sábado, 26 de marzo de 2011

Capítulo 36. Un mal día.

Me siento en la repisa de la ventana y apoyo la cabeza en el cristal. Es de noche y veo la lluvia caer igual que mis lágrimas durante todo el día. Son las nueve de la noche y hace un calor espantoso. Estoy sudando a pesar de que llevo un camisón ligero azul que no debería darme calor. El pelo se me pega a la nuca por el sudor y me siento asquerosa. Ha sido de los peores días de mi vida.
Caminaba por los pasillos del instituto como una zombie, en clase no me he podido concentrar y me he tropezado tres veces con el escalón de la entrada a clase. Solo he podido reaccionar cuando Max me ha anunciado que está saliendo con Meredith oficialmente. Me he alegrado muchísimo, pero eso solo me ha puesto más triste porque papá no está aquí para alegrarse también.
He visto por los pasillos a Amy, que me ha sonreido y me ha dado las gracias. Sé que nunca volveremos a ser amigas después de todo lo que pasó, pero, sin embargo, ya no la guardo rencor. Porque algo que me enseñó mi padre fue que no debes odiar a nadie porque es posible que no sepas todas las razones que lo llevaron a cometer ese error y que al final seas tú el que se esté equivocando. Además, me he dado cuenta de que la vida es demasiado corta como para desperdiciarla con otra cosa que no sea amor o felicidad. Le echo tanto de menos... Él sabría lo que hacer con Christian.
También me he encontrado con Tony a la salida. Tenía un lindo moratón en la mandíbula y otro en el ojo. Y me he alegrado de saber que el de la mandíbula era mi fruto. Pero al ver el del ojo he seguido caminando. Era el de Christian.
Al final he acabado yéndome a mi habitación a regodearme en mi dolor y a reprocharme mi prepotencia al pensar que era inmune. Al pensar que el amor no existe, que Cupido no tiene poderes sobre mí, que soy yo la que manda. Pobre idiota. He caido como todos, sin darme cuenta y enterándome de la peor manera posible: con un desengaño. Ella es su novia,  por eso él no se atrevía a mirarme. Por vergüenza de que me haya enterado de que jugaba conmigo. Después de lo de la chica que salió de su habitación del hotel en Santa Mónica debería haberlo supuesto. Pero soy una ilusa y confié en él. Y soy tan tonta que he tropezado de nuevo con la misma piedra.
Sé que no es mi novio, que no me pertenece y que yo no le he dicho lo que siento; pero a pesar de eso él debería saberlo ya a estas alturas. Después de todo lo que hemos pasado... Pero sobretodo sé que es mi culpa, que debería aprender la lección, que debería darme cuenta de que puedo evitar el golpe si lo veo venir.
Mi móvil empieza a sonar y miro la pantalla con el temor reflejado en el rostro. Christian. Lo dejo sonar mientras vuelvo a llorar. Y me doy cuenta de que él tenía razón, que el amor existe, que la gente se enamora y es feliz. Me pregunto cuando seré como la gente.
Un ruido en la ventana atrae mi atención. De repente un proyectil pequeño impacta contra el cristal, produciendo el mismo ruido. Miro más allá, al jardín, a través de la cortina de lluvia.
Christian está abajo, sin paraguas, lanzando guijarros a mi ventana. El pelo rubio se ha vuelto más oscuro por culpa de la lluvia y se le pega a la frente. Está realmente guapo.
-¡Bianca! Baja, por favor- me grita. Abro la ventana pero no dejo que las gotas me alcancen.
-¡Vete! ¡No quiero escucharte!- Las lágrimas siguen brotando en cascada a pesar de mis intentos por retenerlas.
-Déjame explicarte...
-¡No necesito explicaciones! ¡Ni siquiera tuviste el valor de mirarme!
-¡Porque sabía en lo que estabas pensando!
-¡Vete! ¡Fuera de mi casa!
-¡No! ¡No, hasta que no bajes a hablar!
Cierro la ventana y me dirijo a la puerta de la casa. No la abro, sé que está al otro lado y me oye perfectamente.
-¡Vete ya de aquí!- le grito.
-Te debo una explicación.
-No quiero una explicación. ¿Qué es lo que quieres tú?- le susurro, rindiéndome.
-Te quiero a ti- me susurra.
Me dejo resbalar de espaldas contra la puerta hasta el suelo, entre lágrimas. Ahora mismo lo único que quiero es abrir la puerta y tirarme a sus brazos, pero no puedo hacer eso sabiendo que está esa chica.
-Vete- le pido sin fuerzas. Después de un minuto oigo sus pasos alejarse por el camino de mi casa y sé que ya no va a volver, que le he echado para siempre. Se va definitivamente.

Capítulo 35. Barbie-California.

Abro un ojo y me encuentro a Christian metiéndole un gancho de derecha. Tony se sujeta la mandíbula con un gesto de dolor y se tumba en el suelo entre gimoteos.
Christian me agarra del brazo y me saca de allí. Un grupo de curiosos se ha congregado alrededor. Pasamos entre ellos y nos vamos directos a mi casa en la moto de Christian. Me pasa un casco y me subo sin dudarlo. Arranca y salimos rápidos del parking del instituto. Da gusto volver a sentir el viento en la cara, las viviendas pasando a toda velocidad, y yo sujetada a la espalda de Christian. No quiero estar en ningún otro lugar.
Pero, por desgracia, el viaje termina cuando llegamos a mi casa. Le tiendo el casco, pone el freno y se da la vuelta en la moto para quedar de cara a mí.
-¿A qué ha venido el puñetazo ese?-me pregunta.
-Tenía que demostrar que me habías enseñado bien.- Me encojo de hombros e intento sonreir, pero mi cara no me obedece y siento que estoy a punto de llorar. Le confieso en un susurro:- Me ha dicho que mi papi me había enseñado modales.
Me da un abrazo y yo lloro (otra vez) en su hombro. ¿Cómo puede alguien ser tan insensible? Aunque estuviese colocado eso no es excusa. ¿Y cómo pude estar yo tan ciega para estar con él? Doy gracias a Dios por dejar entrar a mi padre en mi vida, que me hizo mejor persona.
Cuando me calmo, me separo de Christian y me disculpo.
-Voy a tener una hermanita- le digo, llevando el tema a cosas más alegres.
-¿Hermana?- Sonrie.
-En realidad todavía no se sabe su sexo, pero predigo que va a ser niña.
Se rie.
-Bueno, tengo que volver al centro a arreglar unas cosas mientras Billy está en clase- se despide, pasándose una mano por el cabello.
-Todavía no he visto el centro. ¿Te puedo ayudar?
-Claro.
Pone en marcha de nuevo la moto y nos dirigimos a «C.C.»
Llegamos cinco minutos después a una construcción hecha de piedra blanca con el tejado rojo. En la pared delantera pone una enorme placa con las las iniciales de Christian y una insignia: "Centro de ayuda para personas necesitadas".
Admiro una vez más el trabajo que está haciendo con todo esto. Es una persona muy madura a pesar de mis recelos iniciales.
De repente una chica aparece detrás del mostrador con una sonrisa. Alta, guapa, con taconazos de 13 centímetros de Miu Miu falsos. Se acerca a mi acompañante con los brazos abiertos.
-Christian... No puedo creer que tú dirijas esto.- Le da un largo abrazo y Christian se tensa.
-Amanda. ¿Qué haces aquí?- Noto como Christian evita mi mirada a toda costa.
-Venir a verte. Se ha corrido el rumor de que diriges un centro de ayuda y he venido a comprobarlo.
-¿Ya no vives en Santa Mónica?
-¡Qué va! Me mudé hace unos meses. ¿Y tú?
-Ya no.
-Bueno, ahora que vives por aquí cerca podremos quedar más a menudo, ¿no?- Espera un momento. ¿Se le está insinuando? ¿Hola? Sigo delante, ¿vale? Ya que han decidido obviar mi presencia, decido recordársela con una suave tos.
La Barbie se gira hacia mí con una sonrisa pero yo clavo mis ojos en la espalda tensa de Christian que sigue sin mirarme.
-Vaya, ¡al fin conozco a tu familia! Tú debes ser la hermana de Christian, ¿no?
Me tiende la mano y se la estrecho sin apartar la mirada de Christian. ¿Es que ni siquiera se va a dignar a mirarme?
-¿Y tú? ¿De qué le conoces?- Pregunto con un tono glacial a la Barbie-California.
-Somos novios.
Entonces Christian se gira y yo siento como si me faltase el aire. ¿Novios? Veo que Christian va a decir algo, pero me disculpo y salgo corriendo a respirar el aire de la calle antes de que me ahogue.
¿Novios? ¿El muy cabrón tiene novia y ni me lo ha dicho? Les veo hablar y Christian dirije su mirada hacia mí a través de la puerta de cristal. Da un paso hacia mí pero salgo corriendo sun mirar atrás. Solo quiero irme lejos. Lo más lejos posible de él. Noto cálidas lágrimas rodando por mis mejillas y me quedo sin resuello. Demasiado para un solo día.

Capítulo 34. Arreglar las cosas.

Dos días después llegan Christian y Billy en la moto de Christian. Han alquilado un apartamento cerca de mi instituto, para que Billy pueda ir andando. Christian ya está completamente concentrado en su centro de ayuda, al que le ha puesto sus iniciales: «C.C.». Yo he vuelto al instituto. Christian me está ayudando por las tardes a recuperar las clases que me perdí, y por las mañanas sigo la rutina acostumbrada. Ahora voy con Meredith y mi conducta ha mejorado notablemente. Las profesoras temen que recaiga en mi antigua personalidad.
Mark me vino a saludar cuando se enteró de que había vuelto, pero ya no salgo con él a pesar de todo. Me he cruzado un par de veces con Amy y Tony, pero he evitado mirarles a la cara. Hasta hoy.
Estoy en el baño, en cinco minutos va a tocar el timbre. Me estoy secando las manos, cuando un ruido atrae mi atención. Como de alguien golpeando la pared de uno de los cubículos. Un sollozo ahogado y acto seguido otro golpe.
-¿Quién está aquí?- Pregunto mientras golpeo la puerta del cubículo de la que creo que procede el golpe.
-¿Qué te importa?- Me contesta otra voz que pretende sonar cortante pero solo consigue sonar rota. Una voz familiar.
-Amy, sal.
-¿Para qué?- me chilla.
-Para que podamos hablar.-Mi tono es tranquilizador, para que no se asuste.
-¡No quiero hablar contigo!- chilla. Me encojo de hombros y me meto en el cubículo de al lado. Me subo de pie al bidé y me asomo a su baño. Amy está tirada en el suelo, golpeando la pared con un puño y llorando. Tiene el rímel corrido por toda la cara en una desuniforme mancha negra. Huele a alcohol que hecha para atrás.
-¿Qué ha pasado?- la pregunto. Mantengo la voz calmada. Después de un rato de silencio, cuando pienso que ya no me lo va a contar, dice:
-Tony me ha dejado.
Suelto un suspiro. Cabrón.
-Es un imbécil- gruño. Nos quedamos un rato en silencio hasta que me atrevo a decir:- Amy, ¿de verdad va a rendirte por semejante cabrón? Sabes que vales mucho más. Y él también lo sabe, por eso se asustó y pensó que más le valía irse con otra que no le pudiese hacer sombra. Habrá otros y muchos mejores. No te derrumbes.
Me mira con los ojos brillantes por las lágrimas. Ha parado de llorar y me mira fijamente.
-No sé qué haces aquí- me contesta. No sé qué esperaba que dijese, pero desde luego eso no. Parpadeo, un tanto herida. Me ha sentado como una patada en pleno estómago.
-Intentar ayudarte.
-Por eso lo digo. La Bianca que yo conocí no hubiese hecho esto. Hubiese intentado vengarse.
-No soy la Bianca que tú conociste.
-Gacias- susurra al final. Se seca las lágrimas y sale de su cubículo. Salgo yo también y la toco el hombro para infundirla ánimos.
Al salir del lavabo se gira una última vez, y vacila antes de decir:
-Siento lo de tu padre.
Asiento mientras cierra la puerta tras de sí.Ya sola, me inclino sobre los lavabos con una debilidad inesperada. Seguramente se lo haya dicho alguna profesora pensando que seguía siendo mi amiga.
Contengo las lágrimas a duras penas y espero a rehacerme antes de dirigirme a clase. El timbre suena. Una última mirada al espejo y me voy a clase de Historia.
Dos horas después en la salida, se produce otro choque con los asuntos pendientes de mi pasado: Tony.
-¡Bianca!- me agarra del brazo y me estrecha entre sus brazos. Le doy un empujón para liberarme y sigo andando. Pero él se coloca a mi lado como si nada.
-Venga, preciosa, perdóname. Cometí un error.-No contesto.- Te he traido un regalito.- Mira a los dos lados para comprobar que nadie le ve, y saca una bolsita llena de pastillas. Por mi vasta experiencia las reconozco como Éxtasis. Está colocado.- Pastillas de diseño de la mejor calidad.
Me paro para mirarle con asco.
-Yo ya no soy así.
-¿Tu papi te ha enseñado modales, al final?- se burla poniendo voz de niño pequeño. Esa ha sido la gota que ha colmado el vaso. Echo el puño hacia atrás para coger impulso, y lo descargo justo en su mandíbula derecha. Noto el impacto y siento que me he roto un dedo, pero ha merecido la pena. Oigo su aullido de dolor y acto seguido vuelve una mirada de animal furioso hacia mí. Oh, oh. Veo como alza una mano en el aire, y mientras la baja casi puedo ver mi vida pasando como una película. Cierro los ojos para no ver el golpe de gracia que acabe con mi vida. Un golpe que nunca llega.


viernes, 18 de marzo de 2011

Capítulo 33. Adiós Santa Mónica.

Y aquí estamos, una semana después del funeral, metiendo las maletas en el coche. Meredith se fue después del funeral, y Christian y Billy irán a Malibú en un par de días.
Mamá ha venido a recogernos a Max y a mí en coche, y los nuevos propietarios de la casa de mi padre no vendrán hasta mañana, pero nosotros ya no estaremos aquí. Desde el coche veo la noria de Santa Mónica mientras la dejamos atrás y una lágrima resbala por mi mejilla. Veo las rocas de la playa pero no alcanzo a ver la cueva de Christian. Aún así, sé que está ahí y que la echaré de menos.
El sol brilla en lo alto y me pregunto como puede hacerlo en un día así. Debería llover a cántaros para acompañarme en mi depresivo estado de ánimo. Rezo porque llueva, pero el sol sigue ahí, riéndose de mí. Me doy por vencida y aparto la mirada del cristal.
«Nunca». ¿Cómo una palabra puede tener un significado tan amplio? Pienso en lo que verdaderamente significa: jamás. Un nudo se me forma en la garganta y mi estómago desaparece para dejar un frio hueco. Y me asusto. Me asusto del paso del tiempo. Imparable, inexorable. Pensar en que nunca volveré a ver a mi padre. Cuando quiera enseñarle algo no podré. Cuando me casé no estará. No volveré a hablar con él. Y me dan ganas de rebelarme contra el tiempo. Ojalá pudiese controlarlo. Hacerlo ir más lento en los buenos momentos y más rápido en las situaciones difíciles.
Aprieto el colgante de mariposa en mi puño, dejándome la marca de su forma en la palma de la mano. Ruego por mi padre, porque sea feliz dondequiera que esté. Si realmente existe la reencarnación, seguro que es el mejor animal de todos. Rezo por que sea cierto lo que dijo el sacerdote en su funeral y ahora esté en un lugar mejor. Suelto el colgante e intento distraerme para que se afloje el nudo de mi garganta.
Me coloco los cascos en las orejas y le doy al play. Por un instante casi puedo sentir que esto no me está pasando a mí, que solo es un videoclip triste que acabará con la última nota de la canción. Pero sí que me está pasando a mí. Y aunque pueda evadirme por unos instantes, la realidad sigue estando ahí, al acecho.
Supongo que la clave no está en dejarlo todo atrás y fingir que no ha existido, o en intentar olvidarlo cada día. Ni siquiera está en abandonarse al sufrimiento para pasar el resto de tu vida lamentándote. A lo mejor, sencillamente, consiste en aprender a vivir con el dolor. Saber que está ahí y sentirlo como una parte de ti. Porque sin él nunca hubieses llegado a ser quien eres.
El iPod cambia de canción y empieza Bon Jovi y "Where do you go". Las notas se deslizan por mis oidos y llenan mi mundo. Cierro los ojos y me concentro en las sensaciones que me trae esta canción. Adrenalina, emoción, libertad, sarcasmo, la imagen de unos ojos azules... Una sonrisa. La mía. La misma que se está formando en mis labios en estos mismos instantes, reemplazando las lágrimas.
Ya no me identifico con esta canción, pero me sigue recordando una etapa de mi vida que nunca olvidaré. Ahora sé que tengo una casa a la que volver. La misma a la que me dirijo en estos momentos. En realidad, tengo dos. La de mi antigua y recuperada vida, y Santa Mónica. En las dos tengo recuerdos buenos y malos, y aunque me lo ofreciesen, jamás desecharía ninguno de ellos, incluso los peores. Porque sin los malos momentos no existirían los buenos, y sin los buenos tampoco los malos.
Dos horas después llegamos a casa. El cap... Henry, nos espera en la puerta con una sonrisa. En otro momento me hubiese resultado asquerosa, pero en estos instantes la encuentro alentadora, alegre. Le devuelvo la sonrisa y voy a darle un abrazo. Creo que es la primera vez que me acerco a menos de dos metros de él. Pero no dice nada y comprendo que está feliz de que por fin le haya aceptado. Me devuelve el abrazo. Si hace feliz a mi madre, ¿cómo va a ser malo? Podríamos ser buenos amigos. Pero jamás será mi padre, por mucho que me gustase. Me entristezco ante esta idea.
Entramos al salón y veo de nuevo mi foto en los marcos. Me es extrañamente desconocida y familiar al mismo tiempo, la niña que sonrie desde los cuadros. Sé que soy yo, pero no puedo creer lo mucho que he cambiado. En los marcos tengo una sonrisa nostálgica, triste, como si me faltara algo. Algo que he recuperado en Santa Mónica.
Siento mi casa como si nunca me hubiese ido. Segura, limpia, acogedora.
-Max, Bianca...- comienza mi madre. Yo me he apartado de Henry y ahora están los dos agarrados de la mano. Tiene un tono cauteloso que me hace dudar. ¿Qué sucede? Me fijo en que Henry le aprieta la mano, como infundiéndola valor. Se miran y mi madre respira hondo.- Tendríamos que hablar.
Nos sentamos en el sofá. Mamá y Henry en un lado, y Max y yo enfrente. Nos intercambiamos una mirada interrogante.
-Díselo ya, Melissa- le dice Henry. ¿Que nos diga qué?
-Dentro de seis meses habrá otro miembro más en la familia- dice acariciándose la tripa. Oh. Está embarazada. ¿De Henry? Sí. Él la mira satisfecho. Me levanto y voy a darles un abrazo, seguida por Max.
-Seguro que es niño. Le enseñaré a jugar al béisbol- predice Max con entusiasmo.
-¿Qué dices? Seguro que es niña. Me la llevaré conmigo de compras- le digo. Nos enzarzamos en una pelea de broma por una niña que todavía no ha nacido. Va a ser niña, seguro.
Y lo fue.

jueves, 17 de marzo de 2011

Capítulo 32. Alcohol.

Acaba el funeral y sin despedirme de nadie, salgo corriendo a casa. Me pongo a llorar en la cama mientras saco una botella de Jack Daniels que tenía escondida debajo de la cama, en mi mochila. No quería ver todos esos rostros hablándome de mi padre, sintiendo lástima por mí.
Echo un trago a la botella y dejo el líquido resbalar por mi garganta. A cada trago voy sintiéndome más ligera, más despreocupada. Me quito los tacones negros, que me hacen daño. Mi sobrio vestido negro de gasa, por encima de la rodilla, está perfectamente liso, con un cuello en pico con el exterior de encaje que me llega por debajo de la clavícula. En la espalda es igual, dejando ver un triángulo de piel. Tiene el tirante ancho y un cordel que lo aprieta en la cintura. Y lo aborrezco. Por ser tan bonito y que mi padre ya no lo pueda ver.
Me deshago el moño bajo que me había hecho mi madre con gran esmero esa mañana. Los dos mechones sueltos que me había rizado en perfectos tirabuzones ya están lisos y despeinados.
La puerta se abre y entra Christian en la habitación. Tiene cara preocupada, pero yo sigo tirada en la cama.
-¿Qué te crees que estás haciendo?- Me quita la botella de un tirón, sin darme tiempo a reaccionar.
-Olvidar.- Me levanto para quitársela pero eleva el brazo por encima de la cabeza y no puedo alcanzarla.
-Di mejor joderte la vida.- Me detiene con un solo brazo y me derrumbo sobre él. Borracha, deprimida, sin saber bien lo que hago. Estoy en un estado en el que de haberme caido un elefante encima, ni me hubiese enterado. Sé que mis mejillas ya están mojadas, pero ni siquiera las noto. Mis pies descalzos sobre el suelo frio están entumecidos y no me doy cuenta, hace rato que dejé de sentir cualquier miembro de mi cuerpo, aparte de la botella, que ha acabado por convertirse en una alargación de mi brazo.
Él no dice nada, se limita a pasarme la mano por el pelo en un gesto tranquilizador.
-No te hundas-me pide con la intención de calmarme.
-No puedo seguir. Ya no me queda nada.
-¿Nada? ¿Y tu madre? ¿Y Max?... ¿Y yo?
Me echo a llorar de nuevo.
-¿Qué voy a hacer ahora? ¿Volver a mi antigua vida y fingir que nada ocurrió? Mi vida entera ha cambiado.
-No tienes que fingir, ni que olvidar, sencillamente seguir adelante, para que cuando recuerdes a tu padre seas capaz de sonreir en vez de llorar.
-Me quedaban tantas cosas por contarle...
-¿Y por qué no se las vas a contar? Ese collar te lo dió él, ¿no es eso? Es como si de alguna manera él fuese ese collar. Dices que no está, pero en realidad te está viendo, y sé que está muy orgulloso de ti.
Me hace sonreir.
-Tira la botella. Me repugna el alcohol- le digo. Emborracharse no soluciona nada.
Tira el líquido por el desagüe de la cocina y el envase a la basura. Me da un vaso de agua y esperamos a que se me pase un poco los efectos del Jack Daniels. A la media hora ya estoy completamente sobria. Nos sentamos los dos juntos en el sofá del salón. Una idea se me empieza a formar en la cabeza, y antes de meditarla ni nada, la suelto:
-¿Por qué no venís Billy y tú a Malibú con nosotros? Podrías empezar de cero, ir al  instituto y todo eso.
-Ya he alquilado una casa allí.
-¿Cuándo?- Me ha pillado totalmente por sorpresa.
-Hace un par de días. Hablé con Max y con tu madre y me dijeron de irnos a vivir con vosotros, pero decidí alquilar una casa. Billy podrá ir al colegio y yo podré encaminarme hacia nuevas metas.- ¿Y por qué a mí nadie me dice nada? Ni Max ni mi madre lo habían mencionado.
-¿Qué tipo de metas habías pensado?- le pregunto, sin embargo.
-Voy a dejar el carterismo. Fue emocionante mientras duró, pero había pensado en algo más noble.
-Nunca olvidaré mi etapa como carterista- le digo con una sonrisa.-¿De qué se trata tu nuevo proyecto?
-Una fundación para alcoholicos y jóvenes huérfanos y de barrios marginales.
-Me parece muy loable por tu parte. Me gustaría ser voluntaria.
-He pensado que así alguien más aprenderá de mis errores- explica encogiéndose de hombros.
-¿Qué tal van las cosas con tu padre?
Se encoge otra vez de hombros:
-Bastante bien. Ha cambiado de verdad. Me ha hecho creer en las segundas oportunidades. En el tema del error y del amor.
Suelto una risa sarcástica y Christian me mira. Me encojo de hombros yo, esta vez.
-No creo en el amor. Quiero decir, que creo que existe y todo eso, pero no me creo eso que dicen de que el amor venza siempre contra todo. No confío en el amor. Y no confiar es lo mismo más o menos que no creer. Así que no creo en el amor.
-El amor solo vence cuando uno se esfuerza por ello. No puedes quedarte toda tu vida esperando a que las cosas ocurran así, sin más. Tienes que actuar.
-El amor es un asco- concluyo tumbándome en el sofá y apoyando mi cabeza en el regazo de Christian. Él asiente, dándome la razón.
-Pero, a veces, sólo tienes que darle una oportunidad al amor- susurra tan bajito que me cuesta oirle. Voy a preguntarle que qué quiere decir con eso, cuando la puerta se abre y aparecen Max y mi madre.

Capítulo 31. Adiós.

-Lo siento mucho- me dice otra persona vestida de negro. Asiento y le doy las gracias educadamente aunque ni siquiera sé quién es. Todas me parecen iguales. Personas ataviadas en negro que me apoyan una mano en el hombro y se creen que pueden sentir lo que siento yo ahora. «Te acompaño en el sentimiento», me dicen. ¿Qué van a saber de lo que siento? No tienen ni idea.
A lo mejor estoy siendo demasiado dura. Sé que lo hacen con la mejor intención, pero no aguanto sus miradas de compasión. Me dirijo a los asientos de primera fila de la capilla. Christian se sienta a mi lado y me aprieta la mano. Me infunde un valor que me hace realmente falta. Le doy las gracias con una sonrisa.
La ceremonia empieza. El sacerdote nos consuela diciéndonos que está con Dios, que es feliz. No quiero escucharle. él nisiquiera le conocía, ¿cómo puede hablar de él? Dirijo mi mirada al suelo y recuerdo los últimos momentos que viví con él. Hablamos sobre todo, desde deportes hasta el sentido de la vida. Le recordaba minutos antes de morir. Tenía en el rostro tal expresión de profunda agonía, que me hizo desear poder compartirla con él, cargar con ese peso si así podía aliviarle. Al final soltó su último aliento, rodeado por mi madre, Max y yo.
Cierro los ojos con fuerza y me concentro en la toga del sacerdote para evitar soltar una lágrima. Me muerdo el carrillo, produciéndome sangre. Christian vuelve a apretar mi mano, que no ha soltado en ningún momento.
Aunque mi padre sacaría siempre una lección de todo esto, un significado. Pienso en ello. Y en que, aunque ya no esté, siento como si me hubiese dejado una sensación por dentro. De cambio, pero para bien. Me siento extraña, diferente, como que este es un momento significativo. Me acarician el hombro y me señalan el micrófono de la capilla. Ahora tengo que salir a dar un discurso que a lo mejor debería haberme preparado. Qué más da, improvisaré.
-Momentos como estos son los que realmente te hacen pensar. Pensar en si la vida es tan efímera y breve, ¿por qué perdemos tanto tiempo? Con esos pensamientos insustanciales que no paran de dar vueltas en tu cabeza, con esas tonterías que te lleva días olvidar y te impiden vivir. Pensar en si realmente todo esto sirve para algo, si a largo plazo habrá aunque sea una pequeña cosa por la que merezca la pena luchar hasta el final.
Noticias como estas son las que te cambian de verdad. Las que te abren los ojos y te susurran maliciosas que no todo es color rosa. Y aunque creas que puedes ponerte en la piel del protagonista y sus personajes secundarios, sabes que en realidad no has llegado a sentir ni por una milésima de segundo lo que pasan ellos en estos momentos. Parece increíble que haya que competir con tantos antagonistas cuando nadie nos advirtió, cuando se nos enseñó que solo había un enemigo y el bueno siempre ganaba.
Y ahora que has abierto los ojos lo único que deseas es volver a cerrarlos. Cerrarlos con todas tus fuerzas y fingir que nada de esto ha pasado, repetirte que tu vida sigue siendo feliz y que nada va mal. Pero aún dormida sabes que todo es real, que el cuento se acabó, que empieza un nuevo capítulo en la historia y que ya nada volverá a ser como antes. Puedes pelear, discutir, negarte a perder, pero los momentos vividos ya no se recuperarán jamás.
Acontecimientos como estos son los que marcan un antes y un después en tu existencia. Te dejan una marca, en mayor o menor grado, pero te la dejan igual. Y por mucho que intentes olvidar, esa huella seguirá ahí recordándotelo todo. Aunque, a veces, la clave no es olvidar, sino aprender a vivir con ello.
Sucesos como estos son los que crean un minuto de silencio en el mundo entero, los que borran sonrisas y apagan chispas en el alma. Son los que tapan las luces de los sitios más acogedores y siembran frio en el verano, encendiendo luces en las mentes más inhóspitas. Al oirlo un escalofrío recorre tu cuerpo y se te congela el corazón. Por un minuto no sabes qué decir y solo puedes agachar la cabeza con pesar.
Y ahora lo ves todo oscuro, las lágrimas no te dejan ver la luz. Piensas que jamás saldrás adelante, que el mundo se ha vuelto gris e injusto. Creas una muralla a tu alrededor mientras sufres solo, pensando que nadie lo entenderá, que no saben lo que es... Pero no te desanimes. Es posible que nunca lo superes, que el dolor sea demasiado grande, pero ten fe. Porque en algún momento algo te hará sonreir un poco, solo una pequeña elevación de las comisuras de los labios, pero ya es un comienzo. Vivirás con el recuerdo, lo sé, volverás a vivir ese oscuro momento, que jamás debió ocurrir, todos los días, cuando duermas y creas que estás segura, todas las imágenes recorreran tus párpados. Pero cuando te levantes por la mañana verás que el sol sigue brillando, por detrás de la nubes sí, pero está ahí.
En vez de darte por vencida aprenderás una valiosa lección: y es que la vida no dura casi, que se te va entre los dedos como la arena de la playa con un roce del viento, pero que no por ello debes desanimarte. Tienes que aprender a bailar como un grano de arena contra el viento, viviendo. Y no te arrepentirás jamás, porque te irás sabiendo que nada de lo que hiciste fue en balde, que de una manera u otra todo te llevó al mismo punto. Un punto feliz.- Finalizo casi en un susurro. La capilla entera me mira por detrás de una cortina de lágrimas. Me quedo un instante ahí, parada, mirándoles a todos. Hasta que suelto el micrófono y corro a mi sitio. Mi madre me abraza.
"Y me pregunto dónde estará mi punto feliz, o si existirá siquiera", añado en mi mente.

Capítulo 30. El collar.

-Bianca, acércate.- Mi padre se ha vuelto a despertar. Son las 9 de la noche y Max se ha ido a casa a dormir con Meredith, que se ha quedado de invitada en mi habitación.
-¿Qué sucede? ¿Llamo a la enfermera?-me acerco asustada al botón de la cabecera de la cama.
-No, no. Quería darte algo.- Más tranquila me siento con suavidad en el borde de su cama. Se saca del bolsillo de la camisa, que cuelga de una silla al lado de su cama, una pequeña cadena de plata y me la tiende.-¿Lo recuerdas?
Me lo quedo mirando. Es una fina cadena de pequeños eslabones, de la que pende una pequeña mariposa.
Una imagen aparece en mi cabeza. En ella estoy yo a punto de subirme en la noria de Santa Mónica, tendiéndole mi collar a papá.
-No demasiado. Te lo di antes de subir a la noria, ¿no?
Asiente con la cabeza.
-Te dije que la noria estaba muy alta. Tú te quitaste el collar del cuello y me lo tendiste. Me dijiste que mientras lo llevase me protegería.
Sonrio. Mientras habla se me va formando un recuerdo en la mente, pero cada vez que intento verlo más nítidamente se me escapa entre los dedos. Como en la playa cuando intentas mantener un puñado de arena encerrado en tu puño y se va por los resquicios de tus dedos. Las caras están borrosas y no puedo distinguirlas.
»Quiero que lo tengas tú. Me ha protegido todos estos años y ahora te toca el turno. Cuando yo no esté...
Me coloca el collar en la mano y me cierra el puño. Una lágrima se me escapa del ojo. Quiero decirle que no hace falta, que él estará ahí para protegerme, que no se va a ir. Pero como ya dije he acabado con las ilusiones.
-Gracias- musito con la voz temblorosa. Le doy un abrazo mientras lloro en su hombro. Viene una enfermera y le coloca otra dosis de morfina. Me froto los ojos intentando hacer desaparecer las lágrimas de mi rostro. Cuando pasa la enfermera, me acaricia la espalda con afecto y una mirada de comprensión. Lejos de tranquilizarme, me agobia verla vestida de blanco y con el paso apresurado que caracteriza a todo el personal sanitario. Pero como sé que lo hace con buena intención, le devuelvo una sonrisa forzada que se parece más a la sonrisa del Joker que a otra cosa.
He acabado por acostumbrarme al olor a desinfectante y algodón que se respira en el hospital. A los ruidos de megafonía y de enfermos arrastrando los pies por los pasillos. Ahora no imagino unas paredes que no sean del color blanco inmaculado y de efecto sedante de esta habitación. Y aún así no he superado mi pánico a los hospitales. Como siempre, traen malas noticias.
Me pregunto qué tal estarán Max y Meredith. Tengo un buen presentimiento acerca de ellos. Antes de irse, Meredith me estuvo hablando del instituto, de las clases. A lo mejor Christian me podría ayudar a recuperar el año. Luego le preguntaré cuando venga a verme.
En la puerta aparece mi madre. Me da un abrazo y se va al lado de la cama de papá. Tiene el rostro preocupado, sabe que no le queda mucho tiempo. Está dormido, pero no parece tranquilo. Como si estuviese teniendo una pesadilla o un dolor horrible. A veces deseo que acabe ya su sufrimiento, que no le quiero ver retorcerse de dolor. Y aún así sé que no puedo hacerme ni una idea aproximada de por lo que está pasando. Otras veces deseo que se quede más tiempo. Y sé que es un pensamiento egoista, y me odio por ello, pero ahora que he aprendido a vivir con él no quiero tener que olvidarlo.
Aprieto el collar fuerte contra mi pecho, rogándole que me dé fuerzas para aguantarlo. Me lo cuelgo al cuello para tenerlo cerca de mi corazón. Está frio contra mi piel, pero a pesar de todo es una sensación agradable.
-Bianca...- Mi madre se sienta a mi lado y me acaricia la espalda. Me seco las lágrimas con la manga del jersey.
-¿Por qué él, mamá? No se lo merece.- Sé que no es algo que decida uno, eso de morir, y supongo que en cierto modo le estoy reprochando a la vida lo que está sucediendo. Le formulo la pregunta a mi madre pero es un medio para decírselo al universo, para que me dé una razón con sentido por la que merezca sufrir de esta manera.
-Porque le ha tocado. A mí también me gustaría que no hubiese sido él. Pero no puedo hacer nada. Me gusta pensar que esperó a estar en paz para irse. En paz contigo, con Max, conmigo e incluso consigo mismo.
-Ya estaba en paz consigo mismo. Es la persona más serena y equilibrada que jamás conoceré.
Mi madre niega con la cabeza.
-No se puede estar en paz consigo mismo sin estar en paz con los demás.
¿Qué pasa, que en mi familia son todos sabios menos yo?
-Me gustaría haber sabido aprovechar más todos estos años con él en vez de haberle odiado.
Hay tantas cosas que me reprocho, wue me gustaría cambiar. Para empezar lo de mi padre y para terminar lo de Amy y Tony. Me pregunto como les estará llendo en estos momentos. Nunca debí haberme juntado con esa gente.
-Lo hecho, hecho está- concluye mi madre. Nos quedamos diez minutos en silencio hasta que recibe una llamada al móvil. Se va fuera de la habitación a hablar y vuelve media hora después para agarrar sus cosas, darme un beso e irse corriendo.
Yo me tumbo en el sofá y me quedo dormida. Para volver a soñar, como tantas otras veces, con la desgracia que está a punto de ocurrir.

Capítulo 29. Meredith.

Los dos meses siguientes han sido bastante extraños. Me cuesta sonreir, y el único que consigue que no suelte una lágrima es Christian, que viene todos los días al hospital. Max y Billy se llevan aún mejor y me hace sonreir verlos juntos. Billy es como una mini-réplica de Max cuando era pequeño: alegre, tranquilo, siempre sonriente y generoso. Excepto por el físico.
Hoy va todo igual que siempre. Papá se acaba de volver a dormir después de comer y casi no hemos podido hablar. Le noto mucho más débil, como que le cuesta hasta respirar. Cuando duerme a veces le oigo gemir del dolor que siente y las lágrimas se me saltan al sentirme inútil.
Mamá ha venido a verle hace poco, pero se ha vuelto a ir porque no aguantaba las lágrimas. Siempre le viene a ver entre semana, alternándo su residencia entre casa y Santa Mónica.
 Hoy Max dormía en casa y me he quedado yo velando por papá. Aunque mi hermano ha insistido en que durmiese en una cama normal y comiese algo me he negado a separarme de papá. Max ha acabado dándose por vencido frente a mi cabezonería.
Son las dos de la tarde y observo a papá dormir, cuando una voz me sobresalta:
-Bianca...- Me giro y me encuentro a Meredith apoyada en la puerta con la cabeza reposando en el marco. Tiene cara de lástima.
Meredith es una amiga del instituto con la que solía salir cuando los planes eran civilizados. Ella y Amy nunca se llevaron muy bien. Amy afirmaba que ella era una sosa y una puritana, mientras que Meredith solo decía que no confiaba en ella. Y Meredith acabó teniendo razón, como siempre. Una de las cualidades que siempre me ayudaron de Meredith fue su capacidad de escuchar sin juzgar ni interrumpir y de darse cuenta de la verdadera faceta de todo el mundo. Y supongo que debí creerla cuando me advirtió de Amy, porque ahora me arrepiento de no haberla escuchado.
Es morena con los ojos marrones y cálidos. Su pelo se desliza hasta sus hombros en grandes ondulaciones que siempre envidié. No es exactamente guapa, la nariz estropea un poco sus delicados rasgos y la frente es demasiado ancha, pero inspira una confianza que la convierte en la persona más bonita del mundo. Se podría decir que fue la única persona normal con la que me relacioné en mi época oscura. A veces me recuerda mucho a Max, los dos comparten esa sabiduría impropia de su edad. La misma de la que yo carezco.
-Meredith...¿Qué haces aquí?- Mis ojos están abiertos como platos y de mi boca solo sale un susurro debido a la sorpresa.
-Fui a verte a tu casa porque no te había vuelto a ver por el instituto y tu madre me explicó toda la historia. La pedí que me diese la dirección de tu actual casa para poder ir a ayudarte y me la dió encantada. Es una mujer muy buena. Cuando llegué a tu casa me encontré a tu hermano, que me dijo que estabas aquí y, bueno... Aquí estoy- dice señalándose el pecho y moviendo los pies de un lado a otro, como si no supiese qué decir.
Me levanto movida por un impulso y la doy un largo abrazo. Supongo que al fin y al cabo siempre se puede contar con amigas de verdad. Las lágrimas no aguantan y vuelven a salir. De todo lo que he llorado debería estar seca a estas alturas. Meredith me devuelve el abrazo con fuerza, como si quisiese recordarme que está aquí para todo. Cuando me separo la doy las gracias por todo y nos sentamos en el sillón a hablar. Me cuenta lo que me he perdido en el instituto, que no es tanto como pensaba, la verdad.
En esos momentos aparece Max con cara de dormido y el pelo revuelto.
-Ah, al final supiste llegar- se dirige a Meredith con una sonrisa.
-Sí, pero me he perdido un par de veces- le contesta ella riéndose de su propia torpeza. He ahí otra cosa que admiro: que se ríe de sí misma.
Me doy cuenta de que se quedan mirándose a los ojos un largo rato, sonriendo. Creo que no hay más perfecta pareja en el mundo que ellos dos.
De repente aparece Christian en la puerta, por primera vez sin Billy. Max me dirige una mirada y le sugiere a Meredith que le acompañe a por un café.
-¿Quién era esa?- me pregunta Christian cuando salen por la puerta.
-Meredith. Una amiga.
Se sienta a mi lado en el sofá.
-¿Qué tal estás?
-Uumm...Bien. Me ha animado ver a Meredith, ¿sabes? Supongo que no todo son decepciones al final.
Un quejido procedente de mi padre nos hace girar la cabeza. Se ha despertado. Se incorpora en la cama con un gruñido para preguntarle si necesita algo.
-Una botella de agua no estaría mal-me pide. Y antes de salir por la puerta oigo como llama a Christian para decirle algo.
Me voy a la cafetería y pido una botella de agua. El camarero no tarda ni dos minutos en dármela. Estoy deseando saber lo que le ha dicho mi padre. Sospecho que la botella de agua es solo una simple excusa para que les dejase solos. ¿Qué le habrá dicho?
Cuando entro por la puerta se giran los dos para mirarme y se quedan en silencio. Venga ya. No me lo van a decir, ¿o qué?
-¿De qué hablabais?- pregunto despreocupadamente mientras le tiendo la botella a mi padre.
-¿Umm...?- Se hace el sueco mi padre.
-Yo debería irme. He dejado a Billy en el hotel y no estoy tranquilo- se despide mirando el reloj de la pared. Le estrecha la mano a mi padre con una miranda cómplice.
Justo Max y Meredith eligen ese momento para aparecer en la habitación entre risas. A mi padre se le iluminan los ojos al verlos y una sonrisa se le forma en la cara. Como yo, piensa que están hechos el uno para el otro.

viernes, 4 de marzo de 2011

Capítulo 28. Nada es eterno.

Llevo dos semanas en el hospital sin separarme de papá.
-Prométeme que no te irás- le susurro entre lágrimas cuando duerme.
Todo ha ocurrido a una velocidad vertiginosa. Tengo la sensación de estar viviendo una pesadilla. Una pesadilla demasiado real. Quiero despertar y sonreir, pensando que vivo con mi padre en Santa Mónica y no hay ningún tipo de cáncer que se lo esté llevando poco a poco. Pero uno no puede despertarse de la realidad.
Le observo mientras duerme, con un nudo en el estómago, imaginándome cuanto debe de estar sufriendo. Le han dado unos sedantes hace unas horas y mi mano está entumecida de agarrarle tan fuerte la mano. Pero tengo la sensación de que si no le agarro se irá y no podré hacer nada para recuperarlo. Lloro todas las noches mientras duermo en el sofá de su habitación del hospital, preguntándome qué pasará ahora.
Tengo miedo. Por primera vez en mi vida tengo miedo de algo y no es solo que me asusten los hospitales, es algo más profundo. Algo desgarrador que se está comiendo mis entrañas poco a poco. Tengo miedo al pensar que tendré que fingir que todo sigue como antes. Volveré al instituto y a mi casa de siempre, volveré con Meredith y no me hablaré con Amy. Y dejaré atrás a Christian. Cierro los ojos ante tal pensamiento y lo quito de mi mente. Christian vino todos los días con Billy a verme al hospital. Se quedó mucho rato conmigo y fue de gran ayuda. Billy y Max congeniaron al instante, ya que Billy quería ser abogado como en una película que había visto hace poco, y se enteró de que Max iba a serlo. Se le quedó mirando con la boca abierta y mucha admiración y le pidió que le contase como era.
Ver los ojos azules de Christian cada día me consoló más de lo que llegaré jamás a admitir. Sueño con él casi cada noche y me despierto diciéndome que no le puedo dejar atrás. Luego me vuelvo a repetir que no puedo ligar su vida a la mía y me duermo entre más lágrimas pensando en que mi vida se ha ido al traste por completo. Pero, ¿acaso en algún momento estuvo bien? Sólo cuando hasta los cinco años y ya ni siquiera me acuerdo. A lo mejor debería hacerme a la idea de que mi vida es, y seguirá siendo una mierda.
Un suave ronquido a mi lado me llama la atención, como si me reprochase mi estado pesimista. Es de noche y Max duerme en una posición incómoda en la silla al lado de papá. Tirita un poco y se retuerce en la silla, tapándose con los brazos. Cojo mi manta y se la echo por encima con suavidad para no despertarle. Me pregunto como le irá en Harvard, si estará contento con los profesores y se sentirá motivado. Puedo imaginármelo andando por los jardines de la universidad, con los libros en una mano y su sempiterna sonrisa en la boca. Con el pelo castaño despeinado y sin darse cuenta. Es el mejor de su clase, seguro. Siempre he envidiado su entusiasmo por todo, incluso aunque fuese una partida de canicas. Y su generosidad y empatía. Todo de lo que yo carezco lo tiene él. Odio más cosas de las que me gustan y mi nivel moral está muy por debajo de lo que debería, pero sigo teniendo una conciencia que me avisa de lo que está más por debajo aún que mi moral. Soy solitaria y vivía en una continua fiesta.
-Bianca...-susurra Max.
-Estoy despierta- le susurro a mi vez. Se acerca y se sienta a mi lado en el sofá, tapándonos a ambos con la manta.
-¿Cómo estás?-me pregunta suavemente. Me encojo de hombros. ¿Qué puedo decir? Mal. Fatal, incluso. Me pasa el brazo por los hombros y apoyo la cabeza en su hombro.
-Papá me dijo porqué había elegido Santa Mónica. Dice que tiene su mejor recuerdo en esta ciudad- me explica. Asiento mientras lloro en silencio. La luz en la habitación es tenue y solo se oye el pitido que producen los latidos del corazón de mi padre, pasos tenues en el pasillo y nuestras voces., así que espero que no me oiga llorar. Pero como ya dije, a Max no se le escapa ni una.
-Todo va a ir bien, Bianca- me dice acariciándome el brazo. No, nada va a ir bien. Todo se está derrumbando. La esperanza es lo último que se pierde y fue lo primero que hice. Las ganas de vivir, el deseo de soñar, quedaron en un baúl cerrado y lleno de polvo en el fondo de mi ser. Polvo gris, cenizo, que lucía antaño con un brillo solar que murió con mi despertar, cuando me di cuenta de que las apariencias engañan y la vida no es color rosa. Mis lágrimas dejaron de bañar la almohada, pero mis sonrisas siguen sin iluminar los días. Para vivir hay que creer en hadas y es quizá por eso que me siento muerta por dentro, porque ninguna me devolverá mi vida. Y la luna... La luna sigue colgando del gran techo, dibujando caminos en el mar. Caminos que jamás seguí por falta de valor. Hace tiempo que me prometí no volver atrás, que la vida continua y la tengo que moldear. Me empeñé en jugarme mis días y mis noches. Pero esa promesa la deseché noches atrás, desterrándola debajo de la cama, escondida por si algún día se le ocurre recordarme lo que perdí. Que me perdí. Tenía el camino justo enfrente y decidí desviarme. A veces me pregunto si la elección fue mala, al fin y al cabo, me ha traido aquí. Pero ahora nadie me guía, ni siquiera estoy sola. Por no estar conmigo no estoy ni yo.

Capítulo 27. Max.

-¡Max!-Grito saltando a sus brazos.
-¡Bianca! ¿Qué tal estás?
-Muy bien, muy bien. ¿Te puso Christian al corriente de todo?
-No del todo. Solo me dijo que venía de tu parte, yo no le creí al principio, hasta que me contó toda tu vida con detalle, demostrándome que te conocía. Luego me dijo que me subiese a su moto, que me esperabas en Santa Mónica. Y como ya supondrás...
-Lo rechazaste y preferiste venir en tren. Ya le dije que no te van las motos.- Cuando asiente con la cabeza me doy cuenta de que ha llegado la hora de que sepa la verdad. Nos dirigimos a un banco de la estación para sentarnos. -Mira, Max... Seré directa: he encontrado a papá.
Como ya suponía su cara se vuelve del color del papel y tartamudea al preguntar, incrédulo:
-¿Qu-Qué?
Le empiezo a contar la historia desde nuestro primer encuentro al lado del Mcdonalds, pasando por la sorpresa de ver a mamá, su estancia en el hospital por el cáncer, y finalmente la noria de ayer.
Él poco a poco va asumiendo la noticia y asiente con la cabeza.
-En algún lado tenía que estar, ¿no? Pero... ¿Santa Mónica? ¿Por qué?
Me encojo de hombros.
-Pregúntaselo tú.
-¡Claro! ¿Ha venido contigo?-contesta ansioso.
-En realidad... papá y mamá no están al corriente de esto.
-Ay Bianca, ¿En qué lio me has metido ahora?
-Qué poca confianza en mí, Max...-le digo fingiendo que estoy molesta.-Ellos no querían que supieses lo del cáncer de papá, pero yo no podía dejarle morir sin que te viese por última vez y sin que supieses la verdad. ¿Prefieres saberlo, verdad?
-Por supuesto.- Le oigo convincente, así que cogemos un taxi y nos dirigimos hacia casa.
Papá está en el salón leyendo un libro de historia que le había comprado después de ir a ver a Christian. Un libro sobre la historia de la segunda guerra mundial y todos sus secretos. La mitad de ellos producto del exceso de imaginación del autor, seguramente, pero mi padre está muy contento con él. Cuando oye ruidos en la puerta levanta la cabeza y abre mucho los ojos.
-Max...- dice estupefacto. Su boca se abre de la sorpresa. Yo tengo miedo de que se desmaye o algo y corro hacia él, a su lado, para sostenerlo si las piernas le fallan o algo parecido.
-Max quería verte.- Le explico.
-Sé que todo esto es obra tuya, Bianca- dice papá sin enfado.
Max se acerca a él mientras papá se levanta y le da un abrazo. Yo me quedo mirándoles, emocionada.
-Hijo...- Papá le sujeta de los hombros y le hecha hacia atrás para mirarle bien.
-Papá, me voy a quedar unos días en Santa Mónica, en un hotel y así podremos estar todos juntos- le suelta de golpe Max.
-No. Puedes irte, Max. No quiero que me veas morir.- No entiendo como papá puede hablar de la muerte como si estuviese hablando de la carretera de debajo de casa, y que a mí me cueste horrores pensar si quiera en ello. Supongo que ya se ha hecho a la idea y contempla a la muerte como una compañera al final del camino.
-No, me quedo. Volveré a la universidad cuando pueda pero de momento estamos de vacaciones, así que no perderé clases.
Papá se da por vencido, sabiendo que no puede obligar a Max a marcharse.
-¿Tu madre sabe...?- empieza a preguntar papá. Pero le basta una mirada entre Max y yo para comprender que mamá tiene tanta idea como tenía él. Una sonrisa se empieza a dibujar en su cara, ante nuestra astucia.-¿Cómo lo habéis hecho?
-Christian me ayudó. Fue a buscar a Max y le dijo que viniese. Llegó esta tarde en tren y yo le expliqué todo.
-Creo que tendréis que llamar a mamá y explicárselo todo.

Media hora después estamos Max y yo mirando al teléfono fijamente, como si fuese nuestro mayor temor hecho realidad.
-Yo no pienso llamarla- digo yo, al final.
-¿Por qué no? De haber sido por mí se lo hubiésemos dicho desde el principio.
-Venga, Max...-suplico.- Tú eres más diplomático que yo, a ti te hará caso.
Con un suspiro coge el teléfono y empieza a marcar. Yo me pongo nerviosa y empiezo a tirarme del pelo. Un silencio reina por la habitación hasta que mi hermano lo rompe preguntando:
-¿Mamá?
-...
-Estoy en Santa Mónica, con papá.
-...
-Me enteré de que tenía cáncer y quise verle.
-...
-Sí, ha sido Bianca. Pero no tiene la culpa, ha hecho bien.
-...
-Vale, adiós.
No tiene tono de exasperación en ningún momento ni de que le esté cayendo la bronca, así que dejo de tirarme del pelo y le pregunto que qué ha dicho.
-No estaba enfadada, creo que hasta admite que has hecho lo correcto. Dice que vendrá en un par de semanas, que está muy liada con el trabajo.
-Papá, ya la hemos llamado- grito desde el salón. Mi padre se había dirgido a la cocina minutos antes, y como veo que nadie contesta, voy a buscarle.
Me lo encuentro tirado en el suelo de la cocina, con un vaso de leche encima de la mesa que se ha volcado. Las gotitas caen al lado del cuerpo desmayado de mi padre con un ritmo frenético.
-¡Papá!

                             Max.