miércoles, 16 de febrero de 2011

Capítulo 26. Stop.

-¿Adónde vamos?-me pregunta papá sonriente. Tiene en los ojos una venda para que la sorpresa sea aún mayor.
-Ya lo verás-le digo yo a cada vez, más ansiosa aún que él.
Le llevo agarrado de la mano para que no se caiga, y le guío detrás de mis pasos. Hace dos noches, cuando volví de la antigua vida de Christian se me ocurrió una idea: llevar a mi padre a la noria, para que recuerde los viejos tiempos.
-Ya estamos aquí- le digo mientras le quito la venda de los ojos. Él me sonrie y me mira con la réplica de mis ojos. Nos sentamos en uno de los asientos de la noria mientras ésta se pone en marcha. Lentamente empieza a girar y yo le agarro de la mano a mi padre mientras cierro los ojos.
-¿Recuerdas la última vez que vinimos aquí?
-Cómo la iba a olvidar... Tu madre y tu hermano nos miraban desde ahí abajo-me señala un punto por debajo de nuestros pies.-Tú alargabas la mano intentando atrapar una nube. Max tenía miedo a las alturas, sin embargo tú... Tú nunca le tuviste miedo a nada. Te encantaba soñar, estabas siempre en las nubes, y cuando te llamábamos sonreias achinando esos ojitos y ya sabíamos que no te habías enterado de nada. Max, al contrario, siempre tenía los pies en la tierra, atento a cualquier cosa. Leyendo, jugando al ajedrez, en sus clases de esgrima... Sois las partes opuestas en todo. Nunca coincidíais y sin embargo nunca regañabais. Sois unos niños estupendos.- Su mirada está fija en el horizonte, como si viese cosas que nadie más pudiese ver. Sus ojos están empañados, pero consigue aguantar.
-Deberías verle. Está hecho todo un hombre. Me ayuda siempre con los estudios, me enseña a conducir y siempre que se lo pido me lleva a cualquier sitio. Estarías orgulloso de él, papá.
-No lo dudo.- Me pasa la mano por el hombro, y me vuelvo a sentir como 12 años atrás en este mismo sitio. Pero hay una leve diferencia, y esque ahora no estoy en la parte más alta de la noria sino en la más cercana al suelo y continuo cayendo. Mi padre me protege pero esa barrera ya no es lo suficientemente fuerte, el mundo me ha herido ya demasiadas veces. Y me acabo de dar cuenta de algo que debería haber sabido hace mucho tiempo, y esque en la noria que es la vida no hay ningún botón de "STOP". Y aunque sea un detalle insignificante ya no puedo bajarme de ella y no mirar para atrás, porque mis recuerdos se han vuelto permanentes e imborrables. La realidad ahora es abrumadora, el cielo se ha vuelto plomizo, pero es en mis ojos donde va a llover. El pulso de mi padre no aguantará mucho tiempo más y yo ya no me siento con ganas para luchar.
La noria para y nos bajamos.
-¿Qué tal está Christian?-me pregunta papá interesado. Lo cierto es que no he vuelto a verle desde hace dos noches, cuando estuvimos en su antigua vida. Le he llamado varias veces al hotel pero nadie contesta y yo estoy empezando a preocuparme. Es posible que haya ido al final a buscar a Billy y a sacarle de esa cárcel que supone vivir donde lo hacía Christian. Pero para evitarle preocupacions a mi padre, contesto:
-Bien, bien.
-Es un gran chico, Bianca. Un tanto imprevisible, a lo mejor. Era imposible sonsacarle nada de su vida. Y aunque no habló mucho, en su mirada vi que te aprecia, y mucho más de lo que tú crees.
Me quedo en silencio meditando sobre ello. No sé qué decirle a mi padre.
Llegamos a casa y papá suelta un suspiro cansado, a pesar de que no hemos andado mucho y solo son las seis de la tarde.
-Creo que me voy a echar un rato- me dice mientras se dirige a la cama. El cáncer sigue haciendo mella.
-Yo voy a salir un rato, papá. Llevo el móvil encima, llámame si necesitas algo.- Asiente con la cabeza y yo salgo por la puerta para ir a ver a Christian.

Saludo al recepcionista del hotel, que me sonrie con cariño. Ya todos se han acostumbrado a mi presencia por aquí y me toman como otro estimado cliente más.
Llego al piso de Christian y llamo a la puerta con los nudillos, mientras rezo silenciosamente porque esté bien. Oigo unos pasos sordos unos segundos antes de que Christian me abra la puerta. Solo la abre unos centímetros, lo justo para asomar su cabeza por el hueco.
-¿Dónde te has metido estos dos últimos días?-le pregunto entre enfadada y preocupada. Entonces es cuando me doy cuenta de que los pasos continuan. Pero no son de Christian, porque él está quieto. ¿Otra chica? El mundo se me viene abajo, no veo con claridad y siento que voy a caer de un momento a otro.
-Ah... No estás solo- consigo articular por fin, como una subnormal.
De repente una cabecilla pelirroja con una gorra de Nueva York se asoma también.
-¡Hola!-me saluda Billy enérgicamente.
-Billy, te he dicho que te quedases dentro-le dice Christian con autoridad.
-No pasa nada, no es Joe, ella es inofensiva, ¿no?
Christian me da un repaso de arriba abajo y responde para sí mismo, sonriendo:
-¿Quién sabe...?
Abre la puerta del todo invitándome a entrar.
-Billy, vete a duchar. Te he dejado la ropa en esa silla- le señala una butaca al lado del baño.
Christian y yo nos sentamos a un lado de su cama.
-Así que al final le fuiste a buscar.
-No podía dejarle allí, es un crío.
-¿Tuviste muchos problemas?
-Me encontré por el camino con Joe y Bob...-tuerce el gesto.- No soy muy bienvenido por allí, ¿sabes?
-¿Quienes son Joe y Bob? Les he oido mencionar anteriormente.
-Joe es ese chico moreno que conociste, el que era mi mejor amigo. Y Bob era el cabecilla de una de las peores bandas de  la ciudad. Una verdadera bestia. No peleaba limpio, te sacaba una navaja cuando menos te los esperabas.
-¿Es el que le hizo la cicatriz a Billy?- Pregunto horrorizada. Él asiente y noto su cabreo.
-Por cierto,-añade cambiando de tema,- fui a ver a Max.
Levanto la cabeza sorprendida e interesada.
-Le expliqué toda la historia y me ofrecí a llevarle en la moto, pero rehusó y compró un billete de tren. Llega mañana a las 7.
-¿Y mi madre? ¿Se enteró?
-No. No estaba en casa.
-Perfecto.
-¡Christian!-llama Billy desde el baño. Y yo aprovecho ese momento para despedirme y salir de allí.

sábado, 12 de febrero de 2011

Capítulo 25. Vuelven los problemas...

-¿Qué se te ha perdido por aquí? ¿Has decidido volver después de un año?
-Una visita cultural- dice Christian encogiéndose de hombros.- No volvería ni muerto.
-Claro que no. Christian siempre fue mucho mejor que nosotros... ¡Él tenía un futuro brillante!- Su voz suena con ironía mientras rie desdeñosamente. Christian aguanta con la mirada fija en él.
-Yo al menos lo intenté. Intenté salir de este vertedero mientras tú holgazaneabas por las esquinas, con la envidia corroyéndote.
-No necesito salir de aquí. Este es mi lugar y también era el tuyo.
-No. El mío nunca lo fue. Mi sitio estaba ahí afuera. Junto al tuyo si hubieses querido.
-Yo no quería un sitio en un lugar donde los hipócritas abundan y las falsas promesas te aguardan a cada esquina. Y hubo un tiempo en que tú tampoco.
-La gente cambia, madura. Y tú sigues anclado en el pasado.
-Ahora que tienes novia ya todo es diferente, ¿no?-me mira con desprecio, como si fuese la culpable de todas sus desgracias. Yo me límito a enrojecer como una éstupida, sintiéndome muy violenta de repente.- El Christian que yo conocí jamás se hubiese atado de esa manera.
-No tengo novia, pero sí: ahora todo es diferente. El Christian que tú conociste era un niñato estúpido de 15 años.
-Pues ese niñato era mi mejor amigo.
De acuerdo. Para. Rebobina. ¿Su mejor amigo? ¿Qué? Entonces Christian llegó a tener una vida de verdad aquí, y por el aspecto de su antiguo mejor amigo, no era muy buena. ¿Qué le sucedió?
-A lo mejor recuerdas a Billy. ¿O tampoco te acuerdas de él?
Un niño pelirrojo, con una gorra sucia y rota de Nueva York, seguramente robada, se acerca a nosotros. Por su altura y su cara aniñada solo debe de tener unos 13 años. Tiene una cicatriz que le recorre toda la mejilla derecha, como una marca de una pelea. Algo que aunque su mente olvide, su cuerpo estará ahí para recordárselo. Christian le mira, y otro destello de reconociemiento brilla en su mirada, que se ablandado y llenado de calidez.
-¿Quién te hizo eso, Billy?-le pregunta con suavidad, como le preguntaría a su hermano pequeño. Billy le sonrie, y el chico moreno le mira con dureza, diciéndole con los ojos que no debe ser clemente.
-Fue Bob... Nos metimos en una pelea, Christian, una de las gordas. Fue una semana después de que te fueses. Bob estaba cabreado, y ya sabes lo que ocurre cuando se le suben los humos. ¿Porqué te fuiste? Sólo tú le habrías detenido.
Christian se adelanta sin importarle los demás y le abraza con fuerza, intentando crear una barrera entre Billy y el mundo. En un gesto protector y afectuoso. El niño le devuelve el abrazo con fuerza, ante la desaprobadora mirada del antiguo mejor amigo de Christian.
-Ven con nosotros, Billy.
-¡Déjale! ¡Él no se va a ir a ningún lado!- el moreno ha explotado al final. Una vena situada en su frente empieza a palpitarle con fuerza y rabia. Su boca en una mueca furiosa deja ver todos sus dientes. Christian se aparta de Billy, y le mira con indiferencia, como si no le viese realmente, o como si estuviese miarando dentro de su alma.
-¿Quién se lo va a impedir? ¿Esque acaso tú riges ahora su vida?
-Billy no irá contigo.
-¡Pero yo quiero ir!- Grita Billy desesperado. Puedo ver en sus ojos la angustia que siente, las noches en vela con miedo a que su vida se vaya de una vez por todas al garete. El chico moreno sigue mirando a Christian con repulsión, y la vena en su frente parece que realmente empieza a cobrar vida propia. Sus manos se cierran en puños a sus costados, esperando el momento para asestarle un golpe a Christian. Y entonces llega mi momento de actuar.
-Vámonos, Christian, vámonos...-Le imploro en un susurro, agarrándole de la manga de la cazadora.
-¿Así sigues solucionando las cosas?-le pregunta Christian al que una vez fue su mejor amigo, ignorando mi pregunta.- ¿A puñetazos?
Los dientes del moreno chirrian con fuerza y en su mirada un destello acerado le advierte. Entonces es cuando Christian decide hacerme caso y darse la vuelta para ir a la moto. Los chicos que acompañan al chico moreno siguen en el mismo sitio, mirando con leve interés a Christian.
Entonces, como un tigre en pleno ataque de rabia, el antigua amigo de Christian se lanza contra él, con el puño en el aire. Es tan rápido que no me da tiempo ni a chillar para advertirle a Christian, pero no había contado con que mi compañero es mucho más rápido. En un segundo y sin saber muy bien como ha sucedido, me encuentro a Christian agarrando del cuello, contra el suelo a su antiguo mejor amigo. No tengo ni idea de como lo ha hecho, pero Billy y los demás los miran con respeto, comprendiendo que Christian sigue siendo el mismo. El chico moreno suelta una risotada que le hace parecer un psicópata mientras dice:
-Este sí que es el Christian que yo conocí. En el fondo sigues siendo el mismo.
Christian le suelta y se sube a la moto. Me monto detrás y me pongo el casco corriendo, deseando salir de aquí cuanto antes.
-No, no lo soy.- Y mirando más allá del chico moreno, que se ha vuelto a incorporar, intentando recuperar algo de dignidad; se dirige a Billy:- Volveré a por ti.
Y emprendemos la marcha fuera de su antigua vida, y espero para no volver ya más. Cierro los ojos con fuerza, apoyándome en su espalda, intentando olvidar esta última escena. Quizá volver al pasado no haya sido la mejor idea...

miércoles, 9 de febrero de 2011

Capítulo 24. Fighter.

-Y aquí es.
Estamos ante un maltrecho edificio de las afueras de la ciudad. Abandonado e inclinado hacia el suelo, en un vano intento por sentarse a descansar. Como una mole cuadrada y sucia que recuerda a una alcantarilla en forma edificada. ¿Cómo pudo vivir aquí? Este sitio es apestoso y lleno de mala gente que mira la moto al pasar, deseando robarla para sacar algún dinerillo sucio que gastarán seguramente en drogas.  Me señala su antiguo apartamento, encima de una bolera que no luce desde años atrás, rota por las peleas y la falta de dinero. Me fijo en el suelo de las calles. Agujas que contuvieron una vez Hachís yacen en la acera a la espera de un yonki al que transmitirle el sida. Sombreros rotos llenos de manchas de color rojo decoran algunas esquinas, y carteles que imploraban una misericordia que ninguno estuvo cerca de sentir, descansan en medio de la carretera.
-¿Cuántos años pasaste aquí?
-Por suerte solo uno.- Me echa una rápida ojeada.- No me tengas lástima, podría haber sido mucho peor. Podría no haber salido nunca de este antro.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal. De haber sido así, ¿cómo sería ahora? Quizá ni siquiera estaría vivo para contarlo. Lo que significa que yo tampoco estaría viva.
Christian le dirige una mirada amenazadora a un hombre zarrapastroso que pasa demasiado cerca de su preciada Honda. El vagabundo agacha la mirada y acelera el paso, alejándose. Christian me mira con tranquilidad, pero yo ya he visto lo que acaba de hacer y me parece extraño.
-Inspiras respeto por aquí. Apuesto a que de haber venido yo sola ya me hubiesen dado una paliza y robado la moto.
-Seguramente- me confirma en vez de tranquilizarme.
-¿Es que te tienen miedo?
-Más bien respeto. ¿Dónde crees que aprendí a luchar?-No me deja oportunidad de contestar y continúa:- en sitios como este solo tienes dos opciones: aprender rápido o morir. Es ley de vida. Tuve que salir adelante, arriesgar mi propia integridad física y casi mi vida para no acabar muerto en el asfalto como tantos otros. Jamás me gustó la violencia y sigue sin gustarme. Y no por cobardía, sencillamente porque creo que es la alternativa desesperada de las bestias que no saben solucionar las cosas a base de simples palabras. Pero si de ello depende una vida, ya sea la mia o de otra persona indefensa, no me importa pasar a los puños -me mira en ese momento y sé que los dos estamos recordando la noche en que ese bruto del hotel me atacó. Pero también recuerdo ese beso que vino a continuación y tengo que mirar para otro lado. Él sigue mirándome intensamente, clavando los dos hielos de su cara en mí, pero me es imposible adivinar lo que cruza por su mente.-Aprendí a luchar por mi cuenta. Me metía en peleas y ahí estaba yo solo contra seis. Después de acabar tres meses seguidos inconsciente en un portal mugriento, aprendí que la rabia solo me hacía más vulnerable, que tenía que controlarme. Gracias a esa lección aprendí a pelear y mejoré mi técnica de robo, y ese fue mi billete de salida de este sitio.
Le pongo una mano en el hombro, recordándole que ahora todo va bien, que estoy con él. Y decido cambiar de tema pues este es muy oscuro.
-Antes me has dicho que seguiste estudiando. ¿No te fuiste del colegio?
-Sí que me fui. Una vez que me marché de casa de mi padre dejé toda mi vida atrás, incluyendo el instituto. Pero no quería acabar como un ignorante, así que intenté conseguir libros robándolos, y me pillaron. La primera y última vez que alguien me pilló. Dos matones de metro noventa me dieron una paliza casi mortal, y en esas estaba cuando Hugh me encontró. Espantó a los matones y me llevó a su bar, donde me curó las heridas y me preguntó que había sucedido. Yo le conté la historia, poniendo como excusa que solo quería estudiar. Y él, tan generoso, se ofreció para proporcionarme los libros que me hiciesen falta. Hugh me salvó la vida, se convirtió en casi un padre para mí...
Una sonrisa vuelve a iluminarle la cara, al pensar que al menos la bondad todavía no se ha erradicado del todo en este mundo.
-El bar donde hemos cenado fue mi segunda casa durante todos estos años. Hacía meses que no iba por ahí... Hugh me enseñó a tirar dardos, a jugar al billar y por desgracia, todos los artistas de música Country que han existido jamás.- Suelta una risa divertida y yo recuerdo la música de fondo que sonaba mientras cenábamos.- Pero luego decidí irme después de un año. Las peleas eran cada vez más frecuentes, la bolera era el punto de reunión de las peores bandas de la ciudad, y empezaron a atacar con pistolas. Nunca he temido por mi propia vida, en realidad. Después de lo que pasó con mi padre, sentía que no valía nada. Pero después de acumular una bonita cantidad de dinero robado, la buena vida se me antojó bastante atractiva. Y ya llevo dos años viviendo en el hotel.
-¿No vas a volver con tu padre?
-No. No, creo que no. Estoy bien solo, la independencia es lo mejor que me podía pasar. No estoy preparado para una nueva madre. La que tuve fue suficiente.
Miro el reloj y me doy cuenta de que ya son las 11 de la noche, y que me caigo del sueño.
-Creo que deberíamos volver-digo soltando un bostezo, con el que juraría que Christian me ha visto hasta la campanilla.
-¿Qué hora es?
-Las 11. Perfecta hora para dormir.
Noto como sus hombros se tensan y su mandíbula se contrae.
-Sí, deberíamos irnos.
-¿Qué sucede?
-Este sitio no es un buen lugar de noche. Ni siquiera de día, pero es mucho peor de noche. A las 11 es cuando realmente comienzan los problemas, y no quiero que te veas envuelta en ninguno.
Me agarra del brazo y nos subimos a la moto corriendo. Me pongo el casco rojo mientras él arranca. Estamos saliendo de la calle a toda velocidad, cuando una banda de chicos vestidos de negro nos sale al paso.
Christian frena la moto bruscamente, en lateral,  a menos de 50 centímetros de ellos. El que parece el jefe de todos, que se encuentra en el centro, un chico de pelo grasiento moreno que le cae por la altura de las orejas, y los ojos negros y vacíos de toda emoción, mira a Christian. Poco a poco se le va formando una sonrisita desdeñosa en los finos labios.
-¿Bici nueva, Christian?- Y girándose hacia mí, recorriéndome con la mirada, añade:- ¿O mejor chica nueva?
Miro a Christian y descubro un destello de reconocimiento en sus ojos. Como siempre, no deja traslucir nada, pero no creo que esté muy contento de verle.
-Ojalá pudiese decirte a ti "cerebro nuevo", pero veo que sigues siendo igual de gilipollas que como te recordaba- replica a su vez Christian. La sonrisa de la cara del chico se borra y compone una mueca de odio.
Y es entonces cuando de verdad tengo miedo. Miedo porque hemos encontrado problemas, y porque como me desaconsejó Christian, yo estoy en medio.

sábado, 5 de febrero de 2011

Capítulo 23. Todo bien... ¿durante cuánto tiempo?

Los días pasan y yo cada día me siento más dichosa y más triste a partes iguales.
Mi padre ha vuelto a casa, pero le noto más delgado y débil. Mi madre sin embargo, regresó a casa con Max y con el capullo... Ya no-capullo.
 Paso los días con mi padre hablando, riendo, meditando o simplemente en silencio. Absorbo cada una de sus sabias palabras para que me sirvan de reserva y guía cuando él ya no esté. Realmente me había olvidado de lo que era vivir...
Me habla sobre cuanto nos echaba de menos, y lo ansioso que estaba de ver a mi madre cada mes para que le contase todos nuestros avances. Me cuenta que mamá estaba desesperada conmigo, que se creía una mala madre y que pensaba en qué era lo que podría haber hecho mal. Yo agacho la cabeza en esos momentos y me disculpo por haber sido tan egoísta. Él sin embargo, me dice que no debo pedir disculpas, que mi arrepiento muestra el gran corazón que tengo. Me cuenta también que cuando descubrió su cáncer decidió venir aquí, pero que después de ahorrar unos años se puso a viajar y ha recorrido media Europa. Dice que cuando estaba en Alemania, viendo el muro de Berlín, se dió cuenta de algo en lo que jamás se había fijado: «la vida es breve, hija mía, disfrútala sin miedo, porque habrá cosas que te hagan daño y cosas que sean indoloras, pero siempre, siempre, vas a aprender de ella. Quién no arriesga no gana, ¿no es eso? No dejes nunca de jugar por miedo a perder. No vayas por el camino fácil y sin piedras, porque las enseñanzas se encuentran en el otro, y cuando llegues al final te darás cuenta de que la satisfacción es mucho mayor cuando hay errores durante el camino. Vive, cielo mio, vive y aprende.» Mis ojos se llenan de lágrimas que no voy a dejar desbordar mientras pregunto:
-¿Tú has vivido, papá? ¿Has aprendido?
Él asiente y contesta:
-Todo me lo habéis enseñado vosotros.
No aguanto más. Mis lágrimas desbordan pero aguanto con la mirada al frente, escuchándole. Le oigo decir que siempre recordará los años junto a nosotros como los años más felices de su vida, y me agarra la mano con fuerza. Entre lágrimas sonrio, pensando en la vida que ha llevado mi padre a pesar del cáncer. Y sé que morirá feliz, sabiendo que no deja nada pendiente aquí en la Tierra.
Entonces es cuando llegan las 7 de la tarde y mi padre se va a dormir, exhausto. En esos momentos yo aprovecho para irme hasta el hotel de Christian y planificar como vendrá mi hermano hasta Santa Mónica. Ahí empieza la eterna discusión.
-Puedo ir perfectamente a buscarlo en moto-razona él.
-Max les tiene auténtico pavor a las motos. No se montará ni loco.
-Algún día tenía que superar ese miedo-se encoge de hombros.
-Le iré a buscar en tren.
-Perderás horas en ir en tren.
-¿Y cuánto tardarás tú en moto?- replico voraz.
-Mucho menos. De todos modos, ¿qué importa? Todo tiempo es escaso para ir en mi Honda-sonrie mientras le da unos golpecitos al sillín.
-Pero Max no aguantará más de una hora ahí.
-Entonces tardaremos 59 minutos. Ya está. Solucionado.- me sonrie con picardía sin admitir réplicas. Acabo por dejarlo y darle la razón. Es cierto que perdería mucho tiempo y dinero yendo en tren, y mucho más si seguimos discutiendo. Poniendo los ojos en blanco me subo a la moto y me pongo el casco. Christian me mira, preguntándose qué estoy haciendo.
-¿Esque no me vas a llevar a dar una vuelta? Te creerás que he venido aquí para nada...
Sonriendo se sube delante mio y arranca la moto. Me agarro a su cazadora de cuero y cierro los ojos automáticamente. Siento como pasa el tiempo a la vez que vamos dejando las edificaciones atrás. Pego mi mejilla a su espalda y abro un poco los ojos para disfrutar del paisaje que alcanzan a ver mis ojos.
Christian frena la moto poco a poco en un callejón de la ciudad. Me empieza a entrar el miedo. Las calles están sucias, sin apenas iluminación, estrechas y apestando a un olor nauseabundo, no me transmiten ninguna confianza. Una persona se dirige hacia el fondo del callejón tambaleándose, borracho.
-¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí?-El agobio se me nota en la voz, que tiembla y sube una octava. Christian me mira con tranquilidad mientras alza una ceja en un gesto realmente sexy.
-¿Esque ya no confias en mí?- Está claro que confío en él pero este sitio...- ¿Has cenado ya?
De acuerdo, solo me va a invitar a cenar, no hay que alarmarse.
Cálmate, Bianca, todo está bien. Nos dirigimos hacia un callejón estrecho donde un par de locales sucios compiten por la clientela. Yo sigo a Christian hacia una puerta sobre la que cuelga un maltrecho cartel que dicta "Boulevard". La letra "d" está fundida, y a medio camino hacia el suelo. Christian empuja la desvencijada puerta y se aparta con una sonrisa pícara para dejarme pasar. Una vieja música country se instala en mis oidos, y una algarabía desordenada de sofás rojos se extiende ante mis ojos. Es como si un gigante hubiese tirado multitud de sofás sin ton ni son, descuidadamente. En una esquina un poco más oscura hay una mesa de billar y una diana sobre la que un hombre barbudo proyecta dardos sin conseguir dar en el centro.
Pasamos entre las mesas, mientras veo por el rabillo del ojo como Christian saluda con un leve cabeceo al camarero. ¿Cuántas veces habrá estado aquí antes? Sin demora, el camarero y creo que también propietario del bar se acerca.
-¡Muchacho! ¿Dónde te has metido en estos últimos meses?-Puedo distinguir en su voz un acento sureño, de Oklahoma diría yo.
-Ya me conoces, de un lado a otro.- El propietario se rasca la incipiente barba gris con una mano mientras que con la otra le aprieta el hombro a Christian. Es un leve contacto en el que se puede ver toda la confianza que los une. Christian le sonrie enseñándole todos los dientes, y en la mirada guarda un halo de misterio. Me fijo un poco más en el propietario, intentando adivinar de qué se conocen. Tiene el pelo gris rapado, se cubre la oronda barriga con una camisa de cuadros, y posee una incipiente barba que no para de acariciar. Seguramente tenga un nombre como propietario-Bob o algo por el estilo.
Y entonces llega el peor momento de la noche. Notando mi mirada sobre él se gira hacia mí, con un nuevo brillo de interés reluciendo en sus ojos metálicos.
-¿Hoy traes acompañante?-le dice a Christian. Y girándose hacia mí me susurra:- Entonces deberías sentirte afortunada.
Y con esa última frase que dará vueltas en mi cabeza en los próximos días, se marcha.
-Explícame eso que ha dicho...-le ordeno inmediatamente. Sé que aunque propietario-Bob lo haya susurrado, es imposible que algo se le pase por alto a Christian.
-¿Qué hay que explicar? Estás con un tio genial, ergo eres afortunada-sonrie bromeando.
-Uummm...-murmuro sin convencimiento. E inclinándome hacia él le digo- Confiesa: ¿A cuántas has traido aquí?
Tiene un brazo apoyado detrás de la silla con pasividad, mientras juguetea con unas llaves. Y me mira largamente quemándome con sus ojos de hielo.
-¿En cifras?.- Asiento esperando una respuesta, pero él sigue mirándome. Hasta que al fin contesta:- Cero.
-¿Cero? Debo admitir que esperaba algo como "a todas" que serían unas 50.
Suelta una carcajada y niega con la cabeza.
-Este es mi sitio privado. Un mal lugar que me ha acogido durante años, independientemente de mis actos. Traer a una chica aquí sería como darle a tu enemigo los planos de tu arma.
-¿Estás insinuando que no soy una chica o que me estás dando los planos de tu arma?
-Ninguna de las dos cosas. A lo que me refiero es que nunca traería aquí a una chica de la que mañana no me acordaré porque sería abrirle una parte de mi mundo a una persona que no lo entendería. Quizá por eso te ha dicho Hugh que eres afortunada, porque eres diferente.
No especial ni rara, solo... diferente. Christian acaba de expresar absolutamente todo lo que he sentido en estos años.
Así que propietario-Bob se llama en realidad Hugh... Jamás lo hubiese imaginado.
-¿De qué conoces a Hugh?
Christian se encoge de hombros.
-Me proporcionaba los libros suficientes para poder seguir estudiando.
-¿Estudiando? Creo que te saltaste ese capítulo de tu historia...-le digo recelosa.
-Un capítulo aburrido que te contaré después de cenar.- Mira por encima de mi hombro, y cuando me giro para ver qué está mirando, me encuentro a Hugh trayéndonos unas bebidas y unas hamburguesas.
-Vodka con limón para la señorita y una Coca-cola para el muchacho- dice con su acento nasal.
Deja la comida encima de la mesa y se aleja mientras le damos las gracias.
-¿Cómo estás tan seguro de que me gusta el vodka y la hamburguesa?-le pregunto.
-El vodka es por que lo pediste cenando con mis padres y la hamburguesa es imposible que no te guste, esta no.- Me doy cuenta de que ha dicho "mis padres" y no "mi padre y su esposa", lo que significa que les ha aceptado de verdad de nuevo.
Le doy un mordisco a la hamburguesa y me doy cuenta de que tiene razón, está deliciosa.
-Ummm...De acuerdo, es la mejor que he probado en mi vida.- Me enseña todos los dientes antes de empezar él con su cena.-Tú pediste una cerveza en la cena y hoy has pedido una Coca-cola. ¿No bebes?
Niega con la cabeza:
-Nunca. De los errores se aprende, incluso de los que no son tuyos.
Ahora lo dice con tranquilidad, sin dejar traslucir ninguna emoción, igual que antes, pero a pesar de todo sin rencor. Yo me como la hamburguesa como puedo, chorreante de ketchup, mostaza y mayonesa. Él la come igual que yo pero sin mancharse ni siquiera las comisuras de la boca. ¿Cómo lo hace?
Acabamos de cenar y Christian va a pagar la cuenta, pero Hugh le impide sacarse la cartera del bolsillo diciéndole:
-Hoy os invito yo. Por los viejos tiempos.- Le da una palmada en el hombro y me guiña un ojo con soltura.
-¿Billar?- Dice escueto Christian, mientras Hugh se aleja, señalando la mesa vacía. Me encojo de hombros y camino hacia ella. Christian agarra un palo y me lanza otro con profesionalidad, colocando después las bolas.
-Empiezas tú. Pero, ¿qué te parece si apostamos algo? Así tendrá mucha más gracia, créeme- dice persuasivo. No tengo miedo de perder así que acepto.-Si ganas tú...¿qué quieres?
-Me enseñarás a conducir tu Honda.-Me sonrie asintiendo.-¿Y tú?
-Ya lo decidiré.
Coloco la bola blanca y me inclino hacia el palo guiñando un ojo, con confianza. Dos bolas a la esquina derecha y una a la izquierda. Christian suelta un silbido.
-No se te da mal... ¿Dónde aprendiste?
-En los bares de mala muerte que solía frecuentar. Siempre ganaba.
Después de otro turno sin conseguir nada (parece que el tiempo me ha pasado factura), le toca a él. Tira pasándose el palo por la espalda con chulería, y yo me rio pensando que no dará ninguna. Imaginad mi sorpresa cuando mete cuatro bolas en una esquina y tres en otra. Quedan 15 bolas, entre ellas el número 8, el 5, el 2, el 10, y el 15.
-¿Quieres cancelar la apuesta?- Me pregunta riendo.
-Nunca. Voy a ganar.- Todavía puedo conseguirlo.- ¿Y si gana el que meta el número 8?-propongo, aumentando la emoción.
-¿Por qué no?
Pongo el palo rozando la bola blanca. Saco levemente la lengua pensando que me dará más suerte. Echo el palo un poco para atrás y lo muevo hacia delante con brusquedad. La bola blanca golpea a la número 8, que se dirige a la esquina izquierda con lentitud. Ya estoy cantando victoria cuando me doy cuenta de que la bola ha rebotado a un milímetro del agujero y se ha ido lejos de él. ¿Cómo es posible tener tan mala suerte? Con una risita Christian se coloca y apunta hacia la bola blanca, pero hacia el sentido contrario que donde se encuentra el número 8. ¿Qué está haciendo? Comprendo lo que pretende al ver la bola blanca salir disparada hacia un extremo de la mesa, rebotar y golpear la bola 8, que se mete en el agujero.
-¿Dónde narices has aprendido tú?-pregunto estupefacta, todavía con la mirada clavada en el agujero por donde ha desaparecido el 8.
-Aquí mismo, preciosa.- Y añade en un susurro acercándose:- Y por si se te había olvidado, he ganado y me debes un deseo.
Nos acercamos a la mesa donde hemos cenado y recojo mis cosas, preparándonos para marcharnos. Mientras salgo por la puerta, Christian se queda hablando con Hugh, agradeciéndole por enésima vez la cena. Y en un gran acto se dan un abrazo que no deja de ser muy viril. Me alcanza en la puerta y ninguno menciona nada de lo ocurrido. Creo que es hora de que me explique la parte de la historia que se saltó.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Capítulo 22. Poker Face.

Caminamos por la calle en silencio. Christian y yo. Cada uno piensa en sus respectivos padres y ninguno se atreve a expresarlo en voz alta. No hay necesidad de decirle al viento cosas que nuestros silencios ya rebelan. Con un suspiro Christian se pasa la mano por el pelo y rompe el momento con 4 simples palabras:
-¿Te hace un poker?
Esto me deja perpleja de verdad. ¿A qué viene esa idea? Me fijo en que su mano señala algo que cuelga por encima de su cabeza. Un cartel luminoso en letras rojas parpadeantes que se presenta como «Casino Las Vegas». "Verdaderamente original" pienso con ironía. Seguramente dentro aguarda un tugurio maloliente lleno de hombres borrachos. Me encojo de hombros y le sigo dentro del local.
Al contrario de mis expectativas, el "tugurio maloliente" es en realidad un lujoso casino de verdad con máquinas tragaperras, ruletas y naipes. Y los "hombres borrachos" resultan ser caballeros con smokin. Nunca había estado en un casino de verdad, pero en algunas fiestas acostumbrábamos a jugar a juegos de este estilo. Debo admitir, no sin cierto orgullo, que yo era bastante buena. Gracias a semejantes entretenimientos mis pertenencias aumentaron un poco. No solíamos apostar dinero sino ropa, relojes, collares... Gracias a semejantes entretenimientos mis pertenencias aumentaron un poco. Pero no era demasiado difícil ganar con la mitad de los jugadores borrachos, colocados, o ambas cosas a un tiempo.
Christian se dirige directo hacia una mesa en la que un señor reparte piezas y cartas a diestro y siniestro. Mi acompañante demuestra su galantería apartándome una silla para que me siente mientras él se sienta justo enfrente en la mesa. Esto se parece extrañamente a una película de James Bond, y no me desagrada en absoluto. Los sonidos de las máquinas tragaperras constituyen la banda sonora del casino, en un concierto de sonidos metálicos.
Los demás jugadores se van sentando uno por uno en la mesa pero yo ni siquiera me fijo en ellos, mis ojos solo pueden mirar a Christian. Que me devuelve la mirada con los ojos azules desafiantes, retándome a apostar. Se reparten las cartas y su cara se transforma en una máscara de piedra que no deja entrever ninguna emoción. Recuerdo como se jugaba, como se ganaba. Debería observar a los demás, analizar sus posturas, pero apartar ahora la mirada de él sería el mayor pecado cometible. No hace ningún gesto delator mientras mueve sus fichas. Y me doy cuenta de que aunque entrar en el juego fue fácil, salir de él no lo será tanto. Supongo que el poker es como la droga: están los adictos, los que se arruinan, los juegos ilegales, y sobretodo, que por apostar por ello te quedas sin nada.
Los jugadores se retiran lentamente, y yo sigo con la mirada en el mismo punto. Desvio la vista de Christian solo para mirar los naipes que se encuentran entre mis largos dedos. Escalera de corazones con un nueve, una sota, un caballo y un rey. Sonrio hacia mí, felicitándome por mis jugadas. Le miro, desafiándole a luchar. Coloco las cartas sobre la mesa de una vez por todas, enseñándole las 4 cartas que estoy segura me harán ganar. Él, taimado, coloca las suyas despacio.
No lo puedo creer. Poker de ases.
Despacio dejo caer mis cartas, rindiéndome. Desde el principio debería haber sabido que contra él nada tenía que hacer. Yo siempre fui buena jugadora, pero él es mejor. Y debí tener más cuidado, porque en esta partida aposté mi corazón.

Capítulo 21. La cena.

-Siento llegar tarde.
Me siento al lado de Christian en el restaurante mientras me quito el abrigo, descubriendo mi vestido más corto y ceñido. Negro, salvaje, cubriendo la espalda con una fina línea que lo sujeta. Le doy un largo beso en la boca a Christian, dejándole a él y a todos impresionados. Cuando nos separamos para respirar me fijo en nuestros acompañantes. El padre de Christian es alto, con una espalda ancha que a duras penas cabe en la silla, y una calva incipiente, como un claro en el bosque de pelo oscuro que es su cabeza. Sus ojos castaños me miran con incredulidad, mientras se pasa la mano, incómodo, por la camisa blanca que lleva. Desde luego, ya sé a quien ha salido Christian, con ese pelo rubio, y no ha sido a su padre. ¿Cómo debe de ser su madre?
Su mujer, la señora Cantry, es una amable señora un tanto entrada en carnes, bajita, que no para de sonreir, más incómoda todavía. Estamos recostados en unos sillones pegados a la pared, enfrente de ellos, que me miran con los ojos abiertos de par en par. Les dirijo una sonrisa deslumbrante, tras la que se esconde toda mi antigua maldad deseando salir a flote de nuevo. «Haz todo aquello que cabrease a tus padres», me había dicho Christian el día anterior. Perfecto. Me lo voy a tomar como un placentero viaje al pasado, a los liberadores planes malvados.
-Buenas tardes, soy Bianca Moone, la prometida de Christian- saludo echándome el pelo hacia atrás y mirando a Christian, que me sonrie sin impresionarse, como si ya esperase esa jugada por mi parte. Estiro mi mano izquierda hacia ellos, para que puedan admirar el símbolo de nuestro compromiso. Al salir del edificio donde vivo con mi padre me encontré con el anillo de Onix en perfecto estado y decidí jugar una nueva carta. El padre de Christian boquea incrédulo, pensando que sus oidos le han jugado una mala pasada. Su mujer sin embargo no hace ningún gesto. Se queda lívida, mirándonos fijamente. Parece que se va a desmayar.
-¿Qué quieres decir con... prometida?- consigue articular por fin el señor Cooper.
Me giro hacia Christian, y le reprocho con una falsa voz aguda, llevándome las manos a la tripa:- Pero Christian, cariño, ¿por qué no se lo has dicho?- y girándome de nuevo a su padre, proclamo:- ¡Van a ser ustedes abuelitos!
Sonrio de oreja a oreja, tomando a Christian de la mano. Él rie silenciosamente, haciendo temblar nuestras manos enlazadas.
-¿La has dejado...embarazada?- pregunta su padre, pronunciando la última palabra con una voz aguda que no va demasiado acorde con su aspecto. Gordi-Cantry se limita a ahogar un grito y a abanicarse con el menú.
-Bueno...en realidad, no sabemos si ha sido él...
-Pero le cuidaré como a un hijo- promete Christian, siguiéndome el juego.
-¿A qué te dedicas, Bianca?- me pregunta el señor Cooper, temiéndose lo peor. Y yo le complazco contestándole con orgullo:
-Pues verá, trabajo en un respetable club de alterne, en la carretera-. Otra exclamación sorda de Gordi-Cantry. Definitivamente se va a desmayar.
-¿Han decidido qué van a tomar, señores?- nos interrumpe un joven camarero, mirándome solo a mí. Un ruido producido por "mi suegra", le hace girar la cabeza.- ¿Se encuentra bien, señora?
Ella asiente, pálida.
-No se preocupe, es solo la emoción- le sonrio.
-Tráiganos una cerveza, para mí, y...¿qué quieres, papá?- denoto una nota extraña al pronunciar la última palabra, un cambio de tono, como si le costase pronunciarla debido al tiempo que ha estado sin utilizarla. Le acaricio la mano en un gesto de apoyo, y él me la agarra con fuerza.
-Agua- le sonrie a Christian, que le mira con fijeza, sin tragárselo. Señalando a Gordi-Cantry, añade: -Y lo mismo para ella.
-Vodka con limón, porfavor- pido yo.
Cuando el camarero se retira, el padre de Christian sigue en la conversación:
-¿Y hace cuanto que estáis juntos?
-¡2 meses! Tanto tiempo... Parece que fue ayer cuando la vi- contesta Christian mirándome.
-¡Esque fue ayer!- grita Cantry.- Apenas la conoces y te vas a casar con ella... Que no es nada menos que una... ¡Una prostituta!
-¿Qué hay de malo en mi trabajo, señora?- elevo la voz, haciendo un esfuerzo soberano por no llamarla Gordi-Cantry.
-¡Basta!- Grita el señor Cooper. Christian, sin embargo, permanece imperturbable, mirándole con un aire de interés brillando en sus ojos de hielo.- Si se quieren no importa. No importa su trabajo, ni el padre de su hijo, ni de hace cuanto que se conocen. No importa nada. Solo ellos dos.
Es la primera vez que veo a Christian sorprenderse, delatándose por levantar las cejas. Él que siempre lo controla todo y jamás nada le pilla desprevenido. Por fin abre la boca para dirigirse a su padre sinceramente, en tono quedo, acercándose a la mesa:
-¿Y qué hay de ti? ¿La quieres? ¿Has cambiado de verdad? ¿O solo es otra mentira para beberte tus botellas a escondidas?
-La quiero. Como a nadie. No he probado ni gota de alcohol desde que la conozco- susurra con la cabeza gacha, esperando la aprobación de su hijo. Por debajo de la mesa Gordi-Cantry le agarra la mano y se la aprieta, apoyándole. Intercambian una sonrisa medio feliz y amarga, por la que pasan todos los momentos que han pasado juntos, y eso le da fuerzas para levantar la cabeza y mirar a Christian a los ojos.- Hijo, sé que no puedo volver al pasado y arreglar todo lo que te hice sufrir. Sé que no puedo enmendar mis errores, ni devolverte tu infancia para que esta vez puedas vivirla de verdad. Lo único que puedo hacer es arrepentirme y reprocharme no haber sido buen padre de mi hijo, y haber elegido la bebida antes que a ti.- Christian le mira a los ojos sin dureza ni renuencia ahora.- No pretendo que me perdones y lo olvides, solo quiero empezar una nueva vida y que esta vez tú estés en ella.
Miro a Christian y por un instante puedo ver al niño de antaño. Un infante con cara de ángel que ha tenido que crecer. En sus ojos puedo ver el dolor que ha aprendido a ocultar tras años de entrenamiento, el sufrimiento que jamás le marcó fisicamente, sino en lo más profundo de su alma. Y al igual que Christian ha rejuvenecido ante mis ojos, su padre ha envejecido. Puedo verle hace 10 años. Y a pesar de ser más joven, la bebida le ha chupado la vida que la abstinencia le ha devuelto. Miro en sus ojos y no encuentro nada. Están nublados por el alcohol, no pueden ver el mundo.
Vuelvo a la realidad. Christian asiente y sonrie a su padre. Por fin su mundo ha vuelto al equilibrio.
-Creo que hay que aclarar algo...-dice mirándome. Se pasa la mano por el pelo dorado, un poco avergonzado.- Bianca tiene 17 años y no trabaja. No estamos prometidos y no está embarazada. Era solo una... broma de mal gusto. Sin embargo, desde que me fui de casa me he dedicado al carterismo, quiero decir, que no estoy orgulloso de mi vida, ni contento con mis hurtos. Y que yo también quiero formar parte de tu nueva vida, pero esta vez de manera honrada. Empecemos de cero.
-Lo sé. Sé que no era cierto.- dice el señor Cooper sin sorprenderse lo más mínimo. Puede que al fin y al cabo, Christian sí que haya heredado algo de su padre.

martes, 1 de febrero de 2011

Capítulo 20. Libertad.

-Y aquí está. 4 cilindros, 6 velocidades y 108 cavallos de pura potencia- me explica orgulloso a la mañana siguiente. Después de hablar un rato más decidimos ir a dormir y planear mañana eso del viaje en moto que no me acaba de convencer.
-No está nada mal-silbo.-Pero esperaba una Vespa, como la que tenía Tony.
-Las Vespas son de chicas y maricones. Cualquier hombre que se precie tiene una de estas.- Señala su Honda negra. Dinámica, oscura, rápida. Como si se alimentase de la noche, la moto reluce oscura. Elegante y desenfadada a un mismo tiempo. Recorrida por venas de metal que respiran con cada latido de Christian, como si fuesen uno. A la legua se puede ver la admiración de Christian hacia su vehículo, cuando acaricia el sillín de cuero negro. Contrastan enormemente, pero cuando Christian se sube a la moto, es como si formasen una sola cosa. Ella, con su aspecto demoniaco y atrayente, ronronea suave al ponerse en marcha. Él, con el físico de un ángel, se concentra en su alma gemela. Me tiende un casco rojo y me señala el sillín detrás de él para que monte.
-¿Tú no llevas casco?
-No lo necesito-dice con chulería.
-Prepotente-replico mientras suelta una suave carcajada que noto por el temblar de sus hombros. Gira el manillar de la moto lentamente, arrancándola suavemente y haciéndola subir de velocidad paulatinamente. Me aprieto contra su espalda con fuerza, mientras siento mi pelo viajar detrás de mí como una estela oscura. Dejamos atrás el garaje de su hotel y pasamos veloces al lado de la playa. Puedo ver el bonito paisaje pasar velozmente delante de mis ojos, como una película de vivos colores puesta a cámara rápida. Y cuando estoy ya extasiada de contemplarlo, cierro los ojos y extiendo los brazos a ambos lados de mi cuerpo, para alzar el vuelo en el momento más inesperado. Sonrio. Sonrio de verdad y no para intentar convencerme a mí misma, ni para hacer creer a los demás que estoy bien. Sonrio porque quiero, porque me apetece y lo necesito, porque... Porque por una vez me siento libre y tengo a alguien con quien compartirlo. Alguien que me hace sentir segura, que se ha sentado en el otro extremo del balancín y me ha hecho quitar los pies del suelo. Christian me ha dado la mano y me ha ido sacando lentamente del fondo del pozo de mi corazón.
Siento que la moto frena y abro los ojos. Estamos delante del muelle, puedo ver la noria girando, orgullosa y altiva, contemplando la ciudad desde lo alto. Como un gigante enorme y orondo, que me trae recuerdos felices. Christian baja de la moto y yo le sigo quitándome el casco.
-¿A dónde vamos?-pregunto con curiosidad.
-Ya verás...-comienza de nuevo el misterio. -Cierra los ojos. -Le obedezco y le cojo de la mano para que me guie.
Debo admitir que siempre me atrajo lo misterioso, y que siguiendo a Christian por la playa mi cabeza raya en la locura. Empiezo a divagar entre mil sitios a los que podría estar llevándome. Me lo imagino como una mezcla de una de las  películas de Hitchcock que solía ver con Max, y una comedia romántica muy al estilo de Audrey Hepburn, como las que le gustaban tanto a Meredith.
Siento como mis pies tocan el agua del mar y pego un brinco hacia atrás, por el contraste de mi piel caliente y el agua helada. Noto la mano de Christian temblar mientras rie suavemente, pero mantengo los ojos cerrados. De pronto nos paramos y unos brazos me elevan en volandas. Reprimo un grito de sorpresa, confiando en que sea Christian, aún sin abrir los ojos. Menos de dos minutos después vuelvo a poner los pies sobre el suelo.
-Abre los ojos- me ordena Christian con suavidad al oido. Le siento a mi espalda, a menos de dos centímetros de mi cuerpo y mi pulso se dispara. Hago lo que me dice y me encuentro en una cueva de piedra.
-¿Dónde estamos?
-Al lado de la playa, en una gruta que encontré en mi primer paseo al lado del mar. Te presento mi refugio secreto.-Le noto un tanto avergonzado, como si fuese la primera a la que enseña esto. ¿Soy la primera? Oh Dios mio, ¡soy la primera! Camino por la cueva, pasando la mano por las paredes de piedra.
-Estuve muchos días por aquí y ni siquiera me fijé en ella... Supongo que tenía otras cosas en mente.-Pienso en esa temporada en que los impulsos eran los dictadores de mi mente. Sacudo la cabeza reprochándomelo por enésima vez, y me giro hacia él- ¿Nadie sabe que existe?
-Sólo tú y yo- contesta con una sonrisa pícara. Le devuelvo la sonrisa. Y entonces me pongo a hablar, a hablarle de cosas que jamás le he dicho a nadie. Pensamientos que han poblado mi mente en los últimos días. Mientras hablo no puedo mirarle a la cara, asique me giro hacia una pared y me quedo observándola, mientras todos mis pensamientos se transforman en palabras.
-Supongo que no la vi porque no veía el mundo real. Solo veía lo que quería ver. Me hacía la mártir, la heroína desdichada en una obra demasiado real. Cuando los problemas empezaban yo huia por la puerta trasera del escenario, rezando porque no me viesen. Estaba cansada de esa niña de 7 años que componía una sonrisa al espejo, autoconvenciéndose de que todo iba bien, que ella se podía valer por sí misma. Dejé de sonreir, de vivir, me escondí en un mundo de desgracias porque me hacía sentir mejor pensar que era el mundo el que iba mal y no que era yo. Al fin y al cabo solo soy una simple niña perdida más con mis absurdas manías que debo respetar, mi intuición que me avisa de peligros inexistentes y mi juicio que falla más que una escopeta de feria. Por no mencionar que soy un completo desastre. Mi habitación está casi tan desordenada como mi cabeza, es una perfecta representación de mi mundo. Con un cofre guardado a cal y canto al fondo de mi escritorio. Soy realmente despistada, nunca recuerdo donde dejo las cosas. Y lo peor de todo, es que no sé lo que quiero. Que para mí el mundo es un laberinto sin salida y yo no llevo brújula ni mapa. Que el futuro solo es una luz lejana al final del túnel, y solo resulta ser el faro de un tren. Y el pasado es tan solo un fantasma que me susurra mis errores al oido sin cesar. Por eso vivo continuamente en el presente, intentando encontrar un lugar que me pertenezca. Perdida, como ya te he dicho... Pero no por eso única, ¿sabes? Me creía diferente tan solo porque sentía que no pertenecía a este mundo, y en mi profundo egocentrismo, no me di cuenta de que mucha otra gente se siente igual...
Poco a poco he ido agachando la cabeza, pero sigo agarrada a la pared, que me impide caer al suelo. Él se acerca por detrás y me sostiene rodeándome con sus brazos. Tengo miedo de volver a llorar como cada vez que me abraza, y girándome me agarro a él desesperadamente. Le cojo de la camiseta azul, atrayéndolo hacia mí con ansia, solo para quedarme así. Porque sencillamente me hace sentir bien saber que no voy a caer más, que ahora tengo a alguien que me sostenga y me enseñe la luz en mis peores días. Porque por fin he encontrado eso que perdí: la cordura en la locura, el equilibrio, esa parte que me faltaba y que no sabía qué era. Por fin...
-En realidad, no esperaba que abandonases el lado oscuro tan pronto...-me insinúa.
-¿A qué te refieres?- pregunto recelosa.
-Hay un pequeño asuntillo para el que necesito tu ayuda. ¿Recuerdas esa historia de mi padre?