jueves, 17 de marzo de 2011

Capítulo 31. Adiós.

-Lo siento mucho- me dice otra persona vestida de negro. Asiento y le doy las gracias educadamente aunque ni siquiera sé quién es. Todas me parecen iguales. Personas ataviadas en negro que me apoyan una mano en el hombro y se creen que pueden sentir lo que siento yo ahora. «Te acompaño en el sentimiento», me dicen. ¿Qué van a saber de lo que siento? No tienen ni idea.
A lo mejor estoy siendo demasiado dura. Sé que lo hacen con la mejor intención, pero no aguanto sus miradas de compasión. Me dirijo a los asientos de primera fila de la capilla. Christian se sienta a mi lado y me aprieta la mano. Me infunde un valor que me hace realmente falta. Le doy las gracias con una sonrisa.
La ceremonia empieza. El sacerdote nos consuela diciéndonos que está con Dios, que es feliz. No quiero escucharle. él nisiquiera le conocía, ¿cómo puede hablar de él? Dirijo mi mirada al suelo y recuerdo los últimos momentos que viví con él. Hablamos sobre todo, desde deportes hasta el sentido de la vida. Le recordaba minutos antes de morir. Tenía en el rostro tal expresión de profunda agonía, que me hizo desear poder compartirla con él, cargar con ese peso si así podía aliviarle. Al final soltó su último aliento, rodeado por mi madre, Max y yo.
Cierro los ojos con fuerza y me concentro en la toga del sacerdote para evitar soltar una lágrima. Me muerdo el carrillo, produciéndome sangre. Christian vuelve a apretar mi mano, que no ha soltado en ningún momento.
Aunque mi padre sacaría siempre una lección de todo esto, un significado. Pienso en ello. Y en que, aunque ya no esté, siento como si me hubiese dejado una sensación por dentro. De cambio, pero para bien. Me siento extraña, diferente, como que este es un momento significativo. Me acarician el hombro y me señalan el micrófono de la capilla. Ahora tengo que salir a dar un discurso que a lo mejor debería haberme preparado. Qué más da, improvisaré.
-Momentos como estos son los que realmente te hacen pensar. Pensar en si la vida es tan efímera y breve, ¿por qué perdemos tanto tiempo? Con esos pensamientos insustanciales que no paran de dar vueltas en tu cabeza, con esas tonterías que te lleva días olvidar y te impiden vivir. Pensar en si realmente todo esto sirve para algo, si a largo plazo habrá aunque sea una pequeña cosa por la que merezca la pena luchar hasta el final.
Noticias como estas son las que te cambian de verdad. Las que te abren los ojos y te susurran maliciosas que no todo es color rosa. Y aunque creas que puedes ponerte en la piel del protagonista y sus personajes secundarios, sabes que en realidad no has llegado a sentir ni por una milésima de segundo lo que pasan ellos en estos momentos. Parece increíble que haya que competir con tantos antagonistas cuando nadie nos advirtió, cuando se nos enseñó que solo había un enemigo y el bueno siempre ganaba.
Y ahora que has abierto los ojos lo único que deseas es volver a cerrarlos. Cerrarlos con todas tus fuerzas y fingir que nada de esto ha pasado, repetirte que tu vida sigue siendo feliz y que nada va mal. Pero aún dormida sabes que todo es real, que el cuento se acabó, que empieza un nuevo capítulo en la historia y que ya nada volverá a ser como antes. Puedes pelear, discutir, negarte a perder, pero los momentos vividos ya no se recuperarán jamás.
Acontecimientos como estos son los que marcan un antes y un después en tu existencia. Te dejan una marca, en mayor o menor grado, pero te la dejan igual. Y por mucho que intentes olvidar, esa huella seguirá ahí recordándotelo todo. Aunque, a veces, la clave no es olvidar, sino aprender a vivir con ello.
Sucesos como estos son los que crean un minuto de silencio en el mundo entero, los que borran sonrisas y apagan chispas en el alma. Son los que tapan las luces de los sitios más acogedores y siembran frio en el verano, encendiendo luces en las mentes más inhóspitas. Al oirlo un escalofrío recorre tu cuerpo y se te congela el corazón. Por un minuto no sabes qué decir y solo puedes agachar la cabeza con pesar.
Y ahora lo ves todo oscuro, las lágrimas no te dejan ver la luz. Piensas que jamás saldrás adelante, que el mundo se ha vuelto gris e injusto. Creas una muralla a tu alrededor mientras sufres solo, pensando que nadie lo entenderá, que no saben lo que es... Pero no te desanimes. Es posible que nunca lo superes, que el dolor sea demasiado grande, pero ten fe. Porque en algún momento algo te hará sonreir un poco, solo una pequeña elevación de las comisuras de los labios, pero ya es un comienzo. Vivirás con el recuerdo, lo sé, volverás a vivir ese oscuro momento, que jamás debió ocurrir, todos los días, cuando duermas y creas que estás segura, todas las imágenes recorreran tus párpados. Pero cuando te levantes por la mañana verás que el sol sigue brillando, por detrás de la nubes sí, pero está ahí.
En vez de darte por vencida aprenderás una valiosa lección: y es que la vida no dura casi, que se te va entre los dedos como la arena de la playa con un roce del viento, pero que no por ello debes desanimarte. Tienes que aprender a bailar como un grano de arena contra el viento, viviendo. Y no te arrepentirás jamás, porque te irás sabiendo que nada de lo que hiciste fue en balde, que de una manera u otra todo te llevó al mismo punto. Un punto feliz.- Finalizo casi en un susurro. La capilla entera me mira por detrás de una cortina de lágrimas. Me quedo un instante ahí, parada, mirándoles a todos. Hasta que suelto el micrófono y corro a mi sitio. Mi madre me abraza.
"Y me pregunto dónde estará mi punto feliz, o si existirá siquiera", añado en mi mente.

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