martes, 16 de noviembre de 2010

Capítulo 4. Llamada al pasado.

Ya en el tren abrí la mochila para hacer inventario de las cosas que llevaba. Decidí volver a mi antigua casa antes de irme para visitar mi habitación y recoger cosas que me pudiesen ser útiles, como el móvil, que en mi precipitada huida olvidé, y un montón de objetos que en caso de necesidad podría vender.
Saco la ropa nueva que había cogido y al fondo del todo está mi más preciada pertenencia: el iPod. La música es una de las cosas que más aprecio. ¿Cómo vivir sin ella? Sabía que no sería capaz de venderlo ni por un millón de dólares. Mis dedos chocan contra algo duro y con botones mientras intento agarrar el iPod y lo cojo para ver qué es. El móvil. En él me encuentro 30 mensajes sin leer de mis amigos y mi novio. La mayoría de ellos son de Amy, mi mejor amiga. Tengo tantas ganas de hablar con ella...La llamo convencida de que mi madre me debe de haber dado de baja el número.
Vaya, me equivocaba, al tercer timbrazo una voz femenina me contesta:
-¿Bianca? ¿Dónde te has metido? Llevo semanas intentando hablar contigo.
-¡Amy! ¡Qué alegría oirte!.-Y por primera vez sonrio de verdad, de alegría pura.
-¿Qué tal con tus primos en Francia?
-¿Francia? Así que eso es lo que os ha contado mi madre, ¿eh?
-¿No estas en Francia?
-No. Ni de lejos-sonrio de nuevo, pero esta vez amargamente.
-¿Por qué nos iba a mentir tu madre?¿Dónde estás?
-En un tren hacia Santa Mónica.
-¿Y qué se te ha perdido por allí?
-La vida, básicamente. Me escapé de casa hace ya 2 semanas.
-Sí, venga - dice soltando una carcajada.-No me vaciles, nena.
-No estoy de coña. Tuve una discusión con mi madre y me fui. Volví hace un par de días a ver como iba la cosa, hablé con mi hermano, cogí un par de cosas de mi antiguo cuarto y hoy vuelvo a Santa Mónica.
-¿Por qué no viniste a saludarme?
-No quería que nadie me viese. Lo de mi hermano fue un imprevisto.
-Vaya...y, ¿qué tal te va con eso de ser independiente?
-Tirando...Vivo en un motel barato, no tengo mucho dinero y trabajo en bares cutres. Y encima hoy en la estación me ha estado molestando un idiota. Qué asco.- Me estremezco solo de pensar en el tipo de la estación.-¿Qué hay de ti?
-Nada, como siempre. Botellón, malas notas y madre desesperada.-Vuelve a soltar una risotada.
-Y, ¿Qué tal está Tony?
-Bien, no ha parado de preguntar por tí. ¿Seguís saliendo?
-Sí. Bueno no. No lo sé, la verdad. Ahora que me voy a Santa Mónica, no sé que pasará...dale recuerdos de mi parte, anda.
-Claro, se los daré- me asegura.-¿Quieres que diga la verdad sobre donde estás?
-No, déjalo-luego una idea se empieza a formar en mi mente, haciéndome cambiar de opinión.-Bueno, pensándolo mejor, acojona a mi madre un poco, ¿quieres? Dila que lo sabes y que no se va a salir con la suya.
-A la orden.- dice con picardía. Seguramente se lo había tomado al pie de la letra y la iba a asustar de verdad. Pobre mamá. Una lástima, desde luego.
-Bueno, Bianca, un placer saber de tí. Me pasaré un día a saludarte por Santa Mónica así que no tires el móvil, ni lo vendas, ni nada, ¿eh? Me tengo que ir, mi madre está gritando.-Casi podía verla poniendo los ojos en blanco, en un gesto tan propio suyo.- Un día de estos acabo como tú, huyendo de casa.
-Sí, por favor, ven a verme.
-Adiós, que te vaya bien.-se despide.
-Adiós-susurro yo a mí vez y cuelgo.
Suspirando me levanto y me voy al baño del vagón.
Una mirada al espejo y veo que mi pelo está igual que siempre: negro azabache con ligeras ondulaciones a la altura de la cintura. Siempre he estado muy orgullosa de mi cabello. Los ojos un poco rojos por la falta de sueño en toda la noche, resaltan el color verde como una pradera en plena primavera de mis ojos, enmarcados por unas espesas y largas pestañas tan negras como mi pelo. Mi madre decía que los ojos los heredé de mi padre, ya que sus ojos son marrones y los de Max también. Mi piel blanca está aún más pálida que de costumbre y tengo los labios carnosos un poco agrietados. Mi pequeña nariz sigue como de costumbre, no va a cambiar. Me recojo el cabello en una trenza de espiga y me lavo la cara. Mucho mejor.
Cuando salgo del baño unos cuantos hombres se giran para verme y me siguen con la mirada mientras paso. Odio esa mirada de bobalicones que se les pone al ver a una chica guapa, parecen peces. Me escondo debajo de mi capucha negra, me pongo los enormes auriculares con la música a tope y me encierro en mi mundo mientras cierro los ojos. Cuando los abro, he llegado a mi destino. Santa Mónica de nuevo.

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