él suelta una gran carcajada.
-¿De verdad creiste eso?
-Estaba en un motel de noche con un hombre, ¿qué querías que pensara? ¿El capullo lo sabe?
-¿El capullo? - pregunta confundido
-Sí, su marido. Es insoportable. Se creía mi padre.
-Sí, sí lo sabía. Era bastante comprensivo, la verdad. Quizás intentaba ser tu padre, ayudarte.
-No necesitaba otro padre- refunfuño.-¿Creiste mejor alternativa huir?-continuo.
-Era menor el dolor por el abandono que el dolor por la muerte. Estaríais tan enfadados conmigo que no os importaría tanto.
-¿Y por qué Santa Mónica?
-A lo mejor no lo recuerdas pero hace muchos años vinimos todos juntos aquí. Lo recuerdo como uno de los mejores días de mi vida. Tenías una mirada soñadora y risueña. Me sonreías y el mundo entero parecía brillar.
-Sí. Lo recuerdo. Es uno de los pocos recuerdos que tengo tuyos.
-¿Y por qué elegiste tú Santa Mónica cuando huiste de casa?
Asique mamá se lo ha contado. Me encojo de hombros.
-No lo sé. Quizás el subconsciente influyó. O fue el destino.
Christian ha estado toda la conversación sentado en el sofá escuchando con la mirada perdida.
-¿Sabe mamá que estoy aquí? Aunque dudo que le importe.
-Sí que lo sabe, y le importa.
-No es cierto. Solo le importan las murmuraciones de los vecinos- vuelve mi voz llena de rencor.
-Tu madre solo quiere que seais felices. Se casó para daros un padre y no quería que los vecinos hablasen para que vosotros pudieseis llevar una vida tranquila. Dijo que estabas en Francia por Max. No quería que le hiciesen preguntas, que circulasen rumores.
-Deberías verle. Explicarselo todo, no puedes dejar las cosas así. Él es un gran chico.
-Lo sé.
Y entonces me levanto de la silla y le abrazo. Un abrazo cargado de perdón, de arrepentimiento. Y entonces le hago la pregunta que me lleva reconcomiendo desde que me dijo lo del cáncer:
-¿Cuánto tiempo te queda?
-Un par de meses- suspira.
Y pegada a su hombro las lágrimas empiezan de nuevo. ¿Esque nada va bien ya? Menuda mierda de vida. Encuentro a mi padre para volverlo a perder.
Él me aparta con suavidad de su hombro para observarme mejor.
-Mírate. Estás hecha toda una mujer. En las fotos eres preciosa, pero nada comparado con la realidad.- Yo sonrío un poco más tranquila.- 17 años ya...como pasa el tiempo...-murmura pasándose una mano por el oscuro cabello.
Nos quedamos en silencio hasta que Christian habla:
-Bianca, son las diez.
-¿Dónde te hospedas?- Me pregunta mi padre.
-En un motel no muy lejos.
Abre los ojos asustado.
-Ese no es un buen lugar. ¿No podrías buscar un hotel más decente?
-Podría vivir...¿aquí? ¿Contigo?- le pregunto con timidez.
-Bianca, me encantaría, de verdad, pero no quiero que me veas morir. Ni siquiera deberías conocer mi enfermedad.
-Pero yo quiero estar a tu lado, no quiero que mueras solo.
-No podrías soportarlo.
-Es más fuerte de lo que usted cree- interviene Christian.
Después de meditar unos minutos, mi padre acepta.
-Está bien. No puedo dejar que sigas viviendo en un motel.
Le abrazo contenta.
-Mañana vendré con mis cosas. Hoy ya es tarde, deberíamos irnos ya.

Cuando nos despedimos inicio el camino al motel con Christian a mi lado.
-Gracias- le digo.- Por lo de antes, me refiero. Por decirle a mi padre que soy fuerte.
Él asiente y sigue con la cabeza gacha.
-¿En qué piensas?-pregunto. Él por fin me mira y responde:
-En mi padre. Creo que voy a ir a cenar con él este domingo.
-¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
-Quiero cabrearle y además hacerle ver que estoy bien sin él.
No puedo decirle nada, al fin y al cabo yo soy una experta en venganzas. Pero eso es propio de mí, mis emociones me pueden, sin embargo resulta extraño en Christian, siempre tan tranquilo y mesurado.
-¿En qué habías pensado?
-Necesito tu ayuda.
Eso me extraña aún más. ¿Pretende robarle la cartera?
-¿Podrías hacerte pasar por mi novia?
Y yo que creía que no podía sorprenderme más.
-¿Qué hay de tus múltiples novias? te resultaría más fácil con alguna de ellas, ¿no?-le sugiero recordando todas las chicas con las que le he visto desde que le conozco.
-No lo creo. Seguramente más de una se me tiraría al cuello por pasar la noche con ella y no volverla a llamar.
No puedo evitar soltar una carcajada.
-Te ayudaré. ¿Qué tengo que hacer?
-Improvisar. Hacer todo lo que les cabrearía a tus padres.
-Eso es fácil. Llevo 12 años practicando.
Cuando llegamos al motel me despido de Christian y me dirijo a mi habitación con la llave en la mano. Estoy en la puerta y de la nada surge un tipo grande lleno de tatuajes y con una coleta castaña sucia que le llega por los hombros.
-Hola, reina- me saluda acercándose-¿ya te vas a dormir?
Le tengo muy cerca y puedo oler su asqueroso aliento que apesta a alcohol.
-Piérdete- le escupo. Intento aparentar una seguridad que no siento en absoluto. Tengo la mano temblando y no consigo abrir la puerta. Mierda. Ábrete.
De repente una mano sucia me toca la espalda desnuda y se empieza a meter bajo mi camiseta. Suelto la llave y le meto un manotazo.
-No me toques- murmuro entre dientes. Él se empieza a reir espasmódicamente con una risa que me recuerda a un burro.
Me agarra del brazo y se acerca peligrosamente a mí. Le suelto una patada en la espinilla que le hace chillar de dolor. Cuando me vuelve a mirar ya no hay rastro de burla en su cara, solo odio. Le he cabreado de verdad. Me agarra más fuerte del brazo produciéndome un agudo dolor y me coloca contra la barandilla, al borde. Me va a matar. Adiós Christian, adiós papá, adiós Max, adiós mamá...

Capítulo 13. Otra historia.

Golpes en la puerta. No pienso abrir. Siguen los golpes y yo sin dar señal de vida. A la quinta vez que se repiten pego un grito:
-¡Lárgate!
Ya no hay golpes, solo un ruidito irritante. De repente aparece Christian en la habitación. Ha forzado la cerradura. Yo escondo la cabeza entre los brazos para que no vea las lágrimas que surcan mi rostro desde hace días.
-¡Vete!-intento decir con voz temblorosa.
-¿Qué sucede?-ya no hay rastro de burla en su voz. Debe de ser de las pocas veces que le he oido hablar seriamente.
-No sucede nada.-le digo incorporándome y empujándole sin mucho entusiasmo mientras sigo tapándome la cara. Él me coje con dulzura quitándome las manos del rostro suavemente. Yo aparto la cara intentando taparme sin mucho éxito. Y en un acto del todo insospechado, me abraza. Es el mayor contacto físico que hemos tenido en un mes.
No puedo aguantar más las lágrimas y me echo a llorar aplastando la cabeza en su hombro. Es tan grande la desesperación...él, lejos de hacerme hablar, deja que me desahogue en su hombro aún sabiendo que le estoy echando a perder la camiseta blanca que lleva.
Unos minutos después que me parecen una eternidad, me despego, más calmada, de su hombro.
-¿Estás bien?- se interesa. Le miro a los ojos y veo que es de verdad, que realmente le preocupa, no es solo una pose para desquitarse de mí.-Hacía mucho que no te veía y el recepcionista me contó que hacía días que no salías de tu habitación.
-No me fue muy bien en mi vuelta a la antigua vida-sonrío amargamente. Muy bien no, me fue fatal.
-¿Quieres hablar?-pregunta sentándose en la cama y señalándome un sitio a su lado.
Como ya dije, a veces es más fácil desahogarse con un desconocido.
Le cuento todo: la fiesta, la reacción de Amy al verme, el enfado de mi madre, la escena del bar, mi novio y mi amiga... No omito ningún detalle excepto el hecho de que mientras besaba a Tony pensaba en él. No creo necesario que lo sepa. Cuando acabo mi relato empiezan sus preguntas.
-¿Estás dolida con Tony o solo con Amy?
Es cierto. Siempre mi decepción fue por Amy.
-Supongo que sabía lo que podía esperarme de él, sin embargo Amy...la creía tan diferente...es increíble lo poco que puedes llegar a conocer a una persona después de tantos años junto a ella.
Él asiente callado. Y al fin habla:
-Creo que deberías tomar el aire, aclarar tus ideas y...comer algo que no sea pura basura-añade señalando las hamburguesas rancias de las me he alimentado estos últimos días.
Christian sale de la habitación para que me pueda arreglar debidamente. Me doy una ducha para borrar todo rastro de tristeza y me visto como siempre: vaqueros pitillo ajustados, una camiseta que deja al descubierto mi tersa tripa y unas botas militares medio rotas negras con los cordones desatados.
Nos vamos a un Starbucks y me invita a un café y a un bollo. Mientras paseamos me acuerdo de algo.
-Todavía no me has contado tu historia.
Noto como sus hombros se ponen en tensión y su mirada se mantiene alerta.
-No, no lo he hecho.
No insisto. Seguimos andando y cuando ya creo que nunca lo hará, empieza a hablar:
-No es fácil. Mi familia no era perfecta. Ni de lejos.- Su boca se tuerce en una sonrisa amarga.- Mi padre era alcohólico. Tenía un serio problema, pero nunca lo quiso admitir. Mi madre no quiso saber nada de él y se divorciaron. No tengo ni idea de como sucedió pero mi padre consiguió mi custodia.
-¿Te pegaba?
Al fin me mira. Le noto tan lejos, en otra época. Se pierde en sus recuerdos.
-No, nunca lo hizo. Pero a veces la profunda ignorancia es peor que la violencia. No le importaba nada de lo que hacía. Nunca estaba sobrio el tiempo suficiente para poder estar orgulloso de mí. A los 13 años empecé a ir con un grupo de chicos que no era muy buena gente. Me enseñaron a forzar cerraduras, a robar coches, carteras y tiendas. Lo que mejor se me daba era el carterismo. Me enseñaron lugares donde poder venderlos y sacar algo de dinero. Empecé a robar carteras solo por diversión pero luego se convirtió en una necesidad: quería ahorrar para irme a vivir lejos de mi padre. A los 15 años tuve el dinero suficiente para emanciparme. Al principio vivía en un pequeño apartamento cutre encima de una bolera cochambrosa. Era un mal barrio y tuve que aprender a defenderme, pues no fueron pocas las noches en las que llegué casi muerto a la cama.
Mi padre no se molestó en contactar conmigo, debía de estar tan borracho que ni siquiera era capaz de sostener una pluma el tiempo suficiente para escribirme. Pero hace 3 meses recibí una carta suya en el hotel diciéndome que quería verme, que había vuelto a encontrar el amor y que quería que yo compartiese su felicidad. No le contesté.
-¿Y tu madre? ¿Qué es de ella?
- Después del juicio por el divorcio no volví a saber de ella. No quería nada que la recordase su antigua vida. Según he oído sigue sola y trabaja en unas bonitas oficinas de no recuerdo qué banco.
-¿Por qué no quedas con tu padre? A lo mejor es cierto eso de que ha cambiado.
-Lo dudo.- Otra vez esa sonrisa amarga. Prefería la burlona.
Me mira de reojo y musita un "aunque me lo pensaré" dudoso.
Y entonces vuelvo a ver al hombre que me volcó la cena de hace una semana. Y esos ojos tan familiares... Tengo que seguirle.
-Vamos- ordeno agarrando a un confundido Christian del brazo.
-¿Adonde...?
-Shhhh...- le chisto interrumpiéndole.- ¿Ves a ese hombre de ahí?- le señalo al hombre al que me propongo seguir.- Me es demasiado familiar y necesito saber quién es.
Le seguimos un trecho hasta que no aguanto más. Ya avisé de que soy demasiado impulsiva.
-¡Espere!-le grito. Él se da por aludido y se da la vuelta. Veo una mirada asustada en sus ojos y le agarro antes de que pueda salir corriendo. Christian me sigue detrás irritado.
-Bianca, ¿se puede saber qué estás haciendo?
Le ignoro y me fijo en el hombre al que sujeto. Es alto, moreno, con algunas canas. Debe de tener unos 50 años pero sigue siendo bastante apuesto, elegante, con ese aire de los años 80 que le hace más interesante. Su nariz aguileña tiene mucha personalidad y su boca forma una expresión sorprendida. Tiene las cejas oscuras pobladas y debajo de ellas se encuentran unos preciosos ojos verdes que...No. No puede ser. Es imposible. No puede ser él...

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Capítulo 12. Traición.

Decido quedarme un par de días más por aquí antes de volver a Santa Mónica. Después de la interrupción de mi madre no pude despedirme de mis amigos.
Tony, Mark y Amy van a ir de copas a un bar que ya conozco y quiero darles una sorpresa presentándome allí de improviso. Sonrío al pensar en la alegría que se van a llevar.
En la puerta del bar me paro a localizarles y veo a Tony y a Amy en la barra con las cabezas muy pegadas. ¿Qué hacen? Me fijo un poco más. Él niega con la cabeza mientras ella le susurra un incitante "vamos...". ¿Adónde quiere Amy ir? Seguro que le está convenciendo para hacer una apuesta o algo por el estilo. Sigo acercándome a ellos sonriente mientras él sigue negando dándole vueltas a su copa con una pajita. "Estoy con Bianca" le dice. Eso me hace detenerme confundida. ¿Qué tiene eso que ver con una apuesta? "Pero ella no está aquí" le sonríe ella. Veo la duda en los ojos de Tony. Amy también la ve y aprovecha ese momento de indecisión para acercarse a él y besarle, primero suavemente y luego con furia. Cuando paran para respirar él le susurra: "vamos al baño?" y ella asiente satisfecha.
Anonadada me dirijo al asiento que han dejado libre y pido un Vodka con limón. Me lo bebo de un trago intentando suavizar el palo que me acabo de llevar y pido otro. ¿Desde cuándo mi mejor amiga intenta robarme el novio? No lo puedo creer. Me siento tan decepcionada...la creía mi amiga, casi mi hermana, mi confidente, mi apoyo incondicional, mi pilar al que agarrarme en caso de duda. Nunca pensé que sería capaz de algo así. Y Tony, que hace dos días me besaba como si no hubiera mañana ahora está encerrado en un cubículo haciendo lo propio con mi mejor amiga. Me siento tan traicionada  y engañada...
15 minutos después salen del baño arreglándose el pelo. Pago la cuenta y me cruzo en su camino con una mirada insondable.
-¿Os lo habéis pasado bien?
Su cara es la misma que la de mi madre la noche que la vi en aquel motel.
-¡Bianca! - exclama pálido Tony.
Sin embargo Amy se limita a contemplarme sin un ápice de culpabilidad en las facciones.
-Lo siento mucho, Bianca. No quería...
-¿No querías qué, Tony? -le interrumpo.- ¿Tirarte a mi mejor amiga o salir conmigo?
-Sólo... Lo siento-se disculpa derrotado agachando la cabeza.
-Demasiado tarde.
-¿Qué me vas a reprochar?- interviene Amy.- ¿Consolarle cuando tú le abandonaste?
-Esto no fue por mi huida, esto comenzó mucho antes y lo sabes. Comenzó exactamente en el momento en el que decidí ir a por él. Tú no podías aguantar que fuese mío, te corroía la envidia.
Suelta una carcajada amarga.
-Bianca la perfecta, la bellísima. No te dabas cuenta de que atraías a todos con esa mirada tuya. Nunca pude compararme a tí.
- Eras mi mejor amiga no tenías que compararte a mí.
-Estaba en segundo plano, yo quería ser la protagonista. Pero tú siempre estabas en medio.
-Confiaba en tí.
-Hiciste mal.
No puedo aguantar mirarla a la cara ni un segundo más. Me doy la vuelta y salgo corriendo por la puerta mientras las lágrimas resbalan por mi rostro. Un millón de imágenes junto a ellos pasan a toda velocidad ante mis ojos. El baile de fin de curso dirigiéndose miradas complices, los viernes en el parque riéndose juntos, viendo películas con Amy encima de su hombro... ¿Cómo pude estar tan ciega? Todos esos gestos entre ellos. Pensé que solo eran amigos pero ahora veo que ella siempre quiso algo más.
En mi precipitada huida hacia la parada del bus me topo con una maraña de rastas morenas y piel del color del chocolate. Mark.
-¡Bianca!- exclama con excesiva alegría y las pupilas dilatadas. Genial, está drogado.- ¡Ya te vas?- Entonces frunce el ceño mirándome con más atención.- ¿Por qué lloras?
-Acabo de ver a Amy y a Tony en el baño.- sollozo. Él me mira confundido y a la vez empezando a comprender.
-¿No estabas tú con Tony?
-Creo que ya no.- Y rompo a llorar de nuevo. Mark me abraza con fuerza. Él sí que es un amigo.
-Yo me encargo de romperle la cara.
Eso consigue hacerme sonreir.
-No te molestes.- le digo dirigiéndome al coche.- Oye, Mark...
-¿Sí?
-Gracias, de verdad.
Y me alejo en el bus que llega en ese mismo momento sin dirigir ni una mirada atrás.

martes, 7 de diciembre de 2010

Capítulo 11. The last revenge.

Hace dos días volví por última vez a mi antiguo hogar. Había decidido hacerle una visita a mi madre a mi modo. Les mandé un mensaje a Tony, a Amy y a Mark y les dije que volvía a casa y organizaba una fiesta en mi casa, ellos se ocuparían de organizarlo todo. Como cada jueves, mi madre y el capullo estarían cenando por ahí asíque no tenía que preocuparme.
Como ya suponía cuando llego a la casa hay un montón de gente fumando cannabis y bebiendo algo que no parece precisamente Coca Cola. Saludo a la gente que conozco y empiezo a buscar a Tony y a Amy. Un rato después les vislumbro entre la multitud a unos cuantos pasos.
-¡Bianca! - me abraza Tony.
-Vaya, has vuelto!- exclama Amy con algo parecido a alegría fingida. "No debería pensar eso, es mi amiga, seguro que se alegra de verme" me convenzo a la vez que la abrazo. Me devuelve el abrazo sin mucho entusiasmo. ¿Esque ya ha encontrado a alguien que me reemplace? Me fijo más en ella. Lleva el pelo rubio teñido aún más corto que antes, por las orejas, y un nuevo piercing le cuelga por encima de su ojo castaño derecho al lado de un arito que se hizo conmigo hace dos años.
-¿Qué tal ha ido todo?- me intereso.
-Te he echado tanto de menos...- me susurra Tony mientras me besa. Sin embargo, teniendo sus labios unidos a los míos en la única persona en la que puedo pensar es en Christian, y en vez de sus ojos castaños, los ojos azules de Christian me dan vueltas en la mente.¿Qué estará haciendo ahora? Seguro que estará con alguna chica, con otro ligue de un día...
¿Pero qué me pasa? Debería estar feliz de reencontrarme con Tony. Por el rabillo del ojo veo a una pareja que sube al piso de arriba.
La música va subiendo cada vez más de volumen mientras yo arrastro al sofá conmigo a Tony. No me extrañaría que algún vecino llamase a la policía a juzgar por el ruido que hay. ¿Qué más me da? Yo ya no vivo aquí.
-No contestaste a mis llamadas-le reprocho elevando la voz para hacerme oir por encima de la música.
-Estabas en Francia y ya sabes que ando mal de pasta, no podía permitirme una llamada al extranjero.
-¿No te dijo Amy que no estaba en Francia? Estaba en Santa Mónica, me escapé de casa.
-No, Amy me dijo que estabas en Francia-contesta confundido.
¿Por qué Amy no le contó la verdad? No me da tiempo a pensar en nada más porque Tony me besa aplastándome contra el sofá. Llevo un vestido muy corto de lentejuelas negro con unos tirantes finísimos que se aprieta contra mi cuerpo dejando ver la forma de mis curvas. Al que se suman unas botas negras que me llegan a la mitad de los muslos con unos tacones que me hacen las piernas aún más largas de lo que ya son.
Tony empieza a pasar la mano por la parte de mi pierna que queda al descubierto. De repente la música se corta y una voz mandona empieza a echar a todo el mundo de la casa. Tony se levanta pensando que es la policía y echa a correr. No ha cambiado nada. Poco a poco la gente va abandonando la casa y el jardín y me quedo a solas con los culpables del fin de la fiesta: mi madre y el capullo. Me siento con desparpajo en el sofá imaginándome la sorpresa y el enfado de mi madre al llegar a casa. Puedo ver perfectamente la escena: Después de una romántica cena en un fino restaurante italiano la enamorada pareja vuelve a casa, quedándose pasmada al ver una fiesta en un jardín. Y mientras sale del coche reza por que no sea su casa. Mala suerte, lo es. Cuanto más se adentra en el jardín más drogas y alcohol ve. La música a tope no la deja escucharse ni a sí misma. Va siguiendo un reguero de algo pegajoso hasta llegar al interior de su casa. Dentro es aún peor. Un chico con rastas se ha instalado en su mueble más caro con un ordenador y se dedica a poner la música cada vez más alta. Y cuando llega al sofá se encuentra a su hija menor, a la que no ve desde hace meses, besando con pasión a un joven lleno de tatuajes, el cual no hace más que sobarle la pierna. Está lívida de rabia. Exactamente igual que ahora. Y lo que la pone más furiosa es el hecho de que estoy sentada en el sofá con aburrimiento y a la vez desafiándola a pegarme y a romper con esa fachada de aparente calma.
-¿Qué has hecho? -tiembla de furia contenida.
-¿Yo? Yo no he hecho nada. - contesto con fingida inocencia.- Yo estoy en Francia con mis tíos, ¿recuerdas?
No sabe qué contestar. Al fin me levanto del sofá y me dirijo a la puerta.  Mientras camino hacia la salida del jardín oigo su grito. Debe de haber encontrado en su habitación a la pareja que subía antes al piso de arriba. Sonrío con malicia. Mi última venganza.

Capítulo 10. Recuerdos.

Estoy en la puerta de mi habitación con la llave en la mano, cuando oigo una puerta abriéndose a mi izquierda. El corazón me empieza a latir con fuerza en el pecho. En un motel de este calibre podría ser cualquiera, desde un asesino o un violador a un vagabundo drogado.
Sin embargo, sólo es una mujer con un vestido mal puesto por las prisas y un despeinado moño. Mira a un lado y a otro para asegurarse de que nadie la ha visto y sale corriendo silenciosamente escaleras abajo. Un hombre se asoma a la puerta por la que acaba de salir la mujer y mira él también si hay algún testigo de lo que acaba de ocurrir en la intimidad de su habitación. Me recuerda una noche de Noviembre de un año atrás...

Estaba en el parque esperando a Mark, y como no apareció decidí coger el coche para ir a buscarle al motel dónde se alojaba. Por esos tiempos no me relacionaba con gente de buen ver y frecuentaba hoteluchos de mala muerte. Cuando estaba cerrando la puerta del coche vi una sombra por el rabillo del ojo. Me giré y me encontré con una silueta familiar que salía por la puerta de una habitación en el segundo piso. Un hombre alto y moreno la acompañaba y la despedía con un suave beso. Cuando la silueta se giró pude verle la cara. Mi madre. Pero ese hombre no solo no era mi padrastro, sino que estaba casi segura de no haberle visto en mi vida, aunque algo en él me resultaba familiar. Agudicé la vista pero con la oscuridad de la noche no me sirvió de nada.
Mi madre miró hacia abajo para asegurarse de que nadie la había visto y me vió. Sus ojos se abrieron de par en par mientras una temblorosa mano ascendía avergonzada hasta su boca. Yo me metí corriendo en el coche para alejarme cuanto antes de allí, olvidando que había venido a buscar a Mark.
Conduje sin rumbo meditando sobre lo que acababa de ver y sus posibles significados. Solo había uno, el más obvio: mi madre era una adúltera... Ella, siempre tan pendiente de lo que dijesen los demás, ¿qué diría si alguien se llegara a enterar? No lo podía creer. ¿Y Max? Qué decepción se llevaría...
Exactamente como esperaba, esa misma noche mi madre me llamó a su habitación para darme un bonito discurso sobre las cosas que no deben salir de casa, que hay secretos que nadie puede saber y que la ignorancia le evitaría a nuestra familia un sufrimiento innecesario. Debió notar que no me estaba convenciendo porque acto seguido compuso su mejor sonrisa y dijo: "este podría ser nuestro secreto de chicas, no?" y me guiñó un ojo con picardía. "Demasiado tarde para intentar ser mi amiga, mamá" pensé. Sin embargo yo también sonreí y contesté: "claro". Mi madre, dándose por satisfecha me mandó a la cama.
Fue la única vez que sentí verdadera lástima por el capullo, que la creía tan enamorada de él. Pobre. Las cosas no son siempre como parecen.

Ya en mi habitación me desvisto y me meto en la cama, cayendo de inmediato en los brazos de Morfeo.
Me despiertan por la mañana unos golpes rítmicos en la puerta. Confusa y medio dormida abro la puerta en pijama y me encuentro a Christian apoyado en el marco de la puerta con actitud pasiva.
Me examina y sonríe burlonamente.
-¿Todavía en pijama?
-¿Qué hora es?
-La una y media de la tarde. La hora perfecta para que me enseñes lo que has aprendido en estos últimos días- dice señalando la calle por la ventana de mi habitación.
-Hoy no me apetece, vuelve mañana- me dirijo a la cama. De repente unos brazos me levantan del suelo y me colocan sobre su hombro. Christian me deja con suavidad en el suelo del baño.
-¿Qué haces?
-Vístete, no tenemos mucho tiempo antes de que se vayan a comer.
-Eres insufrible.
Me dedica una sonrisa especialmente burlona mientras me tapa la salida del baño para que no pueda volver a la cama. Vale, esta vez ha ganado él. Pero es la última vez. Cierro la puerta del baño mientras me ducho. Cuando salgo con una toalla alrededor del cuerpo me lo encuentro sentado en mi cama con mis cascos puestos escuchando la música de mi iPod. Cuando me ve aparecer se quita un casco y me dice con otra de sus sonrisas que parece que se ríe de mí:
-¿Necesitas algo?
Cada vez me irrita más.
-Que salgas de la habitación, si no te importa.- le señalo la puerta.
Él se encoge de hombros todavía con esa sonrisa suya en el rostro y sale con mi música en sus oídos. Llevo una toalla blanca que apenas me cubre y los cabellos totalmente empapados chorreando sobre la alfombra. Primero me ve en pijama y ahora en toalla. "Genial" pienso con ironía. Cuando me visto y salgo de la habitación le veo frunciendo el ceño por algo que suena en mi iPod. Me lo enseña y me pregunta:
-¿Celine Dion? ¿Enserio? No pensé que te fuese este tipo de música.
-¿Por qué no? Tiene una gran voz.
Pone los ojos en blanco.
-Aunque admiro algunos de ellos: Dashboard Confessional, Augustana, The Carpenters, Aerosmith, Boys Like Girls, Green Day... Buena música, sin duda alguna. Y sobretodo, Bon Jovi y Eminem. Dos grandes maestros.
-What do you got if you ain't got love? Whatever you got it just ain't enough. You're walking a road but you're going no where. Trying to find your way home but there's no one there- canturreo para mí. Christian levanta una ceja y dice con sarcasmo:
-Debo de estar ante la ganadora de Factor X...
-Mi hermano adoraba escucharme cantar, decía que tengo la voz dulce de un pajarito delicado.- replico yo con altivez levantando la barbilla y desafiándole a replicar.
Como respuesta suelta una carcajada.
-Tu hermano es todo un poeta. Lord Byron, me atrevería a decir.- replica él burlonamente.
-El sarcasmo, último refugio para los idiotas.
-Lo que es idiota es no utilizarlo. Es la mejor arma contra ellos, diría yo.
-Idiota.
Me enseña todos sus perfectamente colocados dientes en una hermosa sonrisa. Vuelve a colocar el iPod en la mochila donde lo encontró y cierra la puerta.
-Hoy vamos a empezar a robar en el metro. Hay mucha gente y es más difícil que te pillen. La gente está apretada y en continuo contacto físico por lo que no lo notarán si les tocas por error.

En el metro la gente está muy pegada tal como me ha explicado Christian y no me es difícil hacer "desaparecer" un par de carteras a unos pobres hombres despistados. En una de las faenas pensé que me habían pillado cuando un hombre que hablaba por teléfono se giró hacia mí justo mientras yo introducía dos dedos en su bolsillo trasero tratando de agarrar su cartera. Sin embargo, se limitó a sonreirme bobaliconamente y a seguir hablando. Yo suspiré aliviada y le devolví una sonrisa angelical extrayendo su dinero con rapidez.
Nos bajamos en la parada que hay al lado de su hotel y salimos a la calle. Siento la adrenalina pura corriendo por mis venas. Es increíble esa sensación al robar, el saber que en cualquier momento podrían pillarme y todo acabaría.
En su habitación cuento el dinero total que he conseguido: 200 dólares. Más de lo que he tenido en mi poder en estos últimos meses.
-Supongo que tocamos a un 50% cada uno, no es eso?- le pregunto.
-En realidad a ti esta vez te toca un 70% ya que lo has hecho casi todo tú, yo solo te he enseñado. A ti te hace más falta.
Le doy su parte y me guardo la mía en el bolsillo de mi cazadora negra.
-Mañana seguiremos con las clases para que adquieras más destreza y practicaremos eso de pelear, de acuerdo? Te espero aquí a las 5 como todos los días.
Nos despedimos y me voy a un Mcdonalds cercano a pedir una hamburguesa para llevar y comérmela en el motel. Por el camino me choco con un hombre moreno que se dirige con prisa a un bloque de edificios al lado del Mcdonalds. El golpe hace que se me caiga la bolsa con la hamburguesa y las patatas.
-Perdona-se disculpa mientras me recoge la bolsa. Por suerte nada se ha caído y puedo comérmelo sin problemas.
-Está bien, no se preocupe.
Cuando alza la cabeza me encuentro con unos ojos singularmente familiares. Él abre mucho los ojos y se vuelve a ir con prisas.
-Lo siento, adiós- son sus últimas palabras. Y me deja allí con mil preguntas en la cabeza. ¿Quién es? ¿Por qué me es tan familiar? Sacudo la cabeza, decido no pensar más en ello y les envío un mensaje a Amy, Tony y Mark. Voy a darle una "sorpresita" a mi querida madre y necesito su colaboración. Una sonrisa cargada de malas intenciones se empieza a formar en mis labios.

Capítulo 9. Vuelta al pasado.

Mi historia no es algo que le vaya contando a cualquiera pero a veces es mejor desahogarse con un desconocido que no te juzgará a hacerlo con un amigo.
-Bueno, ¿por dónde empiezo?
-Por el principio, si no te importa.
Suspiro y comienzo:
-Siempre he vivido a unos 200 km. de aquí más o menos, en una bonita urbanización de clase media-alta con mi madre, mi padre y Max, mi hermano. Cuando yo contaba con 5 años y Max 7, mi padre decidió abandonarnos, así, sin más. Yo estaba destrozada, era incapaz de asumirlo, pero mi hermano no cesó de repetirme que él me cuidaría, y así lo hizo. Siempre fue una maravillosa persona, el último hilo que me ataba a la cordura frente a mi madre. Cinco años después mi madre se casó con el capullo ese, mi "padrastro", -digo como si fuese un insulto-, que se creyó que podría controlarme. Mientras tanto mi conducta fue a peor. No fueron pocas las veces en las que llegué ebria a casa, o en las que traía una nota de expulsión del colegio. Quizás todo esto se debía a que echaba tanto de menos a mi padre, y era tal mi decepción que cargué con la culpa a mi madre. Sólo le importaba lo que pensasen los demás, lo que les pasase a sus hijos le daba igual. Sin embargo a Max no le importaba, siempre la obedecía y quería como un buen hijo, nunca la decepcionaba. Conmigo era diferente. Ella y yo estábamos siempre discutiendo por cualquier tontería y el capullo ese no hacía más que meterse en medio, era un asco. Y el pobre imbécil no se daba cuenta de que ella le engañaba con otro en moteles cutres donde creía que nadie les vería nunca. En una de nuestras discusiones mi madre explotó y me echó en cara mis notas, mi actitud, mi rebeldía... Y yo tampoco aguanté. Fue la peor discusión de todas. Esa misma noche cogí dinero, ropa, una mochila y me largué dejando tan solo una nota. Sólo he tenido noticias de Max y de mi mejor amiga que me contó que mi madre iba diciendo que yo estaba en Francia con mi familia. De Tony, mi novio, no he vuelto a saber nada. Ahora vivo en moteles cutres, que es lo único que me puedo permitir, no como este "château" tuyo. Y trabajaba en bares llenos de hombres malolientes y en su mayor parte drogados, hasta que te encontré. Y ahora estoy aquí.
Él había ido asintiendo cuando hacía falta y me había dirigido miradas alentadoras para que prosiguiese mi relato. Tiene la cabeza gacha, cómo si estuviese reflexionando sobre mi historia, y le encontrase un sentido más profundo viendo así mi manera de ser real. Sin embargo, tan sólo musitó un simple:
-Vaya.
-¿Vaya?
Por fin levanta la cabeza para mirarme con esos redondos hielos de su cara.
-Has vivido bastantes...emociones en tu corta vida. Eres impulsiva y tienes un carácter enorme, los hechos lo demuestran. Pero, ¿quieres encontrar a tu padre?
Nunca me lo había preguntado, la verdad. Se había ido y no volvería, no era bueno volver al pasado sabiendo que éste era ahora irrecuperable. Nos había abandonado, ese no era mi padre. No tengo padre. Muchas de las veces fingía que falleció porque era demasiado duro asumir que en realidad nos dejó, no nos quería.
-No, no quiero. Nos abandonó. ¿Por qué querría volverle a ver?
Se encoje de hombros y mira su reloj.
-Creo que es suficiente por hoy, son las ocho.- dice levantándose mientras yo sigo en el suelo.
-Espera.
Me mira esperando a que me levante para seguirle.
-Tú no me has contado tu historia.
-Quizá mañana.- Pero por su mirada sé que tampoco lo hará mañana.
Entonces sí que me levanto para seguirle hacia la salida del hotel.
-Mañana te traeré el chándal.
-Puedes quedártelo. Cortesía del hotel.
Le sonrío mientras me despido.
De camino del motel enciendo de nuevo el móvil para llamar a Tony que, como siempre, lo tiene apagado. Quizás tan apagado cómo lo que hubo entre nosotros. La cuestión es: ¿podremos reavivarlo?

domingo, 5 de diciembre de 2010

Capítulo 8. Las clases.

Me dirijo al hotel de Christian por enésima vez desde que decidí unirme a él hace dos semanas. Allí me imparte unas clases muy diferentes a las que tenía en mi antigua vida: carterismo. No puedo decir que Christian sea un mal maestro, no lo es, pero a su lado me cuesta tanto concentrarme...
Hoy seguimos la misma rutina de siempre: entrenamos en una habitación del hotel especialmente reservada para Christian con algún que otro soborno por su parte, donde hay un muñeco colocado en el centro, una especie de maniquí en el que se encuentran enganchadas múltiples campanillas débiles y sensibles, que al mínimo roce producen un ruido infernal. El ejercicio consiste en extraerle el monedero que se encuentra en el bolsillo posterior sin que suenen las campanillas. En estas dos semanas no lo he conseguido ni una sola vez, cosa que me produce cierta frustración, mientras que Christian es todo un experto en este sucio arte, y eso solo contribuye a aumentar mi irritación.
Christian se aloja en un lujoso hotel cerca del muelle, en el que no se priva de nada.  No le he preguntado de donde ha sacado el dinero para cubrir todos sus gastos, pero me figuro que de los beneficios del carterismo.
Eso me hizo pensar en mi hermano, que jamás habría aprobado mi nuevo estilo de vida. Él siempre tan honrado, amable y bueno... Y le echo tanto de menos, a él y a su irritante perfección. También pensé en mi madre, en porqué se volvió así; en mi padre y cómo nos abandonó; y sobretodo en mí. No por egocentrismo, sencillamente intentando comprender un poco más las razones de porqué soy así, y si fueron los hechos pasados los que me hicieron cambiar. Quizás si las cosas hubiesen acontecido de otra manera mi vida no sería igual. Quién sabe. Pero no se está tan mal, al final. Se puede decir que hasta me lo estoy pasando bien.
-Bianca, concéntrate- dice Christian sacándome de mis reflexiones. Suelto un suspiro cansado. Una y otra vez intento sacar la cartera, y una y otra vez suenan las campanillas.
-Con más suavidad...-dice mientras posa su mano sobre la mía para guiarme.- así, con el índice y el pulgar.
El corazón me late a mil por hora. Le tengo tan cerca que puedo sentir su aliento acariciándome el cuello. "Concentración, Bianca, concentración. Respira hondo."
Y poco a poco saco la cartera con la mano temblando. No se oye ni una campanilla.
-Bien hecho- me felicita sonriéndome. Me giro y me encuentro con que sigue cerca, sin apartarse. Nos miramos a los ojos en silencio, y de pronto me siento culpable. Tony. Me aparto y me alejo de él lo más posible.
-He estado pensando...dime, ¿sabes pelear? -me pregunta.
-¿Pelear? ¿Para qué?
-Si te pillan debes saber defenderte.
Y entonces me acuerdo del tipo de la estación. Me estremezco y tuerzo el gesto inconscientemente. Sí, no me vendría mal aprender a defenderme.
-Enséñame. - digo con resolución. Sonríe con aprobación y sale por la puerta. Le sigo hasta el ascensor. Pulsa el botón  "-1" y bajamos lentamente. Cuando las puertas vuelven a abrirse me encuentro con un enorme gimnasio con cintas de correr, pesas, colchonetas y monitores esculturales que levantan 30 kilos sin apenas esfuerzo. Christian se acerca a uno de los armarios que levanta pesas y le dice algo al oido. Éste deja caer los 30 kilos de hierro y se dirige a una habitación a nuestra derecha. Se asoma por la puerta y nos hace un gesto para entrar. Christian entra y yo le sigo mientras se despide del armario con un  movimiento de cabeza. En la habitación solo hay un saco enorme lleno de arena rojo que cuelga del techo. Deben de dejar entrenar a Christian aquí. Un instante después vuelve el armario con un chándal entre las manos, lo deja en el suelo y sale de nuevo.
-Eso es para ti, póntelo. - me dice Christian señalándo el montón de ropa.
-¿Dónde hay un vestuario?
-En ninguna parte. Póntelo aquí mismo.
-Date la vuelta- le ordeno con vergüenza. Me obedece con una sonrisa burlona. Me quito la ropa y me pongo el chándal rápidamente sin dejar de vigilarle.
-Ya está.
Se da la vuelta y me da un repaso de arriba a bajo, sonriendo seguidamente.
-De acuerdo, empecemos. Veamos como golpeas.
Y se coloca detrás del saco. Lo golpeo con fuerza pero casi no consigo ni que se mueva.
-Vamos, más fuerte.
-Ya lo hago.
-De acuerdo, para. Piensa. Piensa en todas esas veces en las que te sentiste humillada, débil e indefensa. En esa persona que te abandonó. En todas esas cosas que te ponen furiosa. En las injusticias del mundo. En esa persona que creiste tu amiga y te traicionó. En todas esas veces que quisiste defenderte contra alguien y sencillamente no pudiste.
Y pegué. Pegué con todas mis fuerzas. Por el cerdo de la estación, que me humilló y me hizo sentir vulnerable; por mi padre, que me abandonó haciéndome sentir inútil; por mi madre que me hizo sentir degradada todos y cada uno de los días que pasé con ella. Y sobretodo por mí, por todas las cosas que jamás podré recuperar: la infancia, la inocencia, la ignorancia y mi padre.
-vaya, vale, calma...- me tranquiliza Christian.- ¿Te has cabreado eh?
Suelto una carcajada para liberar un poco la tensión. Y acto seguido me derrumbo en el suelo. Todas las fuerzas que me impulsaban dos minutos atrás me abandonan ahora. Christian se sienta a mi lado con las piernas estiradas y me pregunta:
-¿Qué te paso?
Y yo me preparo para la vuelta al pasado, a los recuerdos, y empiezo a narrarle la historia de mi vida, todo lo que me llevó directa a esta situación...

lunes, 29 de noviembre de 2010

Capítulo 7. La noria.

Y ahí estoy yo. 12 y media de la mañana en el muelle de Santa Mónica. El muy... no me había dicho a qué hora quedaríamos. Me estaba cansando de esperar, llevaba 2 horas y si no aparecía iría yo misma a por él. No me hubiese molestado en ir, pero su encuentro me dio qué pensar. Realmente necesitaba el dinero y no quería trabajar en tugurios sucios y malolientes, asique me presenté allí. Él no. Me dirigí a la noria del muelle. Me encantaba ver a los niños con sus grandes sonrisas que irradiaban felicidad. De repente me vino el recuerdo de un momento que no sabía que había vivido.
Miro a la derecha y ahí estoy yo con unos seis años, agarrada a la mano de un hombre alto y moreno extrañamente familiar. Aún sin recordar su cara sé que es mi padre. Tiene esos ojos verdes que siempre me dijeron que heredé de él y esa sonrisa amable de Max. Yo le miro con una sonrisa capaz de iluminar la ciudad, mientras doy saltos y le tiro del brazo. Me giro para saludar a unas persona un poco apartadas de la multitud. Una jonvencísima y alegre mamá y un niño pequeño a su vera que, por las fotos antigüas de casa reconozco como Max. La cola avanza y llega mi turno de subir a la noria. Me subo de un salto haciendo balancearse el asiento mientras papá me ayuda a colocar la barra de seguridad sobre nosotros. La noria empieza a girar y yo voy viendo como cada vez me alejo más y más del suelo. No tengo miedo. Sé que ahí está papá para agarrarme, formando una doble barrera de protección a mi alrededor. Pobre niña inocente. Llegamos suavemente a lo más alto. Me siento libre por primera vez en mi corta vida. Tengo la sensación de que si estiro un dedo, puedo tocar el cielo y acariciar las nubes. Estiro el brazo intentando hacer realidad mi absurda ilusión. Sólo consigo agarrar aire. Sin embargo, no me desanimo. Mi padre me ayudará a tocar el cielo con un dedo. Me giro hacia abajo y sonrío a mamá y a Max que me miran sonrientes. Y empieza de nuevo el descenso. Esa sonrisa que sólo las niñas pequeñas pueden poner es mi última visión.
Vuelvo a estar en el muelle de Santa Mónica pero con diecisiete años. La sensación de libertad es muy diferente ahora.
Y pronto empiezan las preguntas...¿cuándo he estado yo en Santa Mónica antes? ¿Mi padre? Ni siquiera le recordaba...Y mi madre. Tan joven, tan alegre...¿dónde ha quedado todo eso? Viéndola ahí comprendí porqué mi padre y el imbécil se enamoraron de ella. Era verdaderamente guapa, una belleza que los años y los acontecimientos se habían encargado de borrar. Vuelvo a rememorar la cara de ese hombre al que ya no puedo llamar padre. Cada vez con más asco le recuerdo. Maldita sea, ¿cómo pudo hacernos eso? Le quería de verdad, tenía tantísima fe puesta en él...Me decepcionó. Ni una nota nos dejó cuando nos abandonó. Ni una maldita carta, una dirección o un número de teléfono. Demasiado para él. Yo sólo tenía cinco años cuando nos dejó y no podía comprender lo qe había sucedido. Pensé que volvería al caer la noche, cuando me desperté y no había vuelto pensé que volvería a la hora de comer, tampoco. Max, en sus dulces siete añitos y con esa inteligencia suya, ya lo había entendido todo y me abrazaba con fuerza repitiéndome que él nunca me abandonaría. Al fin lo comprendí. No iba a volver, y supongo que mi felicidad tampoco. Empecé a portarme peor que nunca, rompía cosas cuando nadie me veía, supongo que para desquitarme con algo. Mis notas empeoraron y a los catorce años empecé a beber y fumar, a salir hasta el día siguiente, a desobedecer órdenes, y a provocar mis expulsiones del colegio. Extrañamente todo esto sólo aumentaba mi satisfacción vacía. Y así he acabado.
Le doy la espalda a la noria, ya no me hacen feliz esas pequeñas caras sonrientes, y me topó contra algo. Levanto la cabeza y me encuentro a Christian.
-¿Y ahora llegas?- pregunto con incredulidad.
Me contesta con una deslumbrante sonrisa a la que no tengo nada que objetar.
-Asique has decidido trabajar conmigo...-medita en voz alta.
-Bueno, todavía no lo he decidido.
-Claro que sí, sino no estarías aquí.
Maldita sea.
-De acuerdo, ¿qué haremos?
-De momento, ¿por qué no me dices tu nombre?
-Bianca.
-Bianca...- dice saboreando mi nombre.-¿italiano?
-Mi abuela era italiana- digo encogiéndome de hombros.- Y el tuyo es Christian ¿no?
-¿Cómo lo sabes?- dice elevando una ceja. No parece realmente sorprendido. Parece una de esas personas a las que es difícil sorprender.
-Oí a tu novia llamarte la otra noche así, en la discoteca.
-¿Mi novia?- Ahora parece divertido.
-Sí, la rubia de la minifalda.- ¿No se acordaba de su novia? - te fuiste en taxi con ella, ¿recuerdas?
Suelta una carcajada que le hace parecer aún más atractivo
-No es mi novia, sólo...una chica.-Y se encoje de hombros.-¿Por qué no vienes a mi hotel y empezamos las clases?- dice todavía con un atisbo de sonrisa burlona en el rostro. Me encojo de hombros y le sigo hacia donde quiera que me esté llevando.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Capítulo 6. Atractivo desconocido.

Entro en la sala. La música a tope. Avanzo entre la gente con el ritmo de la batería resonando en mi pecho. Por los altavoces suena una canción de David Guetta. No sé cual. Un torbellino de colores ilumina la sala. Rojo, azul, amarillo, naranja, verde...mi cabello se vuelve de distinto color a cada segundo. La barra está repleta asíque me coloco detrás de un tipo alto que se apoya en la barra. Miro hacia la pista. Una chica con minifalda se mueve en el centro dirigiendo miradas de superioridad a todos los que la rodean. Otra niña tonta, prototipo de la sociedad. En mi antigüa vida fui a muchas discotecas donde veía a chicas como ella. En esos tiempos tenía suficientes ganas para ponerme a su lado a bailar desafiante. Todas esas ganas me faltan ahora. Me giro de nuevo hacia la barra. Entonces veo un bulto en el bolsillo trasero del chico que hay delante esperando. Desde la primera cartera he robado tres más y no me ha visto nadie. Con dos dedos atrapo la cartera y voy a metermela en mi bolsillo cuando mi víctima se gira deprisa y me agarra el brazo. Abro la boca sorprendida pues apenas le había rozado, lo había hecho con extrema suavidad. Tiro de mi brazo para intentar escapar pero él todavía agarrándome me lleva hacia la salida de la discoteca.
Abre la puerta y ya fuera me suelta. Intento correr pero él es más rápido y vuelve a agarrarme. Mierda. No quiero que me lleven a un centro de menores. Llevo un vestido negro corto que deja la descubierto mi espalda y gran parte de mis piernas pero casi no noto el frío de lo asustada que estoy. No volveré a robar. Alzo la cabeza desafiante y le miro a los ojos. Vaya, es realmente guapo. Tiene unos ojos azules en los que veo una mezcla entre curiosidad y frialdad que me deja helada. Su cabello dorado está ligeramente despeinado a causa del viento dándole un aspecto rebelde y descuidado. Su insinuante boca descansa bajo la sombra de una nariz perfecta. Y su voz suena dulce y atrayente cuando me dice:
-¿Qué pretendías?-ladea un poco la cabeza para observarme mejor. Yo tengo la boca seca y sé que estoy atrapada. Sin embargo, siempre he tenido una mente muy rápida  para inventarme excusas a fuerza de ensayar con mi madre cada vez que hacía algo malo.
-Nada. Se te estaba cayendo la cartera y pretendía dártela para que no la perdieses. Y ahora, si haces el favor, suéltame.-Como si oyese llover. Me siguió agarrando mientras su boca formaba una sonrisita burlona.
-Mentira.
-Suéltame.
-Quisiera proponerte algo-volvió a ignorar mi comentario.
-No quiero que me propongas nada, quiero que me sueltes.
-¿Y si trabajasemos juntos?-Eso hizo que enmudeciese. No me esperaba para nada esa reacción por su parte. Ya me estaba viendo en la cárcel con una cadena atada a mi pie que me impidiese moverme. Vale, quizás exagerase un poco.
-¿A qué te refieres?- pregunté con recelo.
-Al carterismo. Podría enseñarte como hacerlo. No se te da mal, pero acabarán pillándote.
-¿Y tú qué sabes? He robado ya cuatro carteras y no me han pillado.- repliqué con suficiencia.
-Te acabo de pillar yo.- No tuve nada que replicar.-Déjame enseñarte. Para empezar la cojes mal. Utilizas el pulgar y el índice y eso hace que se note más. Tienes que cogerla con el índice y el corazón, como unas pinzas. Así.- me enseñó colocándome los dedos en la posición exacta. Me había soltado el brazo. Le miro a los ojos. Son verdaderamente bonitos, me tiene hipnotizada. Alguien sale de la discoteca a toda prisa. Ni me digno a ver quién es, pero a juzgar por el sonido de los tacones es una mujer.
-¿Christian?-canturrea una irritante voz aguda.-¿Dónde te habías metido?
Mi atractivo compañero de robos se da la vuelta. Así que se llama Christian... Y la mujer resulta que es la chica que bailaba en el centro de la pista. Cada vez la detesto más. Me mira con asco y se dirige hacia Christian con una mirada traviesa que me produce naúseas. Debe de ser su novia. Es muy guapa, la verdad.
-¿Nos vamos ya?-le dice con ojitos inocentes.
-En dos minutos. ¿Por qué no vas a buscar un taxi allí?- le dice señalándole un sitio a dos manzanas.- Ahora te alcanzo.
-Claro.- la pequeña puta me mira y luego se pone de puntillas para besar a Christian en los labios. Él si dirigirme ni una mirada le devuelve el beso, y yo me siento cada vez más incómoda. Al final la chica se aparta con una risita de niña pequeña y se va contoneándose a donde Christian le ha indicado. Y mientras se aleja yo la sigo con la mirada deseando que la minifalda y la camiseta escotada le exploten.
-¿Y bien?- dice Christian atrayendo mi atención.
-¿Y bien qué?
-¿Me vas a ayudar?
-Me lo pensaré.
-De acuerdo. ¿Qué te parece si quedamos dentro de dos día en el muelle y me cuentas qué has decidido?
Me encojo de hombros y me voy otra vez a la discoteca. Cuando miro para atrás veo que se aleja a por su novia. Llega a su lado y le pasa un brazo por los hombros. Sin quererlo empiezo a imaginarme que yo soy ella...Para. Tengo novio. O eso creo, al menos. Hace mucho que no sé nada de él. Me paro en una esquina y saco el móvil para llamarle pero salta el buzón. Se habrá olvidado de mí. Como todos.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Capítulo 5. Un pequeño hurto.

Me despierto a las 12 de la mañana. Tengo un terrible dolor de cabeza y por un momento no me acuerdo de donde estoy. Miro por la sucia ventana de la habitación del motel y veo un cielo gris y deprimente. Suelto un gemido y deseo poder quedarme todo el día entre las sábanas de color hueso. Entonces recuerdo que era mi primer día de trabajo en un bar cutre en el que había solicitado empleo un par de días antes. El propietario me había mirado de arriba abajo evaluándome y al final había decidido escogerme para el puesto. El bar era tosco, olía mal estaba lleno de hombres que me miraban con lascivia y encima el salario era una mierda, pero era lo único que podría encontrar con 17 años. Nadie se fia de mi generación. Son listos. Deprisa me pongo el uniforme, hasta que me doy cuenta de que empezaba a las 10 y voy con un retraso de dos horas. Más me vale no ir. No aguantaría los gritos de un retrasado con este dolor de cabeza. Me recuesto otra vez en la cama pero no coonsigo conciliar el sueño. Con un suspiro me levanto y me visto normal para ir a dar un paseo. Dos horas después estoy pasando por el vestíbulo del motel en dirección a la puerta. El aire frio me azota en la cara obligándome a arrebujarme más en mi abrigo. Me dirijo al muelle, donde una multitud se ha congregado para ver a un imitador de Johnny Depp. No tengo ningún otro plan así que me entretengo un rato observándole. Y a pesar de que es bastante bueno, no tengo más remedio que alejarme. Me recuerda demasiado a Max y a mi madre, cuando veiamos todos juntos "Piratas del Caribe" en el salón después de alquilarla en el videoclub. Una pequeña lágrima amenaza con caer rodando por mejilla. "No, no voy a llorar por algo ya perdido" me intento convencer a mí misma. No puedo volver atrás en el tiempo. Pequeñas decisiones cambiarán tu vida de manera irreversible, pero tienes que cargar con ellas, ya sean aciertos o errores. La mía fue una decisión importante y ya no puedo pretender arreglar nada. Fue lo que siempre busqué: una aventura, independencia y controlar mi propia vida. Al alejarme del imitador choco contra un señor calvo y con gafas. Mascullo una disculpa y voy a alejarme cuando veo que de su bolsillo trasero asoma una cartera que parece bastante llena. Intento apartar la mirada pero una idea ya ha empezado a formarse en mi mente...y si la cogiese? Solo sería una vez, un pequeño hurto. Es fácil, con esta multitud nadie se dará cuenta. Solo tengo que alargar la mano y cogerla con dos dedos... Antes de que me dé cuenta mis dedos la han agarrado con sigilo y el señor no se ha dado ni cuenta. Rápido meto la cartera en mi bolso antes de que alguien más me vea y me alejo de allí. Me dirijo casi corriendo al motel llena de adrenalina pura. No ha sido tan difícil. Una sonrisa traviesa me ilumina la cara.

martes, 16 de noviembre de 2010

Capítulo 4. Llamada al pasado.

Ya en el tren abrí la mochila para hacer inventario de las cosas que llevaba. Decidí volver a mi antigua casa antes de irme para visitar mi habitación y recoger cosas que me pudiesen ser útiles, como el móvil, que en mi precipitada huida olvidé, y un montón de objetos que en caso de necesidad podría vender.
Saco la ropa nueva que había cogido y al fondo del todo está mi más preciada pertenencia: el iPod. La música es una de las cosas que más aprecio. ¿Cómo vivir sin ella? Sabía que no sería capaz de venderlo ni por un millón de dólares. Mis dedos chocan contra algo duro y con botones mientras intento agarrar el iPod y lo cojo para ver qué es. El móvil. En él me encuentro 30 mensajes sin leer de mis amigos y mi novio. La mayoría de ellos son de Amy, mi mejor amiga. Tengo tantas ganas de hablar con ella...La llamo convencida de que mi madre me debe de haber dado de baja el número.
Vaya, me equivocaba, al tercer timbrazo una voz femenina me contesta:
-¿Bianca? ¿Dónde te has metido? Llevo semanas intentando hablar contigo.
-¡Amy! ¡Qué alegría oirte!.-Y por primera vez sonrio de verdad, de alegría pura.
-¿Qué tal con tus primos en Francia?
-¿Francia? Así que eso es lo que os ha contado mi madre, ¿eh?
-¿No estas en Francia?
-No. Ni de lejos-sonrio de nuevo, pero esta vez amargamente.
-¿Por qué nos iba a mentir tu madre?¿Dónde estás?
-En un tren hacia Santa Mónica.
-¿Y qué se te ha perdido por allí?
-La vida, básicamente. Me escapé de casa hace ya 2 semanas.
-Sí, venga - dice soltando una carcajada.-No me vaciles, nena.
-No estoy de coña. Tuve una discusión con mi madre y me fui. Volví hace un par de días a ver como iba la cosa, hablé con mi hermano, cogí un par de cosas de mi antiguo cuarto y hoy vuelvo a Santa Mónica.
-¿Por qué no viniste a saludarme?
-No quería que nadie me viese. Lo de mi hermano fue un imprevisto.
-Vaya...y, ¿qué tal te va con eso de ser independiente?
-Tirando...Vivo en un motel barato, no tengo mucho dinero y trabajo en bares cutres. Y encima hoy en la estación me ha estado molestando un idiota. Qué asco.- Me estremezco solo de pensar en el tipo de la estación.-¿Qué hay de ti?
-Nada, como siempre. Botellón, malas notas y madre desesperada.-Vuelve a soltar una risotada.
-Y, ¿Qué tal está Tony?
-Bien, no ha parado de preguntar por tí. ¿Seguís saliendo?
-Sí. Bueno no. No lo sé, la verdad. Ahora que me voy a Santa Mónica, no sé que pasará...dale recuerdos de mi parte, anda.
-Claro, se los daré- me asegura.-¿Quieres que diga la verdad sobre donde estás?
-No, déjalo-luego una idea se empieza a formar en mi mente, haciéndome cambiar de opinión.-Bueno, pensándolo mejor, acojona a mi madre un poco, ¿quieres? Dila que lo sabes y que no se va a salir con la suya.
-A la orden.- dice con picardía. Seguramente se lo había tomado al pie de la letra y la iba a asustar de verdad. Pobre mamá. Una lástima, desde luego.
-Bueno, Bianca, un placer saber de tí. Me pasaré un día a saludarte por Santa Mónica así que no tires el móvil, ni lo vendas, ni nada, ¿eh? Me tengo que ir, mi madre está gritando.-Casi podía verla poniendo los ojos en blanco, en un gesto tan propio suyo.- Un día de estos acabo como tú, huyendo de casa.
-Sí, por favor, ven a verme.
-Adiós, que te vaya bien.-se despide.
-Adiós-susurro yo a mí vez y cuelgo.
Suspirando me levanto y me voy al baño del vagón.
Una mirada al espejo y veo que mi pelo está igual que siempre: negro azabache con ligeras ondulaciones a la altura de la cintura. Siempre he estado muy orgullosa de mi cabello. Los ojos un poco rojos por la falta de sueño en toda la noche, resaltan el color verde como una pradera en plena primavera de mis ojos, enmarcados por unas espesas y largas pestañas tan negras como mi pelo. Mi madre decía que los ojos los heredé de mi padre, ya que sus ojos son marrones y los de Max también. Mi piel blanca está aún más pálida que de costumbre y tengo los labios carnosos un poco agrietados. Mi pequeña nariz sigue como de costumbre, no va a cambiar. Me recojo el cabello en una trenza de espiga y me lavo la cara. Mucho mejor.
Cuando salgo del baño unos cuantos hombres se giran para verme y me siguen con la mirada mientras paso. Odio esa mirada de bobalicones que se les pone al ver a una chica guapa, parecen peces. Me escondo debajo de mi capucha negra, me pongo los enormes auriculares con la música a tope y me encierro en mi mundo mientras cierro los ojos. Cuando los abro, he llegado a mi destino. Santa Mónica de nuevo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Capítulo 3.Vuelvo a huir.

Y vuelvo al mismo punto de partida que hace 2 semanas. La estación de tren. Me dirijo a la taquilla y pido un billete de tren hacia Santa Mónica. El taquillero, un amable viejecito, me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Vaya, hacía mucho que no sonreía a nadie. No he tenido muchos motivos ultimamente. Me siento en un sofá marrón al lado del andén y cierro los ojos poco a poco esperando el tren que me llevará de nuevo a la huida. Son las 3 de la madrugada y no hay nadie en la estación aparte del taquillero. Suelto un bostezo cansada, no he dormido nada.
Un movimiento brusco a mi lado me despierta. Abro los ojos molesta y dirijo la mirada al causante del movimiento, un tipo grande y sucio que me da muy mala espina. Me mira lascivamente y se acerca a mí hasta que queda pegado a mi lado derecho.
-Hola preciosa- me susurra en el oido con un aliento enfermizo.
Como única respuesta le miro con asco y me aparto hasta dejar un considerable hueco entre nosotros. El muy idiota no se da por vencido y con una risita desdeñosa vuelve a la carga.
-¿Cómo te llamas, guapa?- vuelve a decirme mientras noto como me empieza a tocar la pierna. Aparto su mano con un guantazo que le hace reir aún más. De nuevo me toca la pierna y cuando le voy a golpear me retuerce la muñeca causándome un agudo dolor. A duras penas contengo un grito y le propino un puntapié en la espinilla que le hace soltar una maldición y agarrarme más fuerte. Con la mano que me queda libre le agarro el pelo grasiento estirándoselo hacia atrás hasta que me suelta. Una sensación horrible se ha apoderado de mi estómago, provocándome náuseas. Es el miedo. ¿Por qué nadie me ayuda? ¿Qué me va a hacer?
-Maldita zorra...-profiere mientras se acaricia el cabello. Me levanto rápidamente y me dirijo hacia las taquillas. El viejecito se da cuenta de lo que pretende ese tipo y saca una escopeta. ¿Una escopeta? Vaya con el viejo... El agresor se da cuenta de que lleva las de perder y da media vuelta hacia la salida. Solo cuando se ha ido me siento más tranquila. Todavía en estado de alerta le doy las gracias al taquillero, que me responde con una sonrisa y un cabeceo, y voy a esperar mi tren al sofá de nuevo. Ya no puedo dormir. Debería haber tomado clases de defensa personal cuando pude. Mierda. El ruido de un tren llegando a la estación me avisa de que es hora de partir. Recojo mi mochila que cayó al suelo durante la pelea, le dirijo una última mirada agradecida a mi salvador y me subo al tren hacia Santa Mónica. Hacia mi independencia, hacia mi libertad, hacia mi propio amanecer.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Capítulo 2. Una extraña historia.

Me giro en redondo y ahí está Max mirándome sin asombrarse siquiera. Él siempre se entera de todo antes que nadie, es realmente perspicaz.
-Vaya, ¿nuestra querida madre te deja hablar conmigo?- digo con burla.- Pensé que te prohibiría hablar de mí para no armar un escándalo público.
-Dejaste una bonita nota- dice haciendo caso omiso a mi sarcástico comentario.-¿Tan harta estabas?
Suspiro sabiendo que tengo que contarle la historia desde el principio.
Vayamos 2 semanas antes...
-Mi vida seguía como siempre, del colegio a casa, de casa al colegio y los fines de semana al parque del botellón. Nada había cambiado Yo era la rebelde que desafiaba a mi madre regresando ebria y oliendo a tabaco, y tú, querido hermanito, eras el digno ejemplo de la calma, siempre obedeciendo a mamá, sacando buenas notas...el orgullo de la familia.-digo con amargura
-Tu podrías sacar matrículas de honor, eres lista, pero solo te contentas con poner furiosa a mamá-me dijo con calma.
-No me interrumpas. Estoy contando una historia fabulosa.
>> Lo que decía. El orgullo de la familia. Cuando llegué a casa oliendo a alcohol más de lo habitual estallaron los gritos.
-Nunca te esfuerzas por nada, vienes a casa ebria y encima me replicas cuando te hablo. ¿Esque no te importa nada?- me decía mamá entre dientes mientras me agarraba el brazo con fuerza.
-¿A mí? Pues quizás más cosas que a ti, que solo te importan las apariencias, y no quedar en ridículo.-la repliqué mientras tiraba de mi brazo para liberarme.
-No volverás a salir. Irás de casa al colegio y del colegio a casa. No verás a nadie. No voy a dejar que mi hija se convierta en una alcohólica.
-¿Cómo tu actual marido?
-No hables así de él. - susurró amenazadoramente.- ¿Qué vas a hacer con tu vida? ¿Qué pensarán...?
-¿Qué pensará quién?¿Los vecinos?¿O ese que te tiras cuando no está el otro capullo?- levanté la barbilla desafiante, mientras su mano descendía con fuerza hacia mi cara. No me dió tiempo de apartarme y la torta resonó por toda la habitación.
-Cállate y vete a tu habitación. Ya.
No sé quién estaba más furiosa, si ella o yo. Pero como yo llevaba las de perder, escondí mi orgullo herido y me fui a mi habitación.
Esa misma noche metí ropa y comida en una mochila, dejé una nota y me fui a la estación a coger un tren a cualquier parte. Acabé en Santa Mónica. Ahora me hospedo en un motel baratucho que pude pagarme gracias a los 50 dólares que ahorré, nada comparado con este palacio, claro. Y además trabajo en bares y cafeterías donde me dan un salario de mierda, para poder pagarme el sustento. Una maravilla, ¿verdad?


Max hurga en su bolsillo y saca una nota arrugada y manoseada. Me la tiende y veo que es la nota que dejé el día de mi partida. Miro un poco más y veo que en algunos sitios la tinta se ha corrido a causa de agua...de lágrimas. Son de Max.
-¿La encontraste tú?
Él asiente con la cabeza sin decir nada.
-¿Se la enseñaste a mamá?
-Sí.- Veo que duda antes de añadir- No se molestó en leerla.
-Ya lo suponía. No ha cambiado nada, ¿eh?
-Vamos, no hables así de ella.
-Le pone los cuernos al idiota del que se jacta de ser esposa .
No dice nada. No tiene nada que excuse ese comportamiento. Él ya lo suponía por supuesto. Como ya he dicho, es muy perspicaz.
Leo la carta cargada de sarcasmo y rencor que escribí para mi madre:
Bueno, "mami", por si no lo habías notado me he ido. Ahora podrás llevar esa vida "perfecta" que tanto anhelas. Sé que no te molestarás en buscarme, y que me negarás como hija tuya pero, ¿sabes? estás aún más lejos de la perfección que yo. Al menos yo no me molestó en fingir que soy maravillosa y generosa.
Quería darte las gracias. Por la humillación, por el desprecio, y sobretodo por todo ese "amor incondicional" que me has dado.
Al menos tienes a Max, que es lo único decente de la familia.
Espero que el capullo ese y tú seais muy felices y que no te pille cometiendo adulterio con el otro idiota.
Dile a Max que le quiero.

-¿Vienes para quedarte?- Me pregunta. Y veo añoranza en sus ojos. Y esperanza. Sólo por él me quedaría pero...
-No. Lo siento. A lo mejor no llevo la mejor vida del mundo pero, ¿sabes? por primera vez en mucho tiempo me he sentido libre. De verdad. ¿Por qué no vienes conmigo?
-Sabes que mi sitio está aquí. Lo siento.
-Lo sé. Este es tu mundo, no el mio.-Miro el reloj- Y ya es hora de que me vaya.
Me levanto de su silla y me detengo frente a él. Sin pensármelo dos veces le doy un fuerte abrazo. La verdad es que los gestos cariñosos entre nosotros no son muy frecuentes, pero él me sabe devolver el abrazo con igual fuerza. Le devuelvo la foto y la nota, cojo la mochila y salgo por la puerta de mi antigua casa, mi antigua vida. Y a lo mejor para no volver ya más.

Capítulo 1. Y todo empezó con una simple tontería.

-No quiero volver más por aquí. Lo siento.
Esas fueron mis últimas palabras antes de desaparecer. Conseguí al fin lo que quería: acabar con la rutina y con el control. Ya está. No puedo echarme atrás, no hay retorno. Simplemente por orgullo no volveré. Y seguramente me arrepentiré toda la vida de esta decisión que tomé sin pensarla siquiera. Soy demasiado impulsiva, me lo dice siempre mi madre. Y ahora que lo pienso, no sé nada de ella desde hace dos semanas. ¿Estará preocupada?¿Leyó mi nota? Decido levantarme del banco en el que estoy sentada desde hace un par de horas para dirigirme sin prisa hacia mi antigua casa. Mi antigua vida.
Antes vivía en una pequeña urbanización bonita de clase media-alta en la costa de California. Cuando decidí dejarlo todo atrás me fui a Santa Mónica sin más dinero que 50 dólares y una mochila al hombro con un poco de ropa. Estoy loca, lo sé ¿cómo se me ocurrió? Y así he acabado. Me paso los días en los bancos de los parques mirando a la gente y preguntándome a mí misma qué pasó. Miro la preciosa urbanización a la que antes llamaba "mi" urbanización. Hace unos días decidí volver a mi antigua ciudad como polizón en un bus, y me volveré a ir en un par de días. No sé ni para qué he venido. Debería haberme quedado en el motel de mala muerte donde me hospedo ultimamente.
Recorro las calles que tantas veces he recorrido a través de los años y miles de recuerdos de tiempos pasados se agolpan detrás de mis ojos en forma de lágrimas. Me paro un momento y me apoyo contra la pared mientras recupero la calma.
Lentamente reanudo la marcha hasta que llego al número 111 de la calle. Admiro una vez más el muro de ladrillos, el tejado oscuro y sobretodo ese jardín del que estaba tan orgullosa. Saco las llaves del bolsillo y abro la puerta del jardín. No tengo que preocuparme por mi familia, todavía es temprano, no estarán en casa. La puerta de la casa se abre igualmente con mis llaves. Bien, no han cambiado la cerradura. Me dirijo hacia la cocina que no ha cambiado para nada en estas 2 semanas para coger un paquete de galletas y chocolate y metermelos en la mochila que llevo al hombro. De ahí voy al salón donde me entretengo un rato mirando las fotos. Han tirado a la basura todas en las que aparecía yo. Típico de mi madre. Finjirá que no ha pasado nada para no ridiculizarse a sí misma. Pobre de ella, teniendo que convivir con una adolescente rebelde. Una sonrisa amarga se dibuja en mis labios a la vez que me alejo del salón. Subo las escaleras hasta el cuarto que mi madre y mi padrastro comparten. Todo con el mismo orden que a mi madre tanto le obsesiona. Ni una sola arruga en la colcha azul que cubre su cama, ni un papel fuera de su sitio en el escritorio... Me doy la vuelta para dirigirme al cuarto de mi maravilloso hermanito. Las tablas del parqué crujen al pasar.
Su cuarto limpio y ordenado como el de un monje. La única decoración es un poster de su equipo de fútbol. Su armario lleno de camisas recién planchadas, su estantería llena de trofeos de los que mi madre tanto se jacta. Abro un cajón y me encuentro con una foto de hace poco en la que aparecemos él y yo sonriendo a la cámara mientras me pasa un brazo por los hombros. Al menos alguien me hecha de menos..."Vaya mamá, no le tienes tan bien amaestrado como creias...". Me siento en su silla y casi me parece oir su voz diciéndome...
-Pero qué haces tú aquí?