viernes, 10 de diciembre de 2010

Capítulo 14. Al borde del abismo.

Esos ojos...¿Cómo he podido estar tan ciega? Debería haberlo sabido en cuanto le vi por primera vez.
-¿Papá?-pregunto con incredulidad. Él al final se da por vencido y asiente suspirando. Toda fuerza me abandona dejándome en una oscuridad cada vez más asfixiante. Me voy a desmayar. No me da tiempo a avisarlo y de repente todo se vuelve negro y ya no oigo a Christian, ni a mi padre, ni a los coches. Solo...oscuridad.

Recobro la consciencia una hora después oyendo voces.
-Sigo creyendo que deberíamos haberla llevado a un hospital, ya ha pasado una hora-dice una voz preocupada.
-Y yo te sigo diciendo que está perfectamente. Hace días que no come nada mínimamente sano y ha sufrido muchas emociones ultimamente. Esto ha podido con ella-ese es Christian. Reconocería su voz en cualquier parte.
Un olor dulzón hace que abra los ojos. Encima de mi se encuentran Christian y mi padre con un pañuelo mojado apoyándolo en mi nariz. Le pego un manotazo y me incorporo. Estoy tumbada en una cama de una habitación que no es ni de Christian ni mía.
-¿Qué narices hago aquí?- pregunto con brusquedad.
-Estás en mi casa-contesta mi padre.
Me levanto de la cama para salir por la puerta pero Christian me detiene agarrándome del brazo.
-Creo que deberías escuchar lo que te tiene que decir- me aconseja después de cruzar una mirada cómplice con mi padre. ¿Esque ahora conspiran contra mí? ¿De qué habrán hablado mientras yo estaba inconsciente? Desde luego no tengo ningunas ganas de escucharle, no me puede decir nada que justifique lo que hizo. Sin embargo decido quedarme por consejo de Christian.
-Te doy una oportunidad, una sola, para excusarte por abandonarnos- le digo con dureza enseñándole el dedo índice.
-Estoy enfermo.
Me siento en una silla. Christian se agacha junto a mí.
-¿Vas a volverte a desmayar?
Niego con la cabeza y me dirijo hacia mi padre:
-¿A qué te refieres con enfermo? A algo como la gripe o algo más grave.
-Me refiero a cáncer.
Cierro los ojos intentando asimilarlo todo.
-¿Cuánto tiempo llevas enfermo?
-12 años. Por eso creo que deberías escuchar toda la historia.
-Empieza, entonces.
-Me casé con tu madre hace 20 años. Esa historia ya la conoces. Un año después vino Max al mundo. Era tan bonito, tan tranquilo...creí que estaba en la plenitud de la felicidad, y entonces llegaste tú, con esa fuerza que te caracteriza, llorando a pleno pulmón. Entonces sí que fui feliz. Los años pasaron y cada día era mejor que el anterior. Pero entonces llegó el desastre. Cuando tú tenías 5 años y Max 7,  mi médico me diagnosticó cáncer de hígado. Era intratable, no se podía hacer nada. Me dió un año o dos como mucho. Yo no podía dejar que me vierais enfermo, que me vierais morir, asique lo organicé todo con tu madre para venirme a vivir a Santa Mónica. Ella no quería dejarme ir pero yo la prometí volver un par de veces al mes y ella me enseñaría fotos vuestras y así podría veros crecer de alguna forma. En una de esas reuniones tú nos viste. ¿Lo recuerdas?
Y entonces lo recuerdo. El hombre del motel, era él. Mi madre no engañaba a su marido. Nunca lo hizo. No quería que lo dijese en casa porque Max no lo aguantaría.
-Entonces, mamá...¿no le engañaba?
Él suelta una gran carcajada.
-¿De verdad creiste eso?
-Estaba en un motel de noche con un hombre, ¿qué querías que pensara? ¿El capullo lo sabe?
-¿El capullo? - pregunta confundido
-Sí, su marido. Es insoportable. Se creía mi padre.
-Sí, sí lo sabía. Era bastante comprensivo, la verdad. Quizás intentaba ser tu padre, ayudarte.
-No necesitaba otro padre- refunfuño.-¿Creiste mejor alternativa huir?-continuo.
-Era menor el dolor por el abandono que el dolor por la muerte. Estaríais tan enfadados conmigo que no os importaría tanto.
-¿Y por qué Santa Mónica?
-A lo mejor no lo recuerdas pero hace muchos años vinimos todos juntos aquí. Lo recuerdo como uno de los mejores días de mi vida. Tenías una mirada soñadora y risueña. Me sonreías y el mundo entero parecía brillar.
-Sí. Lo recuerdo. Es uno de los pocos recuerdos que tengo tuyos.
-¿Y por qué elegiste tú Santa Mónica cuando huiste de casa?
Asique mamá se lo ha contado. Me encojo de hombros.
-No lo sé. Quizás el subconsciente influyó. O fue el destino.
Christian ha estado toda la conversación sentado en el sofá escuchando con la mirada perdida.
-¿Sabe mamá que estoy aquí? Aunque dudo que le importe.
-Sí que lo sabe, y le importa.
-No es cierto. Solo le importan las murmuraciones de los vecinos- vuelve mi voz llena de rencor.
-Tu madre solo quiere que seais felices. Se casó para daros un padre y no quería que los vecinos hablasen para que vosotros pudieseis llevar una vida tranquila. Dijo que estabas en Francia por Max. No quería que le hiciesen preguntas, que circulasen rumores.
-Deberías verle. Explicarselo todo, no puedes dejar las cosas así. Él es un gran chico.
-Lo sé.
Y entonces me levanto de la silla y le abrazo. Un abrazo cargado de perdón, de arrepentimiento. Y entonces le hago la pregunta que me lleva reconcomiendo desde que me dijo lo del cáncer:
-¿Cuánto tiempo te queda?
-Un par de meses- suspira.
Y pegada a su hombro las lágrimas empiezan de nuevo. ¿Esque nada va bien ya? Menuda mierda de vida. Encuentro a mi padre para volverlo a perder.
Él me aparta con suavidad de su hombro para observarme mejor.
-Mírate. Estás hecha toda una mujer. En las fotos eres preciosa, pero nada comparado con la realidad.- Yo sonrío un poco más tranquila.- 17 años ya...como pasa el tiempo...-murmura pasándose una mano por el oscuro cabello.
Nos quedamos en silencio hasta que Christian habla:
-Bianca, son las diez.
-¿Dónde te hospedas?- Me pregunta mi padre.
-En un motel no muy lejos.
Abre los ojos asustado.
-Ese no es un buen lugar. ¿No podrías buscar un hotel más decente?
-Podría vivir...¿aquí? ¿Contigo?- le pregunto con timidez.
-Bianca, me encantaría, de verdad, pero no quiero que me veas morir. Ni siquiera deberías conocer mi enfermedad.
-Pero yo quiero estar a tu lado, no quiero que mueras solo.
-No podrías soportarlo.
-Es más fuerte de lo que usted cree- interviene Christian.
Después de meditar unos minutos, mi padre acepta.
-Está bien. No puedo dejar que sigas viviendo en un motel.
Le abrazo contenta.
-Mañana vendré con mis cosas. Hoy ya es tarde, deberíamos irnos ya.

Cuando nos despedimos inicio el camino al motel con Christian a mi lado.
-Gracias- le digo.- Por lo de antes, me refiero. Por decirle a mi padre que soy fuerte.
Él asiente y sigue con la cabeza gacha.
-¿En qué piensas?-pregunto. Él por fin me mira y responde:
-En mi padre. Creo que voy a ir a cenar con él este domingo.
-¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
-Quiero cabrearle y además hacerle ver que estoy bien sin él.
No puedo decirle nada, al fin y al cabo yo soy una experta en venganzas. Pero eso es propio de mí, mis emociones me pueden, sin embargo resulta extraño en Christian, siempre tan tranquilo y mesurado.
-¿En qué habías pensado?
-Necesito tu ayuda.
Eso me extraña aún más. ¿Pretende robarle la cartera?
-¿Podrías hacerte pasar por mi novia?
Y yo que creía que no podía sorprenderme más.
-¿Qué hay de tus múltiples novias? te resultaría más fácil con alguna de ellas, ¿no?-le sugiero recordando todas las chicas con las que le he visto desde que le conozco.
-No lo creo. Seguramente más de una se me tiraría al cuello por pasar la noche con ella y no volverla a llamar.
No puedo evitar soltar una carcajada.
-Te ayudaré. ¿Qué tengo que hacer?
-Improvisar. Hacer todo lo que les cabrearía a tus padres.
-Eso es fácil. Llevo 12 años practicando.
Cuando llegamos al motel me despido de Christian y me dirijo a mi habitación con la llave en la mano. Estoy en la puerta y de la nada surge un tipo grande lleno de tatuajes y con una coleta castaña sucia que le llega por los hombros.
-Hola, reina- me saluda acercándose-¿ya te vas a dormir?
Le tengo muy cerca y puedo oler su asqueroso aliento que apesta a alcohol.
-Piérdete- le escupo. Intento aparentar una seguridad que no siento en absoluto. Tengo la mano temblando y no consigo abrir la puerta. Mierda. Ábrete.
De repente una mano sucia me toca la espalda desnuda y se empieza a meter bajo mi camiseta. Suelto la llave y le meto un manotazo.
-No me toques- murmuro entre dientes. Él se empieza a reir espasmódicamente con una risa que me recuerda a un burro.
Me agarra del brazo y se acerca peligrosamente a mí. Le suelto una patada en la espinilla que le hace chillar de dolor. Cuando me vuelve a mirar ya no hay rastro de burla en su cara, solo odio. Le he cabreado de verdad. Me agarra más fuerte del brazo produciéndome un agudo dolor y me coloca contra la barandilla, al borde. Me va a matar. Adiós Christian, adiós papá, adiós Max, adiós mamá...

No hay comentarios:

Publicar un comentario