sábado, 5 de febrero de 2011

Capítulo 23. Todo bien... ¿durante cuánto tiempo?

Los días pasan y yo cada día me siento más dichosa y más triste a partes iguales.
Mi padre ha vuelto a casa, pero le noto más delgado y débil. Mi madre sin embargo, regresó a casa con Max y con el capullo... Ya no-capullo.
 Paso los días con mi padre hablando, riendo, meditando o simplemente en silencio. Absorbo cada una de sus sabias palabras para que me sirvan de reserva y guía cuando él ya no esté. Realmente me había olvidado de lo que era vivir...
Me habla sobre cuanto nos echaba de menos, y lo ansioso que estaba de ver a mi madre cada mes para que le contase todos nuestros avances. Me cuenta que mamá estaba desesperada conmigo, que se creía una mala madre y que pensaba en qué era lo que podría haber hecho mal. Yo agacho la cabeza en esos momentos y me disculpo por haber sido tan egoísta. Él sin embargo, me dice que no debo pedir disculpas, que mi arrepiento muestra el gran corazón que tengo. Me cuenta también que cuando descubrió su cáncer decidió venir aquí, pero que después de ahorrar unos años se puso a viajar y ha recorrido media Europa. Dice que cuando estaba en Alemania, viendo el muro de Berlín, se dió cuenta de algo en lo que jamás se había fijado: «la vida es breve, hija mía, disfrútala sin miedo, porque habrá cosas que te hagan daño y cosas que sean indoloras, pero siempre, siempre, vas a aprender de ella. Quién no arriesga no gana, ¿no es eso? No dejes nunca de jugar por miedo a perder. No vayas por el camino fácil y sin piedras, porque las enseñanzas se encuentran en el otro, y cuando llegues al final te darás cuenta de que la satisfacción es mucho mayor cuando hay errores durante el camino. Vive, cielo mio, vive y aprende.» Mis ojos se llenan de lágrimas que no voy a dejar desbordar mientras pregunto:
-¿Tú has vivido, papá? ¿Has aprendido?
Él asiente y contesta:
-Todo me lo habéis enseñado vosotros.
No aguanto más. Mis lágrimas desbordan pero aguanto con la mirada al frente, escuchándole. Le oigo decir que siempre recordará los años junto a nosotros como los años más felices de su vida, y me agarra la mano con fuerza. Entre lágrimas sonrio, pensando en la vida que ha llevado mi padre a pesar del cáncer. Y sé que morirá feliz, sabiendo que no deja nada pendiente aquí en la Tierra.
Entonces es cuando llegan las 7 de la tarde y mi padre se va a dormir, exhausto. En esos momentos yo aprovecho para irme hasta el hotel de Christian y planificar como vendrá mi hermano hasta Santa Mónica. Ahí empieza la eterna discusión.
-Puedo ir perfectamente a buscarlo en moto-razona él.
-Max les tiene auténtico pavor a las motos. No se montará ni loco.
-Algún día tenía que superar ese miedo-se encoge de hombros.
-Le iré a buscar en tren.
-Perderás horas en ir en tren.
-¿Y cuánto tardarás tú en moto?- replico voraz.
-Mucho menos. De todos modos, ¿qué importa? Todo tiempo es escaso para ir en mi Honda-sonrie mientras le da unos golpecitos al sillín.
-Pero Max no aguantará más de una hora ahí.
-Entonces tardaremos 59 minutos. Ya está. Solucionado.- me sonrie con picardía sin admitir réplicas. Acabo por dejarlo y darle la razón. Es cierto que perdería mucho tiempo y dinero yendo en tren, y mucho más si seguimos discutiendo. Poniendo los ojos en blanco me subo a la moto y me pongo el casco. Christian me mira, preguntándose qué estoy haciendo.
-¿Esque no me vas a llevar a dar una vuelta? Te creerás que he venido aquí para nada...
Sonriendo se sube delante mio y arranca la moto. Me agarro a su cazadora de cuero y cierro los ojos automáticamente. Siento como pasa el tiempo a la vez que vamos dejando las edificaciones atrás. Pego mi mejilla a su espalda y abro un poco los ojos para disfrutar del paisaje que alcanzan a ver mis ojos.
Christian frena la moto poco a poco en un callejón de la ciudad. Me empieza a entrar el miedo. Las calles están sucias, sin apenas iluminación, estrechas y apestando a un olor nauseabundo, no me transmiten ninguna confianza. Una persona se dirige hacia el fondo del callejón tambaleándose, borracho.
-¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí?-El agobio se me nota en la voz, que tiembla y sube una octava. Christian me mira con tranquilidad mientras alza una ceja en un gesto realmente sexy.
-¿Esque ya no confias en mí?- Está claro que confío en él pero este sitio...- ¿Has cenado ya?
De acuerdo, solo me va a invitar a cenar, no hay que alarmarse.
Cálmate, Bianca, todo está bien. Nos dirigimos hacia un callejón estrecho donde un par de locales sucios compiten por la clientela. Yo sigo a Christian hacia una puerta sobre la que cuelga un maltrecho cartel que dicta "Boulevard". La letra "d" está fundida, y a medio camino hacia el suelo. Christian empuja la desvencijada puerta y se aparta con una sonrisa pícara para dejarme pasar. Una vieja música country se instala en mis oidos, y una algarabía desordenada de sofás rojos se extiende ante mis ojos. Es como si un gigante hubiese tirado multitud de sofás sin ton ni son, descuidadamente. En una esquina un poco más oscura hay una mesa de billar y una diana sobre la que un hombre barbudo proyecta dardos sin conseguir dar en el centro.
Pasamos entre las mesas, mientras veo por el rabillo del ojo como Christian saluda con un leve cabeceo al camarero. ¿Cuántas veces habrá estado aquí antes? Sin demora, el camarero y creo que también propietario del bar se acerca.
-¡Muchacho! ¿Dónde te has metido en estos últimos meses?-Puedo distinguir en su voz un acento sureño, de Oklahoma diría yo.
-Ya me conoces, de un lado a otro.- El propietario se rasca la incipiente barba gris con una mano mientras que con la otra le aprieta el hombro a Christian. Es un leve contacto en el que se puede ver toda la confianza que los une. Christian le sonrie enseñándole todos los dientes, y en la mirada guarda un halo de misterio. Me fijo un poco más en el propietario, intentando adivinar de qué se conocen. Tiene el pelo gris rapado, se cubre la oronda barriga con una camisa de cuadros, y posee una incipiente barba que no para de acariciar. Seguramente tenga un nombre como propietario-Bob o algo por el estilo.
Y entonces llega el peor momento de la noche. Notando mi mirada sobre él se gira hacia mí, con un nuevo brillo de interés reluciendo en sus ojos metálicos.
-¿Hoy traes acompañante?-le dice a Christian. Y girándose hacia mí me susurra:- Entonces deberías sentirte afortunada.
Y con esa última frase que dará vueltas en mi cabeza en los próximos días, se marcha.
-Explícame eso que ha dicho...-le ordeno inmediatamente. Sé que aunque propietario-Bob lo haya susurrado, es imposible que algo se le pase por alto a Christian.
-¿Qué hay que explicar? Estás con un tio genial, ergo eres afortunada-sonrie bromeando.
-Uummm...-murmuro sin convencimiento. E inclinándome hacia él le digo- Confiesa: ¿A cuántas has traido aquí?
Tiene un brazo apoyado detrás de la silla con pasividad, mientras juguetea con unas llaves. Y me mira largamente quemándome con sus ojos de hielo.
-¿En cifras?.- Asiento esperando una respuesta, pero él sigue mirándome. Hasta que al fin contesta:- Cero.
-¿Cero? Debo admitir que esperaba algo como "a todas" que serían unas 50.
Suelta una carcajada y niega con la cabeza.
-Este es mi sitio privado. Un mal lugar que me ha acogido durante años, independientemente de mis actos. Traer a una chica aquí sería como darle a tu enemigo los planos de tu arma.
-¿Estás insinuando que no soy una chica o que me estás dando los planos de tu arma?
-Ninguna de las dos cosas. A lo que me refiero es que nunca traería aquí a una chica de la que mañana no me acordaré porque sería abrirle una parte de mi mundo a una persona que no lo entendería. Quizá por eso te ha dicho Hugh que eres afortunada, porque eres diferente.
No especial ni rara, solo... diferente. Christian acaba de expresar absolutamente todo lo que he sentido en estos años.
Así que propietario-Bob se llama en realidad Hugh... Jamás lo hubiese imaginado.
-¿De qué conoces a Hugh?
Christian se encoge de hombros.
-Me proporcionaba los libros suficientes para poder seguir estudiando.
-¿Estudiando? Creo que te saltaste ese capítulo de tu historia...-le digo recelosa.
-Un capítulo aburrido que te contaré después de cenar.- Mira por encima de mi hombro, y cuando me giro para ver qué está mirando, me encuentro a Hugh trayéndonos unas bebidas y unas hamburguesas.
-Vodka con limón para la señorita y una Coca-cola para el muchacho- dice con su acento nasal.
Deja la comida encima de la mesa y se aleja mientras le damos las gracias.
-¿Cómo estás tan seguro de que me gusta el vodka y la hamburguesa?-le pregunto.
-El vodka es por que lo pediste cenando con mis padres y la hamburguesa es imposible que no te guste, esta no.- Me doy cuenta de que ha dicho "mis padres" y no "mi padre y su esposa", lo que significa que les ha aceptado de verdad de nuevo.
Le doy un mordisco a la hamburguesa y me doy cuenta de que tiene razón, está deliciosa.
-Ummm...De acuerdo, es la mejor que he probado en mi vida.- Me enseña todos los dientes antes de empezar él con su cena.-Tú pediste una cerveza en la cena y hoy has pedido una Coca-cola. ¿No bebes?
Niega con la cabeza:
-Nunca. De los errores se aprende, incluso de los que no son tuyos.
Ahora lo dice con tranquilidad, sin dejar traslucir ninguna emoción, igual que antes, pero a pesar de todo sin rencor. Yo me como la hamburguesa como puedo, chorreante de ketchup, mostaza y mayonesa. Él la come igual que yo pero sin mancharse ni siquiera las comisuras de la boca. ¿Cómo lo hace?
Acabamos de cenar y Christian va a pagar la cuenta, pero Hugh le impide sacarse la cartera del bolsillo diciéndole:
-Hoy os invito yo. Por los viejos tiempos.- Le da una palmada en el hombro y me guiña un ojo con soltura.
-¿Billar?- Dice escueto Christian, mientras Hugh se aleja, señalando la mesa vacía. Me encojo de hombros y camino hacia ella. Christian agarra un palo y me lanza otro con profesionalidad, colocando después las bolas.
-Empiezas tú. Pero, ¿qué te parece si apostamos algo? Así tendrá mucha más gracia, créeme- dice persuasivo. No tengo miedo de perder así que acepto.-Si ganas tú...¿qué quieres?
-Me enseñarás a conducir tu Honda.-Me sonrie asintiendo.-¿Y tú?
-Ya lo decidiré.
Coloco la bola blanca y me inclino hacia el palo guiñando un ojo, con confianza. Dos bolas a la esquina derecha y una a la izquierda. Christian suelta un silbido.
-No se te da mal... ¿Dónde aprendiste?
-En los bares de mala muerte que solía frecuentar. Siempre ganaba.
Después de otro turno sin conseguir nada (parece que el tiempo me ha pasado factura), le toca a él. Tira pasándose el palo por la espalda con chulería, y yo me rio pensando que no dará ninguna. Imaginad mi sorpresa cuando mete cuatro bolas en una esquina y tres en otra. Quedan 15 bolas, entre ellas el número 8, el 5, el 2, el 10, y el 15.
-¿Quieres cancelar la apuesta?- Me pregunta riendo.
-Nunca. Voy a ganar.- Todavía puedo conseguirlo.- ¿Y si gana el que meta el número 8?-propongo, aumentando la emoción.
-¿Por qué no?
Pongo el palo rozando la bola blanca. Saco levemente la lengua pensando que me dará más suerte. Echo el palo un poco para atrás y lo muevo hacia delante con brusquedad. La bola blanca golpea a la número 8, que se dirige a la esquina izquierda con lentitud. Ya estoy cantando victoria cuando me doy cuenta de que la bola ha rebotado a un milímetro del agujero y se ha ido lejos de él. ¿Cómo es posible tener tan mala suerte? Con una risita Christian se coloca y apunta hacia la bola blanca, pero hacia el sentido contrario que donde se encuentra el número 8. ¿Qué está haciendo? Comprendo lo que pretende al ver la bola blanca salir disparada hacia un extremo de la mesa, rebotar y golpear la bola 8, que se mete en el agujero.
-¿Dónde narices has aprendido tú?-pregunto estupefacta, todavía con la mirada clavada en el agujero por donde ha desaparecido el 8.
-Aquí mismo, preciosa.- Y añade en un susurro acercándose:- Y por si se te había olvidado, he ganado y me debes un deseo.
Nos acercamos a la mesa donde hemos cenado y recojo mis cosas, preparándonos para marcharnos. Mientras salgo por la puerta, Christian se queda hablando con Hugh, agradeciéndole por enésima vez la cena. Y en un gran acto se dan un abrazo que no deja de ser muy viril. Me alcanza en la puerta y ninguno menciona nada de lo ocurrido. Creo que es hora de que me explique la parte de la historia que se saltó.

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