viernes, 12 de noviembre de 2010

Capítulo 1. Y todo empezó con una simple tontería.

-No quiero volver más por aquí. Lo siento.
Esas fueron mis últimas palabras antes de desaparecer. Conseguí al fin lo que quería: acabar con la rutina y con el control. Ya está. No puedo echarme atrás, no hay retorno. Simplemente por orgullo no volveré. Y seguramente me arrepentiré toda la vida de esta decisión que tomé sin pensarla siquiera. Soy demasiado impulsiva, me lo dice siempre mi madre. Y ahora que lo pienso, no sé nada de ella desde hace dos semanas. ¿Estará preocupada?¿Leyó mi nota? Decido levantarme del banco en el que estoy sentada desde hace un par de horas para dirigirme sin prisa hacia mi antigua casa. Mi antigua vida.
Antes vivía en una pequeña urbanización bonita de clase media-alta en la costa de California. Cuando decidí dejarlo todo atrás me fui a Santa Mónica sin más dinero que 50 dólares y una mochila al hombro con un poco de ropa. Estoy loca, lo sé ¿cómo se me ocurrió? Y así he acabado. Me paso los días en los bancos de los parques mirando a la gente y preguntándome a mí misma qué pasó. Miro la preciosa urbanización a la que antes llamaba "mi" urbanización. Hace unos días decidí volver a mi antigua ciudad como polizón en un bus, y me volveré a ir en un par de días. No sé ni para qué he venido. Debería haberme quedado en el motel de mala muerte donde me hospedo ultimamente.
Recorro las calles que tantas veces he recorrido a través de los años y miles de recuerdos de tiempos pasados se agolpan detrás de mis ojos en forma de lágrimas. Me paro un momento y me apoyo contra la pared mientras recupero la calma.
Lentamente reanudo la marcha hasta que llego al número 111 de la calle. Admiro una vez más el muro de ladrillos, el tejado oscuro y sobretodo ese jardín del que estaba tan orgullosa. Saco las llaves del bolsillo y abro la puerta del jardín. No tengo que preocuparme por mi familia, todavía es temprano, no estarán en casa. La puerta de la casa se abre igualmente con mis llaves. Bien, no han cambiado la cerradura. Me dirijo hacia la cocina que no ha cambiado para nada en estas 2 semanas para coger un paquete de galletas y chocolate y metermelos en la mochila que llevo al hombro. De ahí voy al salón donde me entretengo un rato mirando las fotos. Han tirado a la basura todas en las que aparecía yo. Típico de mi madre. Finjirá que no ha pasado nada para no ridiculizarse a sí misma. Pobre de ella, teniendo que convivir con una adolescente rebelde. Una sonrisa amarga se dibuja en mis labios a la vez que me alejo del salón. Subo las escaleras hasta el cuarto que mi madre y mi padrastro comparten. Todo con el mismo orden que a mi madre tanto le obsesiona. Ni una sola arruga en la colcha azul que cubre su cama, ni un papel fuera de su sitio en el escritorio... Me doy la vuelta para dirigirme al cuarto de mi maravilloso hermanito. Las tablas del parqué crujen al pasar.
Su cuarto limpio y ordenado como el de un monje. La única decoración es un poster de su equipo de fútbol. Su armario lleno de camisas recién planchadas, su estantería llena de trofeos de los que mi madre tanto se jacta. Abro un cajón y me encuentro con una foto de hace poco en la que aparecemos él y yo sonriendo a la cámara mientras me pasa un brazo por los hombros. Al menos alguien me hecha de menos..."Vaya mamá, no le tienes tan bien amaestrado como creias...". Me siento en su silla y casi me parece oir su voz diciéndome...
-Pero qué haces tú aquí?

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