martes, 1 de febrero de 2011

Capítulo 20. Libertad.

-Y aquí está. 4 cilindros, 6 velocidades y 108 cavallos de pura potencia- me explica orgulloso a la mañana siguiente. Después de hablar un rato más decidimos ir a dormir y planear mañana eso del viaje en moto que no me acaba de convencer.
-No está nada mal-silbo.-Pero esperaba una Vespa, como la que tenía Tony.
-Las Vespas son de chicas y maricones. Cualquier hombre que se precie tiene una de estas.- Señala su Honda negra. Dinámica, oscura, rápida. Como si se alimentase de la noche, la moto reluce oscura. Elegante y desenfadada a un mismo tiempo. Recorrida por venas de metal que respiran con cada latido de Christian, como si fuesen uno. A la legua se puede ver la admiración de Christian hacia su vehículo, cuando acaricia el sillín de cuero negro. Contrastan enormemente, pero cuando Christian se sube a la moto, es como si formasen una sola cosa. Ella, con su aspecto demoniaco y atrayente, ronronea suave al ponerse en marcha. Él, con el físico de un ángel, se concentra en su alma gemela. Me tiende un casco rojo y me señala el sillín detrás de él para que monte.
-¿Tú no llevas casco?
-No lo necesito-dice con chulería.
-Prepotente-replico mientras suelta una suave carcajada que noto por el temblar de sus hombros. Gira el manillar de la moto lentamente, arrancándola suavemente y haciéndola subir de velocidad paulatinamente. Me aprieto contra su espalda con fuerza, mientras siento mi pelo viajar detrás de mí como una estela oscura. Dejamos atrás el garaje de su hotel y pasamos veloces al lado de la playa. Puedo ver el bonito paisaje pasar velozmente delante de mis ojos, como una película de vivos colores puesta a cámara rápida. Y cuando estoy ya extasiada de contemplarlo, cierro los ojos y extiendo los brazos a ambos lados de mi cuerpo, para alzar el vuelo en el momento más inesperado. Sonrio. Sonrio de verdad y no para intentar convencerme a mí misma, ni para hacer creer a los demás que estoy bien. Sonrio porque quiero, porque me apetece y lo necesito, porque... Porque por una vez me siento libre y tengo a alguien con quien compartirlo. Alguien que me hace sentir segura, que se ha sentado en el otro extremo del balancín y me ha hecho quitar los pies del suelo. Christian me ha dado la mano y me ha ido sacando lentamente del fondo del pozo de mi corazón.
Siento que la moto frena y abro los ojos. Estamos delante del muelle, puedo ver la noria girando, orgullosa y altiva, contemplando la ciudad desde lo alto. Como un gigante enorme y orondo, que me trae recuerdos felices. Christian baja de la moto y yo le sigo quitándome el casco.
-¿A dónde vamos?-pregunto con curiosidad.
-Ya verás...-comienza de nuevo el misterio. -Cierra los ojos. -Le obedezco y le cojo de la mano para que me guie.
Debo admitir que siempre me atrajo lo misterioso, y que siguiendo a Christian por la playa mi cabeza raya en la locura. Empiezo a divagar entre mil sitios a los que podría estar llevándome. Me lo imagino como una mezcla de una de las  películas de Hitchcock que solía ver con Max, y una comedia romántica muy al estilo de Audrey Hepburn, como las que le gustaban tanto a Meredith.
Siento como mis pies tocan el agua del mar y pego un brinco hacia atrás, por el contraste de mi piel caliente y el agua helada. Noto la mano de Christian temblar mientras rie suavemente, pero mantengo los ojos cerrados. De pronto nos paramos y unos brazos me elevan en volandas. Reprimo un grito de sorpresa, confiando en que sea Christian, aún sin abrir los ojos. Menos de dos minutos después vuelvo a poner los pies sobre el suelo.
-Abre los ojos- me ordena Christian con suavidad al oido. Le siento a mi espalda, a menos de dos centímetros de mi cuerpo y mi pulso se dispara. Hago lo que me dice y me encuentro en una cueva de piedra.
-¿Dónde estamos?
-Al lado de la playa, en una gruta que encontré en mi primer paseo al lado del mar. Te presento mi refugio secreto.-Le noto un tanto avergonzado, como si fuese la primera a la que enseña esto. ¿Soy la primera? Oh Dios mio, ¡soy la primera! Camino por la cueva, pasando la mano por las paredes de piedra.
-Estuve muchos días por aquí y ni siquiera me fijé en ella... Supongo que tenía otras cosas en mente.-Pienso en esa temporada en que los impulsos eran los dictadores de mi mente. Sacudo la cabeza reprochándomelo por enésima vez, y me giro hacia él- ¿Nadie sabe que existe?
-Sólo tú y yo- contesta con una sonrisa pícara. Le devuelvo la sonrisa. Y entonces me pongo a hablar, a hablarle de cosas que jamás le he dicho a nadie. Pensamientos que han poblado mi mente en los últimos días. Mientras hablo no puedo mirarle a la cara, asique me giro hacia una pared y me quedo observándola, mientras todos mis pensamientos se transforman en palabras.
-Supongo que no la vi porque no veía el mundo real. Solo veía lo que quería ver. Me hacía la mártir, la heroína desdichada en una obra demasiado real. Cuando los problemas empezaban yo huia por la puerta trasera del escenario, rezando porque no me viesen. Estaba cansada de esa niña de 7 años que componía una sonrisa al espejo, autoconvenciéndose de que todo iba bien, que ella se podía valer por sí misma. Dejé de sonreir, de vivir, me escondí en un mundo de desgracias porque me hacía sentir mejor pensar que era el mundo el que iba mal y no que era yo. Al fin y al cabo solo soy una simple niña perdida más con mis absurdas manías que debo respetar, mi intuición que me avisa de peligros inexistentes y mi juicio que falla más que una escopeta de feria. Por no mencionar que soy un completo desastre. Mi habitación está casi tan desordenada como mi cabeza, es una perfecta representación de mi mundo. Con un cofre guardado a cal y canto al fondo de mi escritorio. Soy realmente despistada, nunca recuerdo donde dejo las cosas. Y lo peor de todo, es que no sé lo que quiero. Que para mí el mundo es un laberinto sin salida y yo no llevo brújula ni mapa. Que el futuro solo es una luz lejana al final del túnel, y solo resulta ser el faro de un tren. Y el pasado es tan solo un fantasma que me susurra mis errores al oido sin cesar. Por eso vivo continuamente en el presente, intentando encontrar un lugar que me pertenezca. Perdida, como ya te he dicho... Pero no por eso única, ¿sabes? Me creía diferente tan solo porque sentía que no pertenecía a este mundo, y en mi profundo egocentrismo, no me di cuenta de que mucha otra gente se siente igual...
Poco a poco he ido agachando la cabeza, pero sigo agarrada a la pared, que me impide caer al suelo. Él se acerca por detrás y me sostiene rodeándome con sus brazos. Tengo miedo de volver a llorar como cada vez que me abraza, y girándome me agarro a él desesperadamente. Le cojo de la camiseta azul, atrayéndolo hacia mí con ansia, solo para quedarme así. Porque sencillamente me hace sentir bien saber que no voy a caer más, que ahora tengo a alguien que me sostenga y me enseñe la luz en mis peores días. Porque por fin he encontrado eso que perdí: la cordura en la locura, el equilibrio, esa parte que me faltaba y que no sabía qué era. Por fin...
-En realidad, no esperaba que abandonases el lado oscuro tan pronto...-me insinúa.
-¿A qué te refieres?- pregunto recelosa.
-Hay un pequeño asuntillo para el que necesito tu ayuda. ¿Recuerdas esa historia de mi padre?


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