sábado, 29 de enero de 2011

Capítulo 19. Un cigarro y un anillo.

Abro los ojos. Mi primera visión es un anillo de onix en mi mano derecha que Tony me regaló cuando cumplimos seis meses. El reloj de la pared marca las tres de la mañana. Intento volver a cerrar los ojos pero no puedo dormir, tras mis párpados se suceden las imágenes del día, como en un resumen de un telediario lleno de dolor. ¿Qué sucede ultimamente? Por cada día bueno tengo dos malos. Dicen que las cosas malas que le suceden a uno son por algo. Como una especie de castigo enviado desde el universo para demostrarme que las malas acciones solo traen peores consecuencias. Yo nunca crei en estas cosas, "asuntos de viejos supersticiosos", decía desdeñosamente. Hoy el universo me ha demostrado que me equivocaba, como en tantas otras cosas.
Después de 12 años realizando malas acciones, he conseguido asegurarme un bonito puesto en la lista negra del universo. El primer puesto, me atrevería a decir, dada mi situación actual. Como en una cadena oscura, infernal, la suerte me ha ido enviando desastres cada vez más devastadores. Christian, Amy, Tony… mi padre. Pero yo siempre fui muy cabezota y no voy a dejarle llevar la razón, sencillamente porque admitirme a la cara mi error, sería igual a darme por vencida, y yo me prometí, hace ya muchos años, no dejar nunca de luchar, y ahora es tarde para echarse atrás. A veces un pensamiento oscuro cruza veloz mi mente, recordándome que no fui buena en el pasado y que jamás podré mejorar, que soy un caso perdido. Pero también se dice que arrepentirse es el primer paso, y yo ya lo he dado. Supongo que el segundo es la disculpa, así que debo reunir el valor suficiente para dejar mi orgullo atrás y agachar la cabeza. Siempre se me dió mejor huir de mis errores, darles la espalda y finjir que no existían, pero ahora que me he prometido cambiar, eso debe acabar.
Salgo de la cama y me dirijo a la azotea del inmueble con un paquete de cigarros y un mechero en la mano. Con el pijama compuesto por unos pantalones cortos y una camiseta todavía más pequeña, noto como el viento nocturno me azota en la cara y revuelve mis oscuros cabellos. Me enciendo el cigarro, tapándolo con la mano para que el viento no lo apague. Expulso el aire lentamente con un suspiro, disfrutando del mal vicio que consigue aliviar un poco mis nervios.
No temo por que mis padres me pillen, a papá todavía no le han dado el alta y mamá se ha quedado allí, acompañándole. Yo supliqué quedarme, pero me enviaron a casa sin miramientos, alegando que una niña no debería dormir en un hospital. «Tampoco en un motel lleno de hombres sucios y ebrios» pienso con amargura. Es tarde para volver a ser una niña, he tenido la dosis suficiente de sufrimiento para madurar. Y aunque no lo quieran decir en voz alta, yo sé que a cada segundo que pasa, el cáncer hace caer más y más los polvos del reloj de arena que es la vida de mi padre. Otra vez al borde de las lágrimas, parpadeo rápido para que no se escapen. Debo de tener una pinta desastrosa, con la pintura corrida a causa de los largos lloros contra la almohada, y el pelo revuelto por las sábanas. ¿Qué pensaría Tony si me viese así? ¿Y Christian? Un escalofrío me recorre al pensar en él, pero me vuelvo a autoengañar, achacándolo a un soplo de viento.
Le empiezo a dar vueltas al oscuro anillo. Cuando Tony me lo regaló, le extrañó que me lo pusiese en el dedo anular de la mano derecha en vez de la izquierda. No le expliqué que ponérselo en la mano izquierda significaba compromiso, y que era una manera de expresar mi renuencia a las ataduras. Y ahora que sé la verdad, no me arrepiento de haberlo colocado donde no debía en un principio. En un movimiento totalmente pasional, me quito el anillo del dedo y me acerco al borde de la azotea. Me siento libre, flotando en el abismo. Pero, a diferencia de como yo pensaba, la libertad no es tan dulce. No sin alguien que la disfrute contigo.
Sujeto el anillo entre el índice y el pulgar, y antes de contar tres, lo tiro. Puedo ver como cae rapidamente, acabando con todos los recuerdos de Tony, en el mismo instante en que toca el suelo. Sin el anillo me siento más ligera, como si me hubiese deshecho de una pesada carga que llevaba a cuestas en el alma. Adiós Tony, no te recordaré ya más.
Y Christian... Decido no pensar en él para no hacer sufrir aún más a mi pobre corazón.
El cigarro se consume y saco otro del paquete. Giro la piedra del mechero pero se niega a funcionar. Joder. De repente, sale una mano con un mechero de la nada. Pego un brinco y un grito estúpido, llevándome un buen susto al descubrir que no estoy sola. Me giro y me encuentro a menos de quince centímetros de Christian, que me enciende el cigarro y el corazón al mismo tiempo.
-¿Cómo sabías dónde estaba?- le pregunto a modo de saludo, fingiendo indiferencia, cuando lo único que deseo es lanzarme a sus brazos, decirle lo mucho que le quiero y que por favor me corresponda.
-Me enteré de lo de tu padre y vine a verte. Al ver tu cama vacía supuse que estarías aquí arriba, tomando el aire. Una estúpida corazonada que ha resultado ser certera. ¿Qué tal estás?- pregunta suavemente mientras le paso un cigarro. Le prende fuego y le da una lenta calada. Coge el cigarro exactamente igual que James Dean, con esa pose de chulo que tanto me gusta. No le mires. Mi corazón late aún más rápido y me asusta que se pueda salir de mi pecho. Y no puedo negar que le quiero, que significa algo para mí y que estoy deseando llenar el espacio que nos separa. Y me duele quererle tanto y saber que no me corresponde.
Yo me encojo de hombros, decidida a no llorar delante de él. Christian me agarra del brazo y sin previo aviso, me abraza con fuerza, transmitiéndome así todo su apoyo. Y aunque hago esfuerzos sobrenaturales por no soltar una lágrima, acabo rindiéndome y empapándole el hombro. Lloro por todo lo perdido y lo que en breve perderé. Lloro por haber sido tan tonta. Lloro por él y por mí, por el amor que nunca le confesaré. Lloro por Amy y Tony, que los perdí poco a poco sin quererlo. Lloro por mi madre, que tuvo que sobrellevar la situación ella sola. Por Max, que vive en la ignorancia. Y mi padre, que cayó en manos de un mal amigo, que le está robando lentamente la vida, alejándolo de mi lado.
Christian me acaricia la espalda, sin decir una palabra, dejando que me desahogue. Cuando por fin me calmo, le miro preguntándome porqué al verle la barrera que había construido a prueba de todo se ha desmoronado.
-Lo siento. Esa chica...- esta vez me callo y le dejo continuar. Se pasa la mano libre del cigarrillo por el pelo. Está realmente guapo.- esa chica no significa nada. Seguramente no te importe, pero tenía que explicártelo. Cuando la viste salir de mi habitación fue porque la eché. Y al verte a ti me quedé realmente sorprendido. Sé lo que debiste de pensar, pero no era lo que tú imaginaste. ¿Qué venías a decirme?
Asíque esa chica... Una sonrisa me ilumina la cara, con nuevas esperanzas. No pasó nada, a lo mejor nuestro beso si que significó algo para él...
Le explico que he visto a mi madre, que me ha perdonado y que me siento muy avergonzada de lo que hice. Le cuento lo que le ha sucedido a mi padre mientras yo estaba en la calle, pero no le digo que estaba llorando por él cuando se desmayó. Christian se encuentra ahora apoyado en el muro de ladrillo que rodea la puerta de la azotea. Tiene la espalda contra la pared, y las piernas un poco avanzadas, con pasividad. Mira para abajo reflexionando sobre lo que le voy contando, y cuando acabo, mirándome fijamente, me pregunta:
-¿Qué harás con Max?
Como de costumbre, me pilla por sorpresa y no sé qué contestar.
-Pues...pues...-repito pensando. ¿Debería ir a buscarle? No puede vivir en la ignorancia, al menos deberían darle la oportunidad de despedirse.-Le voy a ir a buscar.
-¿Cómo?
-En tren, supongo. Están de vacaciones en Harvard, asique supongo que estará en casa.
-¿En tren? Tengo una idea mejor...- dice misteriosamente.

Capítulo 18. Hospital.

-¿Sigue sin abrir los ojos?- pregunto desde la puerta de la habitación del hospital. Mi madre niega con la cabeza lentamente. La miro a los ojos y veo que está cansada. Parece un zombi recién salido de una película de terror. Tiene los ojos rojos de tanto llorar y la piel de una palidez extrema, parece haber envejecido diez años en las últimas diez horas. Seguramente yo esté igual, con el pelo revuelto de tanto frotármelo y el rímel corrido por las lágrimas. Debo parecer el vivo retrato de un payaso tristón. Hace unos días eso me habría hecho reir, sin embargo ahora dudo que vuelva a sonreir siquiera.
-Me bajo a la cafetería a por una tila, tengo los nervios de punta- dice mi madre después de quince minutos. Yo asiento y me quedo en el marco de la puerta. ¿Por qué le tiene que pasar esto a papá? Está sufriendo, lo veo. Cierro los ojos y me froto las sienes cansada.
-Bianca...- dice débilmente una voz grave. Papá ha abierto esos preciosos ojos verdes, y ahora los fija en mí. Me muevo corriendo para ir a su lado.
-Papá, ¿qué tal te encuentras?
Suelta un quejido como contestación.
-He tenido días mejores.
-No lo dudo.
Cuando pude volver en mí después de la llamada de mi madre, me dirigí corriendo al hospital, desobedenciéndola como en los viejos tiempos. Al llegar mi madre estaba llorando, y cuando me vió fue corriendo a abrazarme. Por encima de su hombro pude ver a un hombre moreno con los ojos cerrados y un tubo de plástico que le proporcionaba oxígeno. El cielo se me cayó encima. Mis ojos se inundaron, desbordando y empapándole el hombro a mi madre. Como único sonido de fondo, el pitido uniforme de la máquina que estaba conectada a su corazón.
Papá había sufrido un mareo, desmayándose a continuación. Mi madre, histérica, había llamado a una ambulancia sin demora, según me había contado ella misma. Sin ninguna duda eso significaba que el cáncer estaba empezando a chuparle la vida, después de esperar 12 años.
-No te preocupes- susurra mi padre debilmente, cogiendo con el dedo una lágrima que resbala por mi mejilla.- En unos días, dos como mucho, volveré a casa y podremos vivir juntos.
-¿Durante cuánto tiempo, papá?- murmuro. Él compone un gesto de dolor, cerrando los ojos con fuerza.
-Hasta que el cielo quiera.
Me acaricia la cara con un dedo mientras yo sigo llorando.
Mi madre aparece en ese momento por la puerta y suelta un grito de alegría mientras corre hacia mi padre. Siento que debo dejarles solos y me escabullo por la puerta sin hacer ruido.
Los pasillos, blancos, frios, están llenos de enfermeras que van de un lado a otro con paso frenético. Nunca me gustaron los hospitales. Cuando los veia en las peliculas, con esos enfermos llendo de un lado a otro acompañados con una barra que les conectaba a la vida, me parecía tan irreal... Como una pesadilla que jamás se haría realidad. A los 7 años me operaron de apendicitis, y me di cuenta de que cualquier pesadilla se puede hacer realidad. Obligada a mirar siempre esas cuatro paredes inmaculadas, que me hacían sentir en un manicomio acabé pensando que realmente me había vuelto loca.
Desde entonces he evitado los hospitales con todas mis ganas. La última vez que estuve en uno fue por el nacimiento de mi prima, hace años, y aún sabiendo que era un acontecimiento feliz no podía evitar mirar a todas partes, oprimida y angustiada. Estos lugares llenos de vida y muerte, tristeza y alegría... Un escalofrío me recorre toda la espalda, sugiriéndome que deje de pensar. Sin darme cuenta he acabado en la cafetería, donde veo un montón de caras que se contrastan entre sí. Caras ojerosas, que sujetan el café con la mano temblorosa por la preocupación. Caras sonrientes, que miran fotos del recién nacido y rien recordando como movía sus diminutos bracitos. Yo pertenezco a la primera clase, a la clase de los sueños rotos y las ilusiones despedidas.
Sin fuerzas para comer nada, me siento en una silla y me cubro con los brazos, pensando que a lo mejor así me puedo proteger del sufrimiento que ha acometido a esta pobre gente. Pensando que así podré olvidar todo lo que ha ocurrido en estos últimos 12 años y volver a esa noria del muelle... Si ahora mismo me ofreciesen cumplirme un deseo, lo único que pediría sería volver a mis 5 años y que papá jamás tuviese cáncer. Así podría llevar la vida que nunca tuve, con amigos de verdad, una familia de verdad... yo misma sería verdad. Y sin embargo, ¿qué vida sería la mia de no haber conocido a Christian? Quizás de no haberle conocido jamás hubiese conocido el amor, ni el desengaño, ni hubiese aprendido a robar. Aunque me lo niegue a cada instante, los momentos que he pasado al lado de Christian los guardaré toda mi vida bajo llave. Como un cofre de oro, una herida que jamás cicatrizará. Y será doloroso, lo sé, pero nadie dijo que fuese fácil enamorarse.
Dan las diez y media en el reloj de la pared de la cafetería. Llevo ´cinco horas aquí y siento que han transcurrido años. Poco a poco mi cabeza cae hacia un lado y mis ojos se cierran cansados, al final las emociones han podido conmigo. Tapada con mis brazos, caigo en un ligero sopor, interrumpido por mi madre que ha bajado a buscarme. Todavía como en un sueño, me dirijo a la habitación a ver a papá, que se ha quedado dormido. Y rota, pienso en la paz que transmite papá con los ojos cerrados y el gesto sereno. Él tiene toda la tranquilidad de la que yo carezco, y me pregunto que haré cuando ya no esté aquí transmitiéndome su paz. Otro escalofrío.

viernes, 7 de enero de 2011

Capítulo 17. Dirty Sexy Money.

-Bianca...¿qué tal la mudanza?-pregunta pálido. Mierda, mierda, mierda, mierda...No tengo ni idea de como reaccionar. Estoy dolida, para él el beso no ha significado absolutamente nada. Soy una estúpida por haberme planteado siquiera por un instante que había sentido lo mismo que yo. Dormimos juntos, sí, ¿y qué?, ha dormido con muchas más y no por eso son especiales. Siempre me hago ilusiones demasiado rápido y así acaban, destrozadas contra el suelo. Casi las puedo oir romperse ahora mismo, como un cristal hecho añicos.
-De maravilla-respondo secamente. No puedo fingir que estoy bien. No puedo sonreir, no puedo mirarle a los ojos... Por más que lo inetente, no puedo actuar como que no me ha importado en absoluto ver a esa chica salir de su habitación.
-Oye, mira, esa chica...
-No me tienes porqué dar explicaciones- le corto con dureza. Y acto seguido me doy la vuelta y sigo el camino de la chica rubia. Él viene detrás, llamándome. No me digno a girarme y sigo andando al borde de las lágrimas. ¿Pero qué me pasa? En estos días no paro de llorar, y antes no lloraba nunca. Cuando veo que está a punto de alcanzarme empiezo a correr, dejándole atrás. No quiero que me diga nada, no quiero que me dé explicaciones que seguramente sean mentiras. No quiero que me abrace, ni que me hable con esa voz suya, porque sé que no podré aguantar y lloraré, y me convencerá de que todo está bien cuando en realidad absolutamente nada está bien.
Cuando estoy segura de estar lo suficientemente lejos, me paro en la esquina de un callejón sucio y me pongo a llorar. Mis pies no me sostienen, me agacho, rodeando las piernas con los brazos, y apoyo las cabeza en las rodillas. Seré tonta. ¿Qué esperaba? ¿Que me jurase amor eterno? Maldita sea. Pero tengo que seguir adelante, por mi padre, por mi madre, por Max.
Me pongo en pie decidida, me seco las lágrimas con la manga del jersey y me hago una promesa: no volver a llorar por un hombre. No merecen la pena. No voy a dejar que me hundan. Ya no tengo porqué volver a ver a Christian, ahora que tengo a mis padres no necesito el dinero que me proporciona el carterismo. Pero no me siento tan feliz como debería ante ese pensamiento. ¿A quién quiero engañar? Me gusta, mucho. Y quiero verle siempre. Al despertar, al irme a dormir... Basta. Se acabó. Estoy perfectamente sola. No necesito un hombre que me haga sufrir. "Viva la soltería" pienso sin mucho entusiasmo. A partir de ahora en los únicos hombres en los que voy a pensar van a ser en mi padre y en mi hermano.
Me dirijo a casa con lentitud, pensando en Max. ¿Qué tal estará en Harvard? ¿Corriéndose un montón de juergas en una hermandad? Sonrio ante esa perspectiva. Imposible. Conociéndole como le conozco, puedo poner la mano en el fuego a que se tira el día encerrado en su habitación estudiando. Estudiar...¿qué haré ahora yo? ¿Volveré al instituto? Qué haré cuando papá... me horroriza la idea de perderle ahora que le acabo de recuperar. A lo mejor el cáncer se retrasa hasta... ¿hasta cuando? Otra vez haciéndome ilusiones. Debo ser más realista. El cáncer no se retrasará así que tengo que aprovechar estos últimos meses o semanas al máximo.
Llego a casa y no hay nadie. ¿Dónde están papá y mamá? Les llamo a voces, avisándoles de que he llegado pero nadie contesta. Bueno, habrán salido a dar un paseo. Con un bostezo me acurruco en el sofá y empiezo a ver "Dirty Sexy Money". En la media hora que estoy viendo el capítulo me olvido totalmente del mundo real. Ojalá pudiese ser como ellos, que con dinero todo lo arreglan. Quizás de haber tenido su dinero, ahora podría pagarle a mi padre un médico experto en cáncer de Alemania, que le curase. Quizás de tener su dinero podría alejarme de Christian todo lo que pudiese. Quizás de haber tenido su dinero esta historia jamás habría comenzado...
El teléfono me devuelve al mundo real. Con pereza me levanto preguntándome quién llamará. ¿Algún amigo de papá? Lo dudo. No creo que se haya hecho muchos amigos aquí. No porque no sea simpático si no porque debe estar tan concentrado en su cáncer que no se ha molestado en hacer amistades. Seguramente sea publicidad. Descuelgo el teléfono con la intención de decirle que se puede meter sus productos por donde le quepan, cuando oigo la voz de mi madre, chillona por la preocupación, decirme:
-¿Bianca? Estamos en el hospital, quédate en casa, ¿de acuerdo?
-¿Qué se os ha perdido en...?- Y entonces caigo en la cuenta. Papá... Mi mano se queda sin fuerzas para sostener el teléfono, que rebota contra el suelo. No, no...

jueves, 6 de enero de 2011

Capítulo 16. ¡Sorpresa!

Cuando tenía siete años mi madre me preparó una fiesta sorpresa por mi cumpleaños. Yo no sabía nada, obviamente, y me resultaba extraño que no mencionasen nada sobre mi cumpleaños y que cada vez que yo sacaba el tema, ellos se ponían a hablar rápidamente de otra cosa. Yo estaba enfadada y pensaba que se habían olvidado, pero entonces me puse a pensar...¿Y si ocurría algo malo? ¿Y si era como lo de papá? Entonces me entró miedo y dejé de hablar de mi cumpleaños, preocupada.
Dos días después, el día de mi cumpleaños, llegué a mi casa después del colegio y me encontré a toda mi familia y todos mis compañeros en el salón chillándome, más que cantando, el "Cumpleaños Feliz". Más tarde, mi madre me explicó que eso era lo que llevaban planeando toda la semana, que no se habían olvidado. A partir de ese momento empecé a odiar las sorpresas, que me habían hecho preocuparme tanto.

Al día siguiente me despierto temprano, ansiosa por irme a vivir con mi padre. Es increíble como en cinco segundos le había perdonado. Me siento triste al pensar que no nos queda mucho tiempo juntos, pero aprovecharé estos meses al máximo.
Además, tengo otro asunto pendiente: mi madre. No la he vuelto a ver desde que me marché de casa y ahora me arrepiento de no haber sabido ver lo que realmente pasaba. Pienso en ella, en su dulce rostro que a la marcha de mi padre se endureció. En todas esas cosas que la han hecho tomar medidas que de otro modo jamás habría aprobado. ¿Y como será todo ahora? ¿Volverá a ser la misma de antes o seguirá siendo igual? Lo que sí sé es que la tengo que ayudar.
-Hola, papá- saludo con un abrazo. He dejado a Christian en el hotel resolviendo no sé qué asunto y he venido andando hasta aquí. Estoy exhausta.
 Mi padre me sonríe y me devuelve el abrazo, pero en su mirada veo algo como...¿expectación? ¿Qué sucede? De repente una figura sale por la puerta. Una figura en la que llevo pensando todo el camino, y a la que no veo desde hace meses.
-Mamá...
-Hola, hija- saluda con seriedad y tristeza. Mierda. No me he preparado ningún discurso de disculpa por lo de la fiesta y la escapada. Definitivamente odio las sorpresas.
-Mamá, y-yo...-empiezo a tartamudear. ¿Dónde está mi espontaneidad?- Lo siento mucho. Sé que no debería haberme largado así, ni haberte tachado de adúltera, ni haber organizado aquella fiesta en casa...Estaba muy enfadada, no entendía lo que pasaba. Ya sabes que mi cuerpo siempre actua por delante de mi cabeza, que me fallan las neuronas... N-No tengo excusa.
-No, cariño, la culpa es mia. Supongo que la ignorancia ha sido la peor alternativa al final-suspira, cansada.- Debería haberoslo contado. De haberme visto yo en el motel también hubiese pensado eso, y lo de que te escapases de casa...Quizá yo debería haberte escuchado un poco más en vez de haber estado tan pendiente de los cuchicheos de esos hipócritas. Debería haber comprendido que después de lo de tu padre te sentías sola.
-Entonces, ¿no estás enfadada? -pregunto con cautela.- ¿Ni siquiera por lo de la fiesta?
Ella se pone lívida. Joder. Ya la he vuelto a cagar. No lo debería haber mencionado.
-Respecto a eso... No, no estoy enfadada, pero creo que no saliste muy bien parada de aquella excursión a casa ...
Me doy cuenta de a lo que se refiere. Suelto una carcajada amarga.
-No, Amy no resultó ser muy buena amiga, al final. Y por el amor de Dios, no me digas "te lo dije".
-No pensaba decirlo. Suficiente tuviste ya como para que ahora yo te lo restriegue.- Después de un rato añade:- lo siento.
Yo agacho la cabeza cubriéndome con el pelo para que no me vean llorar. Como odio esos momentos de debilidad. Una mano suave se posa sobre mi hombro ofreciéndome apoyo y consuelo, arrastrándome luego a su hombro para poder llorar. Mi padre se acerca por detrás y me acaricia la espalada, tranquilizándome. Me siento como si hubiese vuelto a los cuatro años. Pero falta...
-¿Y Max?- le pregunto a mi madre, ya calmada.
-Le he dejado en casa con Henri.
-¿Con el capullo?- mi madre me dirije una mirada advirtiéndome.-Perdón, con Henri. ¿Por qué no le has traido?
Mis padres cruzan una mirada complice y al final mi padre me dice:
-Todavía no se lo hemos dicho. Tu hermano se piensa que tu madre se ha ido a una reunión de trabajo fuera de la ciudad.
-¿Y cuándo pensáis decírselo?
-No creo...que sea bueno para él saberlo. Quiero decir que ya ha reconstruido su vida en Harvard, es feliz, no queremos que sufra-contesta esta vez mi madre.
-¿Harvard? ¿Le han aceptado?- pregunto incrédula. Mi madre asiente orgullosa. Así que mi hermanito va a cumplir su sueño de ser abogado. Sonrio, orgullosa yo también.
-De todos modos, creo que Max debería saber la verdad. Es fuerte, podrá con ello.
-Ya lo decidiremos. De momento está bien estudiando Derecho.
Dando por zanjado el tema, subimos las escaleras hasta el segundo piso. Los peldaños y la barandilla están limpios, en contraste con el motel. Ya en el apartamento, mi padre me enseña donde voy a dormir. Es una bonita habitación de mediano tamaño, con una cama ya hecha, una cómoda de madera de roble y una mesita de noche de la misma madera, sobre la que reposa una lámpara de noche. En lugar de ventana hay un balcón con vistas al mar, cubierto por unas cortinas blancas.
-Vaya, papá, ¡me encanta!- digo girándome.
-Me alegro.- No me había fijado que al sonreir se le forman unos bonitos oyuelos alrededor de la boca, como a Max. Le echo tanto de menos...
Nos pasamos la mayor parte del día hablando entre los tres. Papá me pregunta como me han ido los estudios, qué tal con mis amigos...Y yo, bajando la cabeza, tengo que contestarle que tengo los estudios totalmente descuidados y que mis amigos no son buena gente -solo hay que tomar de ejemplo a Amy y a Tony-. Exceptuando algunos casos como Mark y otra gente con la que no solía salir demasiado, pero que veía en el instituto.
Hacia las siete de la tarde decido pasarme por el hotel de Christian para contarle todo lo de mi madre. La verdad es que me apetece verle, pero no sé como actuar después de lo del beso de ayer. Quizá para él no significó nada, pero para mí lo fue todo. Christian ha besado a tantas mujeres... y yo, ¿por qué habría de ser diferente a uno de sus ligues? Quizá...No, no soy especial.
Llego a la puerta de su habitación y me dispongo a llamar cuando de repente se abre y sale una bonita muchacha rubia de ojos castaños, que me mira de arriba a bajo y se va por las escaleras por las que acabo de subir yo. Acto seguido aparece Christian detrás de ella, me mira y se pone pálido.