jueves, 17 de marzo de 2011

Capítulo 32. Alcohol.

Acaba el funeral y sin despedirme de nadie, salgo corriendo a casa. Me pongo a llorar en la cama mientras saco una botella de Jack Daniels que tenía escondida debajo de la cama, en mi mochila. No quería ver todos esos rostros hablándome de mi padre, sintiendo lástima por mí.
Echo un trago a la botella y dejo el líquido resbalar por mi garganta. A cada trago voy sintiéndome más ligera, más despreocupada. Me quito los tacones negros, que me hacen daño. Mi sobrio vestido negro de gasa, por encima de la rodilla, está perfectamente liso, con un cuello en pico con el exterior de encaje que me llega por debajo de la clavícula. En la espalda es igual, dejando ver un triángulo de piel. Tiene el tirante ancho y un cordel que lo aprieta en la cintura. Y lo aborrezco. Por ser tan bonito y que mi padre ya no lo pueda ver.
Me deshago el moño bajo que me había hecho mi madre con gran esmero esa mañana. Los dos mechones sueltos que me había rizado en perfectos tirabuzones ya están lisos y despeinados.
La puerta se abre y entra Christian en la habitación. Tiene cara preocupada, pero yo sigo tirada en la cama.
-¿Qué te crees que estás haciendo?- Me quita la botella de un tirón, sin darme tiempo a reaccionar.
-Olvidar.- Me levanto para quitársela pero eleva el brazo por encima de la cabeza y no puedo alcanzarla.
-Di mejor joderte la vida.- Me detiene con un solo brazo y me derrumbo sobre él. Borracha, deprimida, sin saber bien lo que hago. Estoy en un estado en el que de haberme caido un elefante encima, ni me hubiese enterado. Sé que mis mejillas ya están mojadas, pero ni siquiera las noto. Mis pies descalzos sobre el suelo frio están entumecidos y no me doy cuenta, hace rato que dejé de sentir cualquier miembro de mi cuerpo, aparte de la botella, que ha acabado por convertirse en una alargación de mi brazo.
Él no dice nada, se limita a pasarme la mano por el pelo en un gesto tranquilizador.
-No te hundas-me pide con la intención de calmarme.
-No puedo seguir. Ya no me queda nada.
-¿Nada? ¿Y tu madre? ¿Y Max?... ¿Y yo?
Me echo a llorar de nuevo.
-¿Qué voy a hacer ahora? ¿Volver a mi antigua vida y fingir que nada ocurrió? Mi vida entera ha cambiado.
-No tienes que fingir, ni que olvidar, sencillamente seguir adelante, para que cuando recuerdes a tu padre seas capaz de sonreir en vez de llorar.
-Me quedaban tantas cosas por contarle...
-¿Y por qué no se las vas a contar? Ese collar te lo dió él, ¿no es eso? Es como si de alguna manera él fuese ese collar. Dices que no está, pero en realidad te está viendo, y sé que está muy orgulloso de ti.
Me hace sonreir.
-Tira la botella. Me repugna el alcohol- le digo. Emborracharse no soluciona nada.
Tira el líquido por el desagüe de la cocina y el envase a la basura. Me da un vaso de agua y esperamos a que se me pase un poco los efectos del Jack Daniels. A la media hora ya estoy completamente sobria. Nos sentamos los dos juntos en el sofá del salón. Una idea se me empieza a formar en la cabeza, y antes de meditarla ni nada, la suelto:
-¿Por qué no venís Billy y tú a Malibú con nosotros? Podrías empezar de cero, ir al  instituto y todo eso.
-Ya he alquilado una casa allí.
-¿Cuándo?- Me ha pillado totalmente por sorpresa.
-Hace un par de días. Hablé con Max y con tu madre y me dijeron de irnos a vivir con vosotros, pero decidí alquilar una casa. Billy podrá ir al colegio y yo podré encaminarme hacia nuevas metas.- ¿Y por qué a mí nadie me dice nada? Ni Max ni mi madre lo habían mencionado.
-¿Qué tipo de metas habías pensado?- le pregunto, sin embargo.
-Voy a dejar el carterismo. Fue emocionante mientras duró, pero había pensado en algo más noble.
-Nunca olvidaré mi etapa como carterista- le digo con una sonrisa.-¿De qué se trata tu nuevo proyecto?
-Una fundación para alcoholicos y jóvenes huérfanos y de barrios marginales.
-Me parece muy loable por tu parte. Me gustaría ser voluntaria.
-He pensado que así alguien más aprenderá de mis errores- explica encogiéndose de hombros.
-¿Qué tal van las cosas con tu padre?
Se encoge otra vez de hombros:
-Bastante bien. Ha cambiado de verdad. Me ha hecho creer en las segundas oportunidades. En el tema del error y del amor.
Suelto una risa sarcástica y Christian me mira. Me encojo de hombros yo, esta vez.
-No creo en el amor. Quiero decir, que creo que existe y todo eso, pero no me creo eso que dicen de que el amor venza siempre contra todo. No confío en el amor. Y no confiar es lo mismo más o menos que no creer. Así que no creo en el amor.
-El amor solo vence cuando uno se esfuerza por ello. No puedes quedarte toda tu vida esperando a que las cosas ocurran así, sin más. Tienes que actuar.
-El amor es un asco- concluyo tumbándome en el sofá y apoyando mi cabeza en el regazo de Christian. Él asiente, dándome la razón.
-Pero, a veces, sólo tienes que darle una oportunidad al amor- susurra tan bajito que me cuesta oirle. Voy a preguntarle que qué quiere decir con eso, cuando la puerta se abre y aparecen Max y mi madre.

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