domingo, 5 de diciembre de 2010

Capítulo 8. Las clases.

Me dirijo al hotel de Christian por enésima vez desde que decidí unirme a él hace dos semanas. Allí me imparte unas clases muy diferentes a las que tenía en mi antigua vida: carterismo. No puedo decir que Christian sea un mal maestro, no lo es, pero a su lado me cuesta tanto concentrarme...
Hoy seguimos la misma rutina de siempre: entrenamos en una habitación del hotel especialmente reservada para Christian con algún que otro soborno por su parte, donde hay un muñeco colocado en el centro, una especie de maniquí en el que se encuentran enganchadas múltiples campanillas débiles y sensibles, que al mínimo roce producen un ruido infernal. El ejercicio consiste en extraerle el monedero que se encuentra en el bolsillo posterior sin que suenen las campanillas. En estas dos semanas no lo he conseguido ni una sola vez, cosa que me produce cierta frustración, mientras que Christian es todo un experto en este sucio arte, y eso solo contribuye a aumentar mi irritación.
Christian se aloja en un lujoso hotel cerca del muelle, en el que no se priva de nada.  No le he preguntado de donde ha sacado el dinero para cubrir todos sus gastos, pero me figuro que de los beneficios del carterismo.
Eso me hizo pensar en mi hermano, que jamás habría aprobado mi nuevo estilo de vida. Él siempre tan honrado, amable y bueno... Y le echo tanto de menos, a él y a su irritante perfección. También pensé en mi madre, en porqué se volvió así; en mi padre y cómo nos abandonó; y sobretodo en mí. No por egocentrismo, sencillamente intentando comprender un poco más las razones de porqué soy así, y si fueron los hechos pasados los que me hicieron cambiar. Quizás si las cosas hubiesen acontecido de otra manera mi vida no sería igual. Quién sabe. Pero no se está tan mal, al final. Se puede decir que hasta me lo estoy pasando bien.
-Bianca, concéntrate- dice Christian sacándome de mis reflexiones. Suelto un suspiro cansado. Una y otra vez intento sacar la cartera, y una y otra vez suenan las campanillas.
-Con más suavidad...-dice mientras posa su mano sobre la mía para guiarme.- así, con el índice y el pulgar.
El corazón me late a mil por hora. Le tengo tan cerca que puedo sentir su aliento acariciándome el cuello. "Concentración, Bianca, concentración. Respira hondo."
Y poco a poco saco la cartera con la mano temblando. No se oye ni una campanilla.
-Bien hecho- me felicita sonriéndome. Me giro y me encuentro con que sigue cerca, sin apartarse. Nos miramos a los ojos en silencio, y de pronto me siento culpable. Tony. Me aparto y me alejo de él lo más posible.
-He estado pensando...dime, ¿sabes pelear? -me pregunta.
-¿Pelear? ¿Para qué?
-Si te pillan debes saber defenderte.
Y entonces me acuerdo del tipo de la estación. Me estremezco y tuerzo el gesto inconscientemente. Sí, no me vendría mal aprender a defenderme.
-Enséñame. - digo con resolución. Sonríe con aprobación y sale por la puerta. Le sigo hasta el ascensor. Pulsa el botón  "-1" y bajamos lentamente. Cuando las puertas vuelven a abrirse me encuentro con un enorme gimnasio con cintas de correr, pesas, colchonetas y monitores esculturales que levantan 30 kilos sin apenas esfuerzo. Christian se acerca a uno de los armarios que levanta pesas y le dice algo al oido. Éste deja caer los 30 kilos de hierro y se dirige a una habitación a nuestra derecha. Se asoma por la puerta y nos hace un gesto para entrar. Christian entra y yo le sigo mientras se despide del armario con un  movimiento de cabeza. En la habitación solo hay un saco enorme lleno de arena rojo que cuelga del techo. Deben de dejar entrenar a Christian aquí. Un instante después vuelve el armario con un chándal entre las manos, lo deja en el suelo y sale de nuevo.
-Eso es para ti, póntelo. - me dice Christian señalándo el montón de ropa.
-¿Dónde hay un vestuario?
-En ninguna parte. Póntelo aquí mismo.
-Date la vuelta- le ordeno con vergüenza. Me obedece con una sonrisa burlona. Me quito la ropa y me pongo el chándal rápidamente sin dejar de vigilarle.
-Ya está.
Se da la vuelta y me da un repaso de arriba a bajo, sonriendo seguidamente.
-De acuerdo, empecemos. Veamos como golpeas.
Y se coloca detrás del saco. Lo golpeo con fuerza pero casi no consigo ni que se mueva.
-Vamos, más fuerte.
-Ya lo hago.
-De acuerdo, para. Piensa. Piensa en todas esas veces en las que te sentiste humillada, débil e indefensa. En esa persona que te abandonó. En todas esas cosas que te ponen furiosa. En las injusticias del mundo. En esa persona que creiste tu amiga y te traicionó. En todas esas veces que quisiste defenderte contra alguien y sencillamente no pudiste.
Y pegué. Pegué con todas mis fuerzas. Por el cerdo de la estación, que me humilló y me hizo sentir vulnerable; por mi padre, que me abandonó haciéndome sentir inútil; por mi madre que me hizo sentir degradada todos y cada uno de los días que pasé con ella. Y sobretodo por mí, por todas las cosas que jamás podré recuperar: la infancia, la inocencia, la ignorancia y mi padre.
-vaya, vale, calma...- me tranquiliza Christian.- ¿Te has cabreado eh?
Suelto una carcajada para liberar un poco la tensión. Y acto seguido me derrumbo en el suelo. Todas las fuerzas que me impulsaban dos minutos atrás me abandonan ahora. Christian se sienta a mi lado con las piernas estiradas y me pregunta:
-¿Qué te paso?
Y yo me preparo para la vuelta al pasado, a los recuerdos, y empiezo a narrarle la historia de mi vida, todo lo que me llevó directa a esta situación...

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