jueves, 17 de marzo de 2011

Capítulo 30. El collar.

-Bianca, acércate.- Mi padre se ha vuelto a despertar. Son las 9 de la noche y Max se ha ido a casa a dormir con Meredith, que se ha quedado de invitada en mi habitación.
-¿Qué sucede? ¿Llamo a la enfermera?-me acerco asustada al botón de la cabecera de la cama.
-No, no. Quería darte algo.- Más tranquila me siento con suavidad en el borde de su cama. Se saca del bolsillo de la camisa, que cuelga de una silla al lado de su cama, una pequeña cadena de plata y me la tiende.-¿Lo recuerdas?
Me lo quedo mirando. Es una fina cadena de pequeños eslabones, de la que pende una pequeña mariposa.
Una imagen aparece en mi cabeza. En ella estoy yo a punto de subirme en la noria de Santa Mónica, tendiéndole mi collar a papá.
-No demasiado. Te lo di antes de subir a la noria, ¿no?
Asiente con la cabeza.
-Te dije que la noria estaba muy alta. Tú te quitaste el collar del cuello y me lo tendiste. Me dijiste que mientras lo llevase me protegería.
Sonrio. Mientras habla se me va formando un recuerdo en la mente, pero cada vez que intento verlo más nítidamente se me escapa entre los dedos. Como en la playa cuando intentas mantener un puñado de arena encerrado en tu puño y se va por los resquicios de tus dedos. Las caras están borrosas y no puedo distinguirlas.
»Quiero que lo tengas tú. Me ha protegido todos estos años y ahora te toca el turno. Cuando yo no esté...
Me coloca el collar en la mano y me cierra el puño. Una lágrima se me escapa del ojo. Quiero decirle que no hace falta, que él estará ahí para protegerme, que no se va a ir. Pero como ya dije he acabado con las ilusiones.
-Gracias- musito con la voz temblorosa. Le doy un abrazo mientras lloro en su hombro. Viene una enfermera y le coloca otra dosis de morfina. Me froto los ojos intentando hacer desaparecer las lágrimas de mi rostro. Cuando pasa la enfermera, me acaricia la espalda con afecto y una mirada de comprensión. Lejos de tranquilizarme, me agobia verla vestida de blanco y con el paso apresurado que caracteriza a todo el personal sanitario. Pero como sé que lo hace con buena intención, le devuelvo una sonrisa forzada que se parece más a la sonrisa del Joker que a otra cosa.
He acabado por acostumbrarme al olor a desinfectante y algodón que se respira en el hospital. A los ruidos de megafonía y de enfermos arrastrando los pies por los pasillos. Ahora no imagino unas paredes que no sean del color blanco inmaculado y de efecto sedante de esta habitación. Y aún así no he superado mi pánico a los hospitales. Como siempre, traen malas noticias.
Me pregunto qué tal estarán Max y Meredith. Tengo un buen presentimiento acerca de ellos. Antes de irse, Meredith me estuvo hablando del instituto, de las clases. A lo mejor Christian me podría ayudar a recuperar el año. Luego le preguntaré cuando venga a verme.
En la puerta aparece mi madre. Me da un abrazo y se va al lado de la cama de papá. Tiene el rostro preocupado, sabe que no le queda mucho tiempo. Está dormido, pero no parece tranquilo. Como si estuviese teniendo una pesadilla o un dolor horrible. A veces deseo que acabe ya su sufrimiento, que no le quiero ver retorcerse de dolor. Y aún así sé que no puedo hacerme ni una idea aproximada de por lo que está pasando. Otras veces deseo que se quede más tiempo. Y sé que es un pensamiento egoista, y me odio por ello, pero ahora que he aprendido a vivir con él no quiero tener que olvidarlo.
Aprieto el collar fuerte contra mi pecho, rogándole que me dé fuerzas para aguantarlo. Me lo cuelgo al cuello para tenerlo cerca de mi corazón. Está frio contra mi piel, pero a pesar de todo es una sensación agradable.
-Bianca...- Mi madre se sienta a mi lado y me acaricia la espalda. Me seco las lágrimas con la manga del jersey.
-¿Por qué él, mamá? No se lo merece.- Sé que no es algo que decida uno, eso de morir, y supongo que en cierto modo le estoy reprochando a la vida lo que está sucediendo. Le formulo la pregunta a mi madre pero es un medio para decírselo al universo, para que me dé una razón con sentido por la que merezca sufrir de esta manera.
-Porque le ha tocado. A mí también me gustaría que no hubiese sido él. Pero no puedo hacer nada. Me gusta pensar que esperó a estar en paz para irse. En paz contigo, con Max, conmigo e incluso consigo mismo.
-Ya estaba en paz consigo mismo. Es la persona más serena y equilibrada que jamás conoceré.
Mi madre niega con la cabeza.
-No se puede estar en paz consigo mismo sin estar en paz con los demás.
¿Qué pasa, que en mi familia son todos sabios menos yo?
-Me gustaría haber sabido aprovechar más todos estos años con él en vez de haberle odiado.
Hay tantas cosas que me reprocho, wue me gustaría cambiar. Para empezar lo de mi padre y para terminar lo de Amy y Tony. Me pregunto como les estará llendo en estos momentos. Nunca debí haberme juntado con esa gente.
-Lo hecho, hecho está- concluye mi madre. Nos quedamos diez minutos en silencio hasta que recibe una llamada al móvil. Se va fuera de la habitación a hablar y vuelve media hora después para agarrar sus cosas, darme un beso e irse corriendo.
Yo me tumbo en el sofá y me quedo dormida. Para volver a soñar, como tantas otras veces, con la desgracia que está a punto de ocurrir.

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