domingo, 14 de noviembre de 2010

Capítulo 3.Vuelvo a huir.

Y vuelvo al mismo punto de partida que hace 2 semanas. La estación de tren. Me dirijo a la taquilla y pido un billete de tren hacia Santa Mónica. El taquillero, un amable viejecito, me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Vaya, hacía mucho que no sonreía a nadie. No he tenido muchos motivos ultimamente. Me siento en un sofá marrón al lado del andén y cierro los ojos poco a poco esperando el tren que me llevará de nuevo a la huida. Son las 3 de la madrugada y no hay nadie en la estación aparte del taquillero. Suelto un bostezo cansada, no he dormido nada.
Un movimiento brusco a mi lado me despierta. Abro los ojos molesta y dirijo la mirada al causante del movimiento, un tipo grande y sucio que me da muy mala espina. Me mira lascivamente y se acerca a mí hasta que queda pegado a mi lado derecho.
-Hola preciosa- me susurra en el oido con un aliento enfermizo.
Como única respuesta le miro con asco y me aparto hasta dejar un considerable hueco entre nosotros. El muy idiota no se da por vencido y con una risita desdeñosa vuelve a la carga.
-¿Cómo te llamas, guapa?- vuelve a decirme mientras noto como me empieza a tocar la pierna. Aparto su mano con un guantazo que le hace reir aún más. De nuevo me toca la pierna y cuando le voy a golpear me retuerce la muñeca causándome un agudo dolor. A duras penas contengo un grito y le propino un puntapié en la espinilla que le hace soltar una maldición y agarrarme más fuerte. Con la mano que me queda libre le agarro el pelo grasiento estirándoselo hacia atrás hasta que me suelta. Una sensación horrible se ha apoderado de mi estómago, provocándome náuseas. Es el miedo. ¿Por qué nadie me ayuda? ¿Qué me va a hacer?
-Maldita zorra...-profiere mientras se acaricia el cabello. Me levanto rápidamente y me dirijo hacia las taquillas. El viejecito se da cuenta de lo que pretende ese tipo y saca una escopeta. ¿Una escopeta? Vaya con el viejo... El agresor se da cuenta de que lleva las de perder y da media vuelta hacia la salida. Solo cuando se ha ido me siento más tranquila. Todavía en estado de alerta le doy las gracias al taquillero, que me responde con una sonrisa y un cabeceo, y voy a esperar mi tren al sofá de nuevo. Ya no puedo dormir. Debería haber tomado clases de defensa personal cuando pude. Mierda. El ruido de un tren llegando a la estación me avisa de que es hora de partir. Recojo mi mochila que cayó al suelo durante la pelea, le dirijo una última mirada agradecida a mi salvador y me subo al tren hacia Santa Mónica. Hacia mi independencia, hacia mi libertad, hacia mi propio amanecer.

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