miércoles, 2 de febrero de 2011

Capítulo 22. Poker Face.

Caminamos por la calle en silencio. Christian y yo. Cada uno piensa en sus respectivos padres y ninguno se atreve a expresarlo en voz alta. No hay necesidad de decirle al viento cosas que nuestros silencios ya rebelan. Con un suspiro Christian se pasa la mano por el pelo y rompe el momento con 4 simples palabras:
-¿Te hace un poker?
Esto me deja perpleja de verdad. ¿A qué viene esa idea? Me fijo en que su mano señala algo que cuelga por encima de su cabeza. Un cartel luminoso en letras rojas parpadeantes que se presenta como «Casino Las Vegas». "Verdaderamente original" pienso con ironía. Seguramente dentro aguarda un tugurio maloliente lleno de hombres borrachos. Me encojo de hombros y le sigo dentro del local.
Al contrario de mis expectativas, el "tugurio maloliente" es en realidad un lujoso casino de verdad con máquinas tragaperras, ruletas y naipes. Y los "hombres borrachos" resultan ser caballeros con smokin. Nunca había estado en un casino de verdad, pero en algunas fiestas acostumbrábamos a jugar a juegos de este estilo. Debo admitir, no sin cierto orgullo, que yo era bastante buena. Gracias a semejantes entretenimientos mis pertenencias aumentaron un poco. No solíamos apostar dinero sino ropa, relojes, collares... Gracias a semejantes entretenimientos mis pertenencias aumentaron un poco. Pero no era demasiado difícil ganar con la mitad de los jugadores borrachos, colocados, o ambas cosas a un tiempo.
Christian se dirige directo hacia una mesa en la que un señor reparte piezas y cartas a diestro y siniestro. Mi acompañante demuestra su galantería apartándome una silla para que me siente mientras él se sienta justo enfrente en la mesa. Esto se parece extrañamente a una película de James Bond, y no me desagrada en absoluto. Los sonidos de las máquinas tragaperras constituyen la banda sonora del casino, en un concierto de sonidos metálicos.
Los demás jugadores se van sentando uno por uno en la mesa pero yo ni siquiera me fijo en ellos, mis ojos solo pueden mirar a Christian. Que me devuelve la mirada con los ojos azules desafiantes, retándome a apostar. Se reparten las cartas y su cara se transforma en una máscara de piedra que no deja entrever ninguna emoción. Recuerdo como se jugaba, como se ganaba. Debería observar a los demás, analizar sus posturas, pero apartar ahora la mirada de él sería el mayor pecado cometible. No hace ningún gesto delator mientras mueve sus fichas. Y me doy cuenta de que aunque entrar en el juego fue fácil, salir de él no lo será tanto. Supongo que el poker es como la droga: están los adictos, los que se arruinan, los juegos ilegales, y sobretodo, que por apostar por ello te quedas sin nada.
Los jugadores se retiran lentamente, y yo sigo con la mirada en el mismo punto. Desvio la vista de Christian solo para mirar los naipes que se encuentran entre mis largos dedos. Escalera de corazones con un nueve, una sota, un caballo y un rey. Sonrio hacia mí, felicitándome por mis jugadas. Le miro, desafiándole a luchar. Coloco las cartas sobre la mesa de una vez por todas, enseñándole las 4 cartas que estoy segura me harán ganar. Él, taimado, coloca las suyas despacio.
No lo puedo creer. Poker de ases.
Despacio dejo caer mis cartas, rindiéndome. Desde el principio debería haber sabido que contra él nada tenía que hacer. Yo siempre fui buena jugadora, pero él es mejor. Y debí tener más cuidado, porque en esta partida aposté mi corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario