jueves, 17 de marzo de 2011

Capítulo 29. Meredith.

Los dos meses siguientes han sido bastante extraños. Me cuesta sonreir, y el único que consigue que no suelte una lágrima es Christian, que viene todos los días al hospital. Max y Billy se llevan aún mejor y me hace sonreir verlos juntos. Billy es como una mini-réplica de Max cuando era pequeño: alegre, tranquilo, siempre sonriente y generoso. Excepto por el físico.
Hoy va todo igual que siempre. Papá se acaba de volver a dormir después de comer y casi no hemos podido hablar. Le noto mucho más débil, como que le cuesta hasta respirar. Cuando duerme a veces le oigo gemir del dolor que siente y las lágrimas se me saltan al sentirme inútil.
Mamá ha venido a verle hace poco, pero se ha vuelto a ir porque no aguantaba las lágrimas. Siempre le viene a ver entre semana, alternándo su residencia entre casa y Santa Mónica.
 Hoy Max dormía en casa y me he quedado yo velando por papá. Aunque mi hermano ha insistido en que durmiese en una cama normal y comiese algo me he negado a separarme de papá. Max ha acabado dándose por vencido frente a mi cabezonería.
Son las dos de la tarde y observo a papá dormir, cuando una voz me sobresalta:
-Bianca...- Me giro y me encuentro a Meredith apoyada en la puerta con la cabeza reposando en el marco. Tiene cara de lástima.
Meredith es una amiga del instituto con la que solía salir cuando los planes eran civilizados. Ella y Amy nunca se llevaron muy bien. Amy afirmaba que ella era una sosa y una puritana, mientras que Meredith solo decía que no confiaba en ella. Y Meredith acabó teniendo razón, como siempre. Una de las cualidades que siempre me ayudaron de Meredith fue su capacidad de escuchar sin juzgar ni interrumpir y de darse cuenta de la verdadera faceta de todo el mundo. Y supongo que debí creerla cuando me advirtió de Amy, porque ahora me arrepiento de no haberla escuchado.
Es morena con los ojos marrones y cálidos. Su pelo se desliza hasta sus hombros en grandes ondulaciones que siempre envidié. No es exactamente guapa, la nariz estropea un poco sus delicados rasgos y la frente es demasiado ancha, pero inspira una confianza que la convierte en la persona más bonita del mundo. Se podría decir que fue la única persona normal con la que me relacioné en mi época oscura. A veces me recuerda mucho a Max, los dos comparten esa sabiduría impropia de su edad. La misma de la que yo carezco.
-Meredith...¿Qué haces aquí?- Mis ojos están abiertos como platos y de mi boca solo sale un susurro debido a la sorpresa.
-Fui a verte a tu casa porque no te había vuelto a ver por el instituto y tu madre me explicó toda la historia. La pedí que me diese la dirección de tu actual casa para poder ir a ayudarte y me la dió encantada. Es una mujer muy buena. Cuando llegué a tu casa me encontré a tu hermano, que me dijo que estabas aquí y, bueno... Aquí estoy- dice señalándose el pecho y moviendo los pies de un lado a otro, como si no supiese qué decir.
Me levanto movida por un impulso y la doy un largo abrazo. Supongo que al fin y al cabo siempre se puede contar con amigas de verdad. Las lágrimas no aguantan y vuelven a salir. De todo lo que he llorado debería estar seca a estas alturas. Meredith me devuelve el abrazo con fuerza, como si quisiese recordarme que está aquí para todo. Cuando me separo la doy las gracias por todo y nos sentamos en el sillón a hablar. Me cuenta lo que me he perdido en el instituto, que no es tanto como pensaba, la verdad.
En esos momentos aparece Max con cara de dormido y el pelo revuelto.
-Ah, al final supiste llegar- se dirige a Meredith con una sonrisa.
-Sí, pero me he perdido un par de veces- le contesta ella riéndose de su propia torpeza. He ahí otra cosa que admiro: que se ríe de sí misma.
Me doy cuenta de que se quedan mirándose a los ojos un largo rato, sonriendo. Creo que no hay más perfecta pareja en el mundo que ellos dos.
De repente aparece Christian en la puerta, por primera vez sin Billy. Max me dirige una mirada y le sugiere a Meredith que le acompañe a por un café.
-¿Quién era esa?- me pregunta Christian cuando salen por la puerta.
-Meredith. Una amiga.
Se sienta a mi lado en el sofá.
-¿Qué tal estás?
-Uumm...Bien. Me ha animado ver a Meredith, ¿sabes? Supongo que no todo son decepciones al final.
Un quejido procedente de mi padre nos hace girar la cabeza. Se ha despertado. Se incorpora en la cama con un gruñido para preguntarle si necesita algo.
-Una botella de agua no estaría mal-me pide. Y antes de salir por la puerta oigo como llama a Christian para decirle algo.
Me voy a la cafetería y pido una botella de agua. El camarero no tarda ni dos minutos en dármela. Estoy deseando saber lo que le ha dicho mi padre. Sospecho que la botella de agua es solo una simple excusa para que les dejase solos. ¿Qué le habrá dicho?
Cuando entro por la puerta se giran los dos para mirarme y se quedan en silencio. Venga ya. No me lo van a decir, ¿o qué?
-¿De qué hablabais?- pregunto despreocupadamente mientras le tiendo la botella a mi padre.
-¿Umm...?- Se hace el sueco mi padre.
-Yo debería irme. He dejado a Billy en el hotel y no estoy tranquilo- se despide mirando el reloj de la pared. Le estrecha la mano a mi padre con una miranda cómplice.
Justo Max y Meredith eligen ese momento para aparecer en la habitación entre risas. A mi padre se le iluminan los ojos al verlos y una sonrisa se le forma en la cara. Como yo, piensa que están hechos el uno para el otro.

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