miércoles, 9 de febrero de 2011

Capítulo 24. Fighter.

-Y aquí es.
Estamos ante un maltrecho edificio de las afueras de la ciudad. Abandonado e inclinado hacia el suelo, en un vano intento por sentarse a descansar. Como una mole cuadrada y sucia que recuerda a una alcantarilla en forma edificada. ¿Cómo pudo vivir aquí? Este sitio es apestoso y lleno de mala gente que mira la moto al pasar, deseando robarla para sacar algún dinerillo sucio que gastarán seguramente en drogas.  Me señala su antiguo apartamento, encima de una bolera que no luce desde años atrás, rota por las peleas y la falta de dinero. Me fijo en el suelo de las calles. Agujas que contuvieron una vez Hachís yacen en la acera a la espera de un yonki al que transmitirle el sida. Sombreros rotos llenos de manchas de color rojo decoran algunas esquinas, y carteles que imploraban una misericordia que ninguno estuvo cerca de sentir, descansan en medio de la carretera.
-¿Cuántos años pasaste aquí?
-Por suerte solo uno.- Me echa una rápida ojeada.- No me tengas lástima, podría haber sido mucho peor. Podría no haber salido nunca de este antro.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal. De haber sido así, ¿cómo sería ahora? Quizá ni siquiera estaría vivo para contarlo. Lo que significa que yo tampoco estaría viva.
Christian le dirige una mirada amenazadora a un hombre zarrapastroso que pasa demasiado cerca de su preciada Honda. El vagabundo agacha la mirada y acelera el paso, alejándose. Christian me mira con tranquilidad, pero yo ya he visto lo que acaba de hacer y me parece extraño.
-Inspiras respeto por aquí. Apuesto a que de haber venido yo sola ya me hubiesen dado una paliza y robado la moto.
-Seguramente- me confirma en vez de tranquilizarme.
-¿Es que te tienen miedo?
-Más bien respeto. ¿Dónde crees que aprendí a luchar?-No me deja oportunidad de contestar y continúa:- en sitios como este solo tienes dos opciones: aprender rápido o morir. Es ley de vida. Tuve que salir adelante, arriesgar mi propia integridad física y casi mi vida para no acabar muerto en el asfalto como tantos otros. Jamás me gustó la violencia y sigue sin gustarme. Y no por cobardía, sencillamente porque creo que es la alternativa desesperada de las bestias que no saben solucionar las cosas a base de simples palabras. Pero si de ello depende una vida, ya sea la mia o de otra persona indefensa, no me importa pasar a los puños -me mira en ese momento y sé que los dos estamos recordando la noche en que ese bruto del hotel me atacó. Pero también recuerdo ese beso que vino a continuación y tengo que mirar para otro lado. Él sigue mirándome intensamente, clavando los dos hielos de su cara en mí, pero me es imposible adivinar lo que cruza por su mente.-Aprendí a luchar por mi cuenta. Me metía en peleas y ahí estaba yo solo contra seis. Después de acabar tres meses seguidos inconsciente en un portal mugriento, aprendí que la rabia solo me hacía más vulnerable, que tenía que controlarme. Gracias a esa lección aprendí a pelear y mejoré mi técnica de robo, y ese fue mi billete de salida de este sitio.
Le pongo una mano en el hombro, recordándole que ahora todo va bien, que estoy con él. Y decido cambiar de tema pues este es muy oscuro.
-Antes me has dicho que seguiste estudiando. ¿No te fuiste del colegio?
-Sí que me fui. Una vez que me marché de casa de mi padre dejé toda mi vida atrás, incluyendo el instituto. Pero no quería acabar como un ignorante, así que intenté conseguir libros robándolos, y me pillaron. La primera y última vez que alguien me pilló. Dos matones de metro noventa me dieron una paliza casi mortal, y en esas estaba cuando Hugh me encontró. Espantó a los matones y me llevó a su bar, donde me curó las heridas y me preguntó que había sucedido. Yo le conté la historia, poniendo como excusa que solo quería estudiar. Y él, tan generoso, se ofreció para proporcionarme los libros que me hiciesen falta. Hugh me salvó la vida, se convirtió en casi un padre para mí...
Una sonrisa vuelve a iluminarle la cara, al pensar que al menos la bondad todavía no se ha erradicado del todo en este mundo.
-El bar donde hemos cenado fue mi segunda casa durante todos estos años. Hacía meses que no iba por ahí... Hugh me enseñó a tirar dardos, a jugar al billar y por desgracia, todos los artistas de música Country que han existido jamás.- Suelta una risa divertida y yo recuerdo la música de fondo que sonaba mientras cenábamos.- Pero luego decidí irme después de un año. Las peleas eran cada vez más frecuentes, la bolera era el punto de reunión de las peores bandas de la ciudad, y empezaron a atacar con pistolas. Nunca he temido por mi propia vida, en realidad. Después de lo que pasó con mi padre, sentía que no valía nada. Pero después de acumular una bonita cantidad de dinero robado, la buena vida se me antojó bastante atractiva. Y ya llevo dos años viviendo en el hotel.
-¿No vas a volver con tu padre?
-No. No, creo que no. Estoy bien solo, la independencia es lo mejor que me podía pasar. No estoy preparado para una nueva madre. La que tuve fue suficiente.
Miro el reloj y me doy cuenta de que ya son las 11 de la noche, y que me caigo del sueño.
-Creo que deberíamos volver-digo soltando un bostezo, con el que juraría que Christian me ha visto hasta la campanilla.
-¿Qué hora es?
-Las 11. Perfecta hora para dormir.
Noto como sus hombros se tensan y su mandíbula se contrae.
-Sí, deberíamos irnos.
-¿Qué sucede?
-Este sitio no es un buen lugar de noche. Ni siquiera de día, pero es mucho peor de noche. A las 11 es cuando realmente comienzan los problemas, y no quiero que te veas envuelta en ninguno.
Me agarra del brazo y nos subimos a la moto corriendo. Me pongo el casco rojo mientras él arranca. Estamos saliendo de la calle a toda velocidad, cuando una banda de chicos vestidos de negro nos sale al paso.
Christian frena la moto bruscamente, en lateral,  a menos de 50 centímetros de ellos. El que parece el jefe de todos, que se encuentra en el centro, un chico de pelo grasiento moreno que le cae por la altura de las orejas, y los ojos negros y vacíos de toda emoción, mira a Christian. Poco a poco se le va formando una sonrisita desdeñosa en los finos labios.
-¿Bici nueva, Christian?- Y girándose hacia mí, recorriéndome con la mirada, añade:- ¿O mejor chica nueva?
Miro a Christian y descubro un destello de reconocimiento en sus ojos. Como siempre, no deja traslucir nada, pero no creo que esté muy contento de verle.
-Ojalá pudiese decirte a ti "cerebro nuevo", pero veo que sigues siendo igual de gilipollas que como te recordaba- replica a su vez Christian. La sonrisa de la cara del chico se borra y compone una mueca de odio.
Y es entonces cuando de verdad tengo miedo. Miedo porque hemos encontrado problemas, y porque como me desaconsejó Christian, yo estoy en medio.

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