sábado, 26 de marzo de 2011

Capítulo 34. Arreglar las cosas.

Dos días después llegan Christian y Billy en la moto de Christian. Han alquilado un apartamento cerca de mi instituto, para que Billy pueda ir andando. Christian ya está completamente concentrado en su centro de ayuda, al que le ha puesto sus iniciales: «C.C.». Yo he vuelto al instituto. Christian me está ayudando por las tardes a recuperar las clases que me perdí, y por las mañanas sigo la rutina acostumbrada. Ahora voy con Meredith y mi conducta ha mejorado notablemente. Las profesoras temen que recaiga en mi antigua personalidad.
Mark me vino a saludar cuando se enteró de que había vuelto, pero ya no salgo con él a pesar de todo. Me he cruzado un par de veces con Amy y Tony, pero he evitado mirarles a la cara. Hasta hoy.
Estoy en el baño, en cinco minutos va a tocar el timbre. Me estoy secando las manos, cuando un ruido atrae mi atención. Como de alguien golpeando la pared de uno de los cubículos. Un sollozo ahogado y acto seguido otro golpe.
-¿Quién está aquí?- Pregunto mientras golpeo la puerta del cubículo de la que creo que procede el golpe.
-¿Qué te importa?- Me contesta otra voz que pretende sonar cortante pero solo consigue sonar rota. Una voz familiar.
-Amy, sal.
-¿Para qué?- me chilla.
-Para que podamos hablar.-Mi tono es tranquilizador, para que no se asuste.
-¡No quiero hablar contigo!- chilla. Me encojo de hombros y me meto en el cubículo de al lado. Me subo de pie al bidé y me asomo a su baño. Amy está tirada en el suelo, golpeando la pared con un puño y llorando. Tiene el rímel corrido por toda la cara en una desuniforme mancha negra. Huele a alcohol que hecha para atrás.
-¿Qué ha pasado?- la pregunto. Mantengo la voz calmada. Después de un rato de silencio, cuando pienso que ya no me lo va a contar, dice:
-Tony me ha dejado.
Suelto un suspiro. Cabrón.
-Es un imbécil- gruño. Nos quedamos un rato en silencio hasta que me atrevo a decir:- Amy, ¿de verdad va a rendirte por semejante cabrón? Sabes que vales mucho más. Y él también lo sabe, por eso se asustó y pensó que más le valía irse con otra que no le pudiese hacer sombra. Habrá otros y muchos mejores. No te derrumbes.
Me mira con los ojos brillantes por las lágrimas. Ha parado de llorar y me mira fijamente.
-No sé qué haces aquí- me contesta. No sé qué esperaba que dijese, pero desde luego eso no. Parpadeo, un tanto herida. Me ha sentado como una patada en pleno estómago.
-Intentar ayudarte.
-Por eso lo digo. La Bianca que yo conocí no hubiese hecho esto. Hubiese intentado vengarse.
-No soy la Bianca que tú conociste.
-Gacias- susurra al final. Se seca las lágrimas y sale de su cubículo. Salgo yo también y la toco el hombro para infundirla ánimos.
Al salir del lavabo se gira una última vez, y vacila antes de decir:
-Siento lo de tu padre.
Asiento mientras cierra la puerta tras de sí.Ya sola, me inclino sobre los lavabos con una debilidad inesperada. Seguramente se lo haya dicho alguna profesora pensando que seguía siendo mi amiga.
Contengo las lágrimas a duras penas y espero a rehacerme antes de dirigirme a clase. El timbre suena. Una última mirada al espejo y me voy a clase de Historia.
Dos horas después en la salida, se produce otro choque con los asuntos pendientes de mi pasado: Tony.
-¡Bianca!- me agarra del brazo y me estrecha entre sus brazos. Le doy un empujón para liberarme y sigo andando. Pero él se coloca a mi lado como si nada.
-Venga, preciosa, perdóname. Cometí un error.-No contesto.- Te he traido un regalito.- Mira a los dos lados para comprobar que nadie le ve, y saca una bolsita llena de pastillas. Por mi vasta experiencia las reconozco como Éxtasis. Está colocado.- Pastillas de diseño de la mejor calidad.
Me paro para mirarle con asco.
-Yo ya no soy así.
-¿Tu papi te ha enseñado modales, al final?- se burla poniendo voz de niño pequeño. Esa ha sido la gota que ha colmado el vaso. Echo el puño hacia atrás para coger impulso, y lo descargo justo en su mandíbula derecha. Noto el impacto y siento que me he roto un dedo, pero ha merecido la pena. Oigo su aullido de dolor y acto seguido vuelve una mirada de animal furioso hacia mí. Oh, oh. Veo como alza una mano en el aire, y mientras la baja casi puedo ver mi vida pasando como una película. Cierro los ojos para no ver el golpe de gracia que acabe con mi vida. Un golpe que nunca llega.


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