lunes, 29 de noviembre de 2010

Capítulo 7. La noria.

Y ahí estoy yo. 12 y media de la mañana en el muelle de Santa Mónica. El muy... no me había dicho a qué hora quedaríamos. Me estaba cansando de esperar, llevaba 2 horas y si no aparecía iría yo misma a por él. No me hubiese molestado en ir, pero su encuentro me dio qué pensar. Realmente necesitaba el dinero y no quería trabajar en tugurios sucios y malolientes, asique me presenté allí. Él no. Me dirigí a la noria del muelle. Me encantaba ver a los niños con sus grandes sonrisas que irradiaban felicidad. De repente me vino el recuerdo de un momento que no sabía que había vivido.
Miro a la derecha y ahí estoy yo con unos seis años, agarrada a la mano de un hombre alto y moreno extrañamente familiar. Aún sin recordar su cara sé que es mi padre. Tiene esos ojos verdes que siempre me dijeron que heredé de él y esa sonrisa amable de Max. Yo le miro con una sonrisa capaz de iluminar la ciudad, mientras doy saltos y le tiro del brazo. Me giro para saludar a unas persona un poco apartadas de la multitud. Una jonvencísima y alegre mamá y un niño pequeño a su vera que, por las fotos antigüas de casa reconozco como Max. La cola avanza y llega mi turno de subir a la noria. Me subo de un salto haciendo balancearse el asiento mientras papá me ayuda a colocar la barra de seguridad sobre nosotros. La noria empieza a girar y yo voy viendo como cada vez me alejo más y más del suelo. No tengo miedo. Sé que ahí está papá para agarrarme, formando una doble barrera de protección a mi alrededor. Pobre niña inocente. Llegamos suavemente a lo más alto. Me siento libre por primera vez en mi corta vida. Tengo la sensación de que si estiro un dedo, puedo tocar el cielo y acariciar las nubes. Estiro el brazo intentando hacer realidad mi absurda ilusión. Sólo consigo agarrar aire. Sin embargo, no me desanimo. Mi padre me ayudará a tocar el cielo con un dedo. Me giro hacia abajo y sonrío a mamá y a Max que me miran sonrientes. Y empieza de nuevo el descenso. Esa sonrisa que sólo las niñas pequeñas pueden poner es mi última visión.
Vuelvo a estar en el muelle de Santa Mónica pero con diecisiete años. La sensación de libertad es muy diferente ahora.
Y pronto empiezan las preguntas...¿cuándo he estado yo en Santa Mónica antes? ¿Mi padre? Ni siquiera le recordaba...Y mi madre. Tan joven, tan alegre...¿dónde ha quedado todo eso? Viéndola ahí comprendí porqué mi padre y el imbécil se enamoraron de ella. Era verdaderamente guapa, una belleza que los años y los acontecimientos se habían encargado de borrar. Vuelvo a rememorar la cara de ese hombre al que ya no puedo llamar padre. Cada vez con más asco le recuerdo. Maldita sea, ¿cómo pudo hacernos eso? Le quería de verdad, tenía tantísima fe puesta en él...Me decepcionó. Ni una nota nos dejó cuando nos abandonó. Ni una maldita carta, una dirección o un número de teléfono. Demasiado para él. Yo sólo tenía cinco años cuando nos dejó y no podía comprender lo qe había sucedido. Pensé que volvería al caer la noche, cuando me desperté y no había vuelto pensé que volvería a la hora de comer, tampoco. Max, en sus dulces siete añitos y con esa inteligencia suya, ya lo había entendido todo y me abrazaba con fuerza repitiéndome que él nunca me abandonaría. Al fin lo comprendí. No iba a volver, y supongo que mi felicidad tampoco. Empecé a portarme peor que nunca, rompía cosas cuando nadie me veía, supongo que para desquitarme con algo. Mis notas empeoraron y a los catorce años empecé a beber y fumar, a salir hasta el día siguiente, a desobedecer órdenes, y a provocar mis expulsiones del colegio. Extrañamente todo esto sólo aumentaba mi satisfacción vacía. Y así he acabado.
Le doy la espalda a la noria, ya no me hacen feliz esas pequeñas caras sonrientes, y me topó contra algo. Levanto la cabeza y me encuentro a Christian.
-¿Y ahora llegas?- pregunto con incredulidad.
Me contesta con una deslumbrante sonrisa a la que no tengo nada que objetar.
-Asique has decidido trabajar conmigo...-medita en voz alta.
-Bueno, todavía no lo he decidido.
-Claro que sí, sino no estarías aquí.
Maldita sea.
-De acuerdo, ¿qué haremos?
-De momento, ¿por qué no me dices tu nombre?
-Bianca.
-Bianca...- dice saboreando mi nombre.-¿italiano?
-Mi abuela era italiana- digo encogiéndome de hombros.- Y el tuyo es Christian ¿no?
-¿Cómo lo sabes?- dice elevando una ceja. No parece realmente sorprendido. Parece una de esas personas a las que es difícil sorprender.
-Oí a tu novia llamarte la otra noche así, en la discoteca.
-¿Mi novia?- Ahora parece divertido.
-Sí, la rubia de la minifalda.- ¿No se acordaba de su novia? - te fuiste en taxi con ella, ¿recuerdas?
Suelta una carcajada que le hace parecer aún más atractivo
-No es mi novia, sólo...una chica.-Y se encoje de hombros.-¿Por qué no vienes a mi hotel y empezamos las clases?- dice todavía con un atisbo de sonrisa burlona en el rostro. Me encojo de hombros y le sigo hacia donde quiera que me esté llevando.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Capítulo 6. Atractivo desconocido.

Entro en la sala. La música a tope. Avanzo entre la gente con el ritmo de la batería resonando en mi pecho. Por los altavoces suena una canción de David Guetta. No sé cual. Un torbellino de colores ilumina la sala. Rojo, azul, amarillo, naranja, verde...mi cabello se vuelve de distinto color a cada segundo. La barra está repleta asíque me coloco detrás de un tipo alto que se apoya en la barra. Miro hacia la pista. Una chica con minifalda se mueve en el centro dirigiendo miradas de superioridad a todos los que la rodean. Otra niña tonta, prototipo de la sociedad. En mi antigüa vida fui a muchas discotecas donde veía a chicas como ella. En esos tiempos tenía suficientes ganas para ponerme a su lado a bailar desafiante. Todas esas ganas me faltan ahora. Me giro de nuevo hacia la barra. Entonces veo un bulto en el bolsillo trasero del chico que hay delante esperando. Desde la primera cartera he robado tres más y no me ha visto nadie. Con dos dedos atrapo la cartera y voy a metermela en mi bolsillo cuando mi víctima se gira deprisa y me agarra el brazo. Abro la boca sorprendida pues apenas le había rozado, lo había hecho con extrema suavidad. Tiro de mi brazo para intentar escapar pero él todavía agarrándome me lleva hacia la salida de la discoteca.
Abre la puerta y ya fuera me suelta. Intento correr pero él es más rápido y vuelve a agarrarme. Mierda. No quiero que me lleven a un centro de menores. Llevo un vestido negro corto que deja la descubierto mi espalda y gran parte de mis piernas pero casi no noto el frío de lo asustada que estoy. No volveré a robar. Alzo la cabeza desafiante y le miro a los ojos. Vaya, es realmente guapo. Tiene unos ojos azules en los que veo una mezcla entre curiosidad y frialdad que me deja helada. Su cabello dorado está ligeramente despeinado a causa del viento dándole un aspecto rebelde y descuidado. Su insinuante boca descansa bajo la sombra de una nariz perfecta. Y su voz suena dulce y atrayente cuando me dice:
-¿Qué pretendías?-ladea un poco la cabeza para observarme mejor. Yo tengo la boca seca y sé que estoy atrapada. Sin embargo, siempre he tenido una mente muy rápida  para inventarme excusas a fuerza de ensayar con mi madre cada vez que hacía algo malo.
-Nada. Se te estaba cayendo la cartera y pretendía dártela para que no la perdieses. Y ahora, si haces el favor, suéltame.-Como si oyese llover. Me siguió agarrando mientras su boca formaba una sonrisita burlona.
-Mentira.
-Suéltame.
-Quisiera proponerte algo-volvió a ignorar mi comentario.
-No quiero que me propongas nada, quiero que me sueltes.
-¿Y si trabajasemos juntos?-Eso hizo que enmudeciese. No me esperaba para nada esa reacción por su parte. Ya me estaba viendo en la cárcel con una cadena atada a mi pie que me impidiese moverme. Vale, quizás exagerase un poco.
-¿A qué te refieres?- pregunté con recelo.
-Al carterismo. Podría enseñarte como hacerlo. No se te da mal, pero acabarán pillándote.
-¿Y tú qué sabes? He robado ya cuatro carteras y no me han pillado.- repliqué con suficiencia.
-Te acabo de pillar yo.- No tuve nada que replicar.-Déjame enseñarte. Para empezar la cojes mal. Utilizas el pulgar y el índice y eso hace que se note más. Tienes que cogerla con el índice y el corazón, como unas pinzas. Así.- me enseñó colocándome los dedos en la posición exacta. Me había soltado el brazo. Le miro a los ojos. Son verdaderamente bonitos, me tiene hipnotizada. Alguien sale de la discoteca a toda prisa. Ni me digno a ver quién es, pero a juzgar por el sonido de los tacones es una mujer.
-¿Christian?-canturrea una irritante voz aguda.-¿Dónde te habías metido?
Mi atractivo compañero de robos se da la vuelta. Así que se llama Christian... Y la mujer resulta que es la chica que bailaba en el centro de la pista. Cada vez la detesto más. Me mira con asco y se dirige hacia Christian con una mirada traviesa que me produce naúseas. Debe de ser su novia. Es muy guapa, la verdad.
-¿Nos vamos ya?-le dice con ojitos inocentes.
-En dos minutos. ¿Por qué no vas a buscar un taxi allí?- le dice señalándole un sitio a dos manzanas.- Ahora te alcanzo.
-Claro.- la pequeña puta me mira y luego se pone de puntillas para besar a Christian en los labios. Él si dirigirme ni una mirada le devuelve el beso, y yo me siento cada vez más incómoda. Al final la chica se aparta con una risita de niña pequeña y se va contoneándose a donde Christian le ha indicado. Y mientras se aleja yo la sigo con la mirada deseando que la minifalda y la camiseta escotada le exploten.
-¿Y bien?- dice Christian atrayendo mi atención.
-¿Y bien qué?
-¿Me vas a ayudar?
-Me lo pensaré.
-De acuerdo. ¿Qué te parece si quedamos dentro de dos día en el muelle y me cuentas qué has decidido?
Me encojo de hombros y me voy otra vez a la discoteca. Cuando miro para atrás veo que se aleja a por su novia. Llega a su lado y le pasa un brazo por los hombros. Sin quererlo empiezo a imaginarme que yo soy ella...Para. Tengo novio. O eso creo, al menos. Hace mucho que no sé nada de él. Me paro en una esquina y saco el móvil para llamarle pero salta el buzón. Se habrá olvidado de mí. Como todos.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Capítulo 5. Un pequeño hurto.

Me despierto a las 12 de la mañana. Tengo un terrible dolor de cabeza y por un momento no me acuerdo de donde estoy. Miro por la sucia ventana de la habitación del motel y veo un cielo gris y deprimente. Suelto un gemido y deseo poder quedarme todo el día entre las sábanas de color hueso. Entonces recuerdo que era mi primer día de trabajo en un bar cutre en el que había solicitado empleo un par de días antes. El propietario me había mirado de arriba abajo evaluándome y al final había decidido escogerme para el puesto. El bar era tosco, olía mal estaba lleno de hombres que me miraban con lascivia y encima el salario era una mierda, pero era lo único que podría encontrar con 17 años. Nadie se fia de mi generación. Son listos. Deprisa me pongo el uniforme, hasta que me doy cuenta de que empezaba a las 10 y voy con un retraso de dos horas. Más me vale no ir. No aguantaría los gritos de un retrasado con este dolor de cabeza. Me recuesto otra vez en la cama pero no coonsigo conciliar el sueño. Con un suspiro me levanto y me visto normal para ir a dar un paseo. Dos horas después estoy pasando por el vestíbulo del motel en dirección a la puerta. El aire frio me azota en la cara obligándome a arrebujarme más en mi abrigo. Me dirijo al muelle, donde una multitud se ha congregado para ver a un imitador de Johnny Depp. No tengo ningún otro plan así que me entretengo un rato observándole. Y a pesar de que es bastante bueno, no tengo más remedio que alejarme. Me recuerda demasiado a Max y a mi madre, cuando veiamos todos juntos "Piratas del Caribe" en el salón después de alquilarla en el videoclub. Una pequeña lágrima amenaza con caer rodando por mejilla. "No, no voy a llorar por algo ya perdido" me intento convencer a mí misma. No puedo volver atrás en el tiempo. Pequeñas decisiones cambiarán tu vida de manera irreversible, pero tienes que cargar con ellas, ya sean aciertos o errores. La mía fue una decisión importante y ya no puedo pretender arreglar nada. Fue lo que siempre busqué: una aventura, independencia y controlar mi propia vida. Al alejarme del imitador choco contra un señor calvo y con gafas. Mascullo una disculpa y voy a alejarme cuando veo que de su bolsillo trasero asoma una cartera que parece bastante llena. Intento apartar la mirada pero una idea ya ha empezado a formarse en mi mente...y si la cogiese? Solo sería una vez, un pequeño hurto. Es fácil, con esta multitud nadie se dará cuenta. Solo tengo que alargar la mano y cogerla con dos dedos... Antes de que me dé cuenta mis dedos la han agarrado con sigilo y el señor no se ha dado ni cuenta. Rápido meto la cartera en mi bolso antes de que alguien más me vea y me alejo de allí. Me dirijo casi corriendo al motel llena de adrenalina pura. No ha sido tan difícil. Una sonrisa traviesa me ilumina la cara.

martes, 16 de noviembre de 2010

Capítulo 4. Llamada al pasado.

Ya en el tren abrí la mochila para hacer inventario de las cosas que llevaba. Decidí volver a mi antigua casa antes de irme para visitar mi habitación y recoger cosas que me pudiesen ser útiles, como el móvil, que en mi precipitada huida olvidé, y un montón de objetos que en caso de necesidad podría vender.
Saco la ropa nueva que había cogido y al fondo del todo está mi más preciada pertenencia: el iPod. La música es una de las cosas que más aprecio. ¿Cómo vivir sin ella? Sabía que no sería capaz de venderlo ni por un millón de dólares. Mis dedos chocan contra algo duro y con botones mientras intento agarrar el iPod y lo cojo para ver qué es. El móvil. En él me encuentro 30 mensajes sin leer de mis amigos y mi novio. La mayoría de ellos son de Amy, mi mejor amiga. Tengo tantas ganas de hablar con ella...La llamo convencida de que mi madre me debe de haber dado de baja el número.
Vaya, me equivocaba, al tercer timbrazo una voz femenina me contesta:
-¿Bianca? ¿Dónde te has metido? Llevo semanas intentando hablar contigo.
-¡Amy! ¡Qué alegría oirte!.-Y por primera vez sonrio de verdad, de alegría pura.
-¿Qué tal con tus primos en Francia?
-¿Francia? Así que eso es lo que os ha contado mi madre, ¿eh?
-¿No estas en Francia?
-No. Ni de lejos-sonrio de nuevo, pero esta vez amargamente.
-¿Por qué nos iba a mentir tu madre?¿Dónde estás?
-En un tren hacia Santa Mónica.
-¿Y qué se te ha perdido por allí?
-La vida, básicamente. Me escapé de casa hace ya 2 semanas.
-Sí, venga - dice soltando una carcajada.-No me vaciles, nena.
-No estoy de coña. Tuve una discusión con mi madre y me fui. Volví hace un par de días a ver como iba la cosa, hablé con mi hermano, cogí un par de cosas de mi antiguo cuarto y hoy vuelvo a Santa Mónica.
-¿Por qué no viniste a saludarme?
-No quería que nadie me viese. Lo de mi hermano fue un imprevisto.
-Vaya...y, ¿qué tal te va con eso de ser independiente?
-Tirando...Vivo en un motel barato, no tengo mucho dinero y trabajo en bares cutres. Y encima hoy en la estación me ha estado molestando un idiota. Qué asco.- Me estremezco solo de pensar en el tipo de la estación.-¿Qué hay de ti?
-Nada, como siempre. Botellón, malas notas y madre desesperada.-Vuelve a soltar una risotada.
-Y, ¿Qué tal está Tony?
-Bien, no ha parado de preguntar por tí. ¿Seguís saliendo?
-Sí. Bueno no. No lo sé, la verdad. Ahora que me voy a Santa Mónica, no sé que pasará...dale recuerdos de mi parte, anda.
-Claro, se los daré- me asegura.-¿Quieres que diga la verdad sobre donde estás?
-No, déjalo-luego una idea se empieza a formar en mi mente, haciéndome cambiar de opinión.-Bueno, pensándolo mejor, acojona a mi madre un poco, ¿quieres? Dila que lo sabes y que no se va a salir con la suya.
-A la orden.- dice con picardía. Seguramente se lo había tomado al pie de la letra y la iba a asustar de verdad. Pobre mamá. Una lástima, desde luego.
-Bueno, Bianca, un placer saber de tí. Me pasaré un día a saludarte por Santa Mónica así que no tires el móvil, ni lo vendas, ni nada, ¿eh? Me tengo que ir, mi madre está gritando.-Casi podía verla poniendo los ojos en blanco, en un gesto tan propio suyo.- Un día de estos acabo como tú, huyendo de casa.
-Sí, por favor, ven a verme.
-Adiós, que te vaya bien.-se despide.
-Adiós-susurro yo a mí vez y cuelgo.
Suspirando me levanto y me voy al baño del vagón.
Una mirada al espejo y veo que mi pelo está igual que siempre: negro azabache con ligeras ondulaciones a la altura de la cintura. Siempre he estado muy orgullosa de mi cabello. Los ojos un poco rojos por la falta de sueño en toda la noche, resaltan el color verde como una pradera en plena primavera de mis ojos, enmarcados por unas espesas y largas pestañas tan negras como mi pelo. Mi madre decía que los ojos los heredé de mi padre, ya que sus ojos son marrones y los de Max también. Mi piel blanca está aún más pálida que de costumbre y tengo los labios carnosos un poco agrietados. Mi pequeña nariz sigue como de costumbre, no va a cambiar. Me recojo el cabello en una trenza de espiga y me lavo la cara. Mucho mejor.
Cuando salgo del baño unos cuantos hombres se giran para verme y me siguen con la mirada mientras paso. Odio esa mirada de bobalicones que se les pone al ver a una chica guapa, parecen peces. Me escondo debajo de mi capucha negra, me pongo los enormes auriculares con la música a tope y me encierro en mi mundo mientras cierro los ojos. Cuando los abro, he llegado a mi destino. Santa Mónica de nuevo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Capítulo 3.Vuelvo a huir.

Y vuelvo al mismo punto de partida que hace 2 semanas. La estación de tren. Me dirijo a la taquilla y pido un billete de tren hacia Santa Mónica. El taquillero, un amable viejecito, me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Vaya, hacía mucho que no sonreía a nadie. No he tenido muchos motivos ultimamente. Me siento en un sofá marrón al lado del andén y cierro los ojos poco a poco esperando el tren que me llevará de nuevo a la huida. Son las 3 de la madrugada y no hay nadie en la estación aparte del taquillero. Suelto un bostezo cansada, no he dormido nada.
Un movimiento brusco a mi lado me despierta. Abro los ojos molesta y dirijo la mirada al causante del movimiento, un tipo grande y sucio que me da muy mala espina. Me mira lascivamente y se acerca a mí hasta que queda pegado a mi lado derecho.
-Hola preciosa- me susurra en el oido con un aliento enfermizo.
Como única respuesta le miro con asco y me aparto hasta dejar un considerable hueco entre nosotros. El muy idiota no se da por vencido y con una risita desdeñosa vuelve a la carga.
-¿Cómo te llamas, guapa?- vuelve a decirme mientras noto como me empieza a tocar la pierna. Aparto su mano con un guantazo que le hace reir aún más. De nuevo me toca la pierna y cuando le voy a golpear me retuerce la muñeca causándome un agudo dolor. A duras penas contengo un grito y le propino un puntapié en la espinilla que le hace soltar una maldición y agarrarme más fuerte. Con la mano que me queda libre le agarro el pelo grasiento estirándoselo hacia atrás hasta que me suelta. Una sensación horrible se ha apoderado de mi estómago, provocándome náuseas. Es el miedo. ¿Por qué nadie me ayuda? ¿Qué me va a hacer?
-Maldita zorra...-profiere mientras se acaricia el cabello. Me levanto rápidamente y me dirijo hacia las taquillas. El viejecito se da cuenta de lo que pretende ese tipo y saca una escopeta. ¿Una escopeta? Vaya con el viejo... El agresor se da cuenta de que lleva las de perder y da media vuelta hacia la salida. Solo cuando se ha ido me siento más tranquila. Todavía en estado de alerta le doy las gracias al taquillero, que me responde con una sonrisa y un cabeceo, y voy a esperar mi tren al sofá de nuevo. Ya no puedo dormir. Debería haber tomado clases de defensa personal cuando pude. Mierda. El ruido de un tren llegando a la estación me avisa de que es hora de partir. Recojo mi mochila que cayó al suelo durante la pelea, le dirijo una última mirada agradecida a mi salvador y me subo al tren hacia Santa Mónica. Hacia mi independencia, hacia mi libertad, hacia mi propio amanecer.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Capítulo 2. Una extraña historia.

Me giro en redondo y ahí está Max mirándome sin asombrarse siquiera. Él siempre se entera de todo antes que nadie, es realmente perspicaz.
-Vaya, ¿nuestra querida madre te deja hablar conmigo?- digo con burla.- Pensé que te prohibiría hablar de mí para no armar un escándalo público.
-Dejaste una bonita nota- dice haciendo caso omiso a mi sarcástico comentario.-¿Tan harta estabas?
Suspiro sabiendo que tengo que contarle la historia desde el principio.
Vayamos 2 semanas antes...
-Mi vida seguía como siempre, del colegio a casa, de casa al colegio y los fines de semana al parque del botellón. Nada había cambiado Yo era la rebelde que desafiaba a mi madre regresando ebria y oliendo a tabaco, y tú, querido hermanito, eras el digno ejemplo de la calma, siempre obedeciendo a mamá, sacando buenas notas...el orgullo de la familia.-digo con amargura
-Tu podrías sacar matrículas de honor, eres lista, pero solo te contentas con poner furiosa a mamá-me dijo con calma.
-No me interrumpas. Estoy contando una historia fabulosa.
>> Lo que decía. El orgullo de la familia. Cuando llegué a casa oliendo a alcohol más de lo habitual estallaron los gritos.
-Nunca te esfuerzas por nada, vienes a casa ebria y encima me replicas cuando te hablo. ¿Esque no te importa nada?- me decía mamá entre dientes mientras me agarraba el brazo con fuerza.
-¿A mí? Pues quizás más cosas que a ti, que solo te importan las apariencias, y no quedar en ridículo.-la repliqué mientras tiraba de mi brazo para liberarme.
-No volverás a salir. Irás de casa al colegio y del colegio a casa. No verás a nadie. No voy a dejar que mi hija se convierta en una alcohólica.
-¿Cómo tu actual marido?
-No hables así de él. - susurró amenazadoramente.- ¿Qué vas a hacer con tu vida? ¿Qué pensarán...?
-¿Qué pensará quién?¿Los vecinos?¿O ese que te tiras cuando no está el otro capullo?- levanté la barbilla desafiante, mientras su mano descendía con fuerza hacia mi cara. No me dió tiempo de apartarme y la torta resonó por toda la habitación.
-Cállate y vete a tu habitación. Ya.
No sé quién estaba más furiosa, si ella o yo. Pero como yo llevaba las de perder, escondí mi orgullo herido y me fui a mi habitación.
Esa misma noche metí ropa y comida en una mochila, dejé una nota y me fui a la estación a coger un tren a cualquier parte. Acabé en Santa Mónica. Ahora me hospedo en un motel baratucho que pude pagarme gracias a los 50 dólares que ahorré, nada comparado con este palacio, claro. Y además trabajo en bares y cafeterías donde me dan un salario de mierda, para poder pagarme el sustento. Una maravilla, ¿verdad?


Max hurga en su bolsillo y saca una nota arrugada y manoseada. Me la tiende y veo que es la nota que dejé el día de mi partida. Miro un poco más y veo que en algunos sitios la tinta se ha corrido a causa de agua...de lágrimas. Son de Max.
-¿La encontraste tú?
Él asiente con la cabeza sin decir nada.
-¿Se la enseñaste a mamá?
-Sí.- Veo que duda antes de añadir- No se molestó en leerla.
-Ya lo suponía. No ha cambiado nada, ¿eh?
-Vamos, no hables así de ella.
-Le pone los cuernos al idiota del que se jacta de ser esposa .
No dice nada. No tiene nada que excuse ese comportamiento. Él ya lo suponía por supuesto. Como ya he dicho, es muy perspicaz.
Leo la carta cargada de sarcasmo y rencor que escribí para mi madre:
Bueno, "mami", por si no lo habías notado me he ido. Ahora podrás llevar esa vida "perfecta" que tanto anhelas. Sé que no te molestarás en buscarme, y que me negarás como hija tuya pero, ¿sabes? estás aún más lejos de la perfección que yo. Al menos yo no me molestó en fingir que soy maravillosa y generosa.
Quería darte las gracias. Por la humillación, por el desprecio, y sobretodo por todo ese "amor incondicional" que me has dado.
Al menos tienes a Max, que es lo único decente de la familia.
Espero que el capullo ese y tú seais muy felices y que no te pille cometiendo adulterio con el otro idiota.
Dile a Max que le quiero.

-¿Vienes para quedarte?- Me pregunta. Y veo añoranza en sus ojos. Y esperanza. Sólo por él me quedaría pero...
-No. Lo siento. A lo mejor no llevo la mejor vida del mundo pero, ¿sabes? por primera vez en mucho tiempo me he sentido libre. De verdad. ¿Por qué no vienes conmigo?
-Sabes que mi sitio está aquí. Lo siento.
-Lo sé. Este es tu mundo, no el mio.-Miro el reloj- Y ya es hora de que me vaya.
Me levanto de su silla y me detengo frente a él. Sin pensármelo dos veces le doy un fuerte abrazo. La verdad es que los gestos cariñosos entre nosotros no son muy frecuentes, pero él me sabe devolver el abrazo con igual fuerza. Le devuelvo la foto y la nota, cojo la mochila y salgo por la puerta de mi antigua casa, mi antigua vida. Y a lo mejor para no volver ya más.

Capítulo 1. Y todo empezó con una simple tontería.

-No quiero volver más por aquí. Lo siento.
Esas fueron mis últimas palabras antes de desaparecer. Conseguí al fin lo que quería: acabar con la rutina y con el control. Ya está. No puedo echarme atrás, no hay retorno. Simplemente por orgullo no volveré. Y seguramente me arrepentiré toda la vida de esta decisión que tomé sin pensarla siquiera. Soy demasiado impulsiva, me lo dice siempre mi madre. Y ahora que lo pienso, no sé nada de ella desde hace dos semanas. ¿Estará preocupada?¿Leyó mi nota? Decido levantarme del banco en el que estoy sentada desde hace un par de horas para dirigirme sin prisa hacia mi antigua casa. Mi antigua vida.
Antes vivía en una pequeña urbanización bonita de clase media-alta en la costa de California. Cuando decidí dejarlo todo atrás me fui a Santa Mónica sin más dinero que 50 dólares y una mochila al hombro con un poco de ropa. Estoy loca, lo sé ¿cómo se me ocurrió? Y así he acabado. Me paso los días en los bancos de los parques mirando a la gente y preguntándome a mí misma qué pasó. Miro la preciosa urbanización a la que antes llamaba "mi" urbanización. Hace unos días decidí volver a mi antigua ciudad como polizón en un bus, y me volveré a ir en un par de días. No sé ni para qué he venido. Debería haberme quedado en el motel de mala muerte donde me hospedo ultimamente.
Recorro las calles que tantas veces he recorrido a través de los años y miles de recuerdos de tiempos pasados se agolpan detrás de mis ojos en forma de lágrimas. Me paro un momento y me apoyo contra la pared mientras recupero la calma.
Lentamente reanudo la marcha hasta que llego al número 111 de la calle. Admiro una vez más el muro de ladrillos, el tejado oscuro y sobretodo ese jardín del que estaba tan orgullosa. Saco las llaves del bolsillo y abro la puerta del jardín. No tengo que preocuparme por mi familia, todavía es temprano, no estarán en casa. La puerta de la casa se abre igualmente con mis llaves. Bien, no han cambiado la cerradura. Me dirijo hacia la cocina que no ha cambiado para nada en estas 2 semanas para coger un paquete de galletas y chocolate y metermelos en la mochila que llevo al hombro. De ahí voy al salón donde me entretengo un rato mirando las fotos. Han tirado a la basura todas en las que aparecía yo. Típico de mi madre. Finjirá que no ha pasado nada para no ridiculizarse a sí misma. Pobre de ella, teniendo que convivir con una adolescente rebelde. Una sonrisa amarga se dibuja en mis labios a la vez que me alejo del salón. Subo las escaleras hasta el cuarto que mi madre y mi padrastro comparten. Todo con el mismo orden que a mi madre tanto le obsesiona. Ni una sola arruga en la colcha azul que cubre su cama, ni un papel fuera de su sitio en el escritorio... Me doy la vuelta para dirigirme al cuarto de mi maravilloso hermanito. Las tablas del parqué crujen al pasar.
Su cuarto limpio y ordenado como el de un monje. La única decoración es un poster de su equipo de fútbol. Su armario lleno de camisas recién planchadas, su estantería llena de trofeos de los que mi madre tanto se jacta. Abro un cajón y me encuentro con una foto de hace poco en la que aparecemos él y yo sonriendo a la cámara mientras me pasa un brazo por los hombros. Al menos alguien me hecha de menos..."Vaya mamá, no le tienes tan bien amaestrado como creias...". Me siento en su silla y casi me parece oir su voz diciéndome...
-Pero qué haces tú aquí?