sábado, 29 de enero de 2011

Capítulo 19. Un cigarro y un anillo.

Abro los ojos. Mi primera visión es un anillo de onix en mi mano derecha que Tony me regaló cuando cumplimos seis meses. El reloj de la pared marca las tres de la mañana. Intento volver a cerrar los ojos pero no puedo dormir, tras mis párpados se suceden las imágenes del día, como en un resumen de un telediario lleno de dolor. ¿Qué sucede ultimamente? Por cada día bueno tengo dos malos. Dicen que las cosas malas que le suceden a uno son por algo. Como una especie de castigo enviado desde el universo para demostrarme que las malas acciones solo traen peores consecuencias. Yo nunca crei en estas cosas, "asuntos de viejos supersticiosos", decía desdeñosamente. Hoy el universo me ha demostrado que me equivocaba, como en tantas otras cosas.
Después de 12 años realizando malas acciones, he conseguido asegurarme un bonito puesto en la lista negra del universo. El primer puesto, me atrevería a decir, dada mi situación actual. Como en una cadena oscura, infernal, la suerte me ha ido enviando desastres cada vez más devastadores. Christian, Amy, Tony… mi padre. Pero yo siempre fui muy cabezota y no voy a dejarle llevar la razón, sencillamente porque admitirme a la cara mi error, sería igual a darme por vencida, y yo me prometí, hace ya muchos años, no dejar nunca de luchar, y ahora es tarde para echarse atrás. A veces un pensamiento oscuro cruza veloz mi mente, recordándome que no fui buena en el pasado y que jamás podré mejorar, que soy un caso perdido. Pero también se dice que arrepentirse es el primer paso, y yo ya lo he dado. Supongo que el segundo es la disculpa, así que debo reunir el valor suficiente para dejar mi orgullo atrás y agachar la cabeza. Siempre se me dió mejor huir de mis errores, darles la espalda y finjir que no existían, pero ahora que me he prometido cambiar, eso debe acabar.
Salgo de la cama y me dirijo a la azotea del inmueble con un paquete de cigarros y un mechero en la mano. Con el pijama compuesto por unos pantalones cortos y una camiseta todavía más pequeña, noto como el viento nocturno me azota en la cara y revuelve mis oscuros cabellos. Me enciendo el cigarro, tapándolo con la mano para que el viento no lo apague. Expulso el aire lentamente con un suspiro, disfrutando del mal vicio que consigue aliviar un poco mis nervios.
No temo por que mis padres me pillen, a papá todavía no le han dado el alta y mamá se ha quedado allí, acompañándole. Yo supliqué quedarme, pero me enviaron a casa sin miramientos, alegando que una niña no debería dormir en un hospital. «Tampoco en un motel lleno de hombres sucios y ebrios» pienso con amargura. Es tarde para volver a ser una niña, he tenido la dosis suficiente de sufrimiento para madurar. Y aunque no lo quieran decir en voz alta, yo sé que a cada segundo que pasa, el cáncer hace caer más y más los polvos del reloj de arena que es la vida de mi padre. Otra vez al borde de las lágrimas, parpadeo rápido para que no se escapen. Debo de tener una pinta desastrosa, con la pintura corrida a causa de los largos lloros contra la almohada, y el pelo revuelto por las sábanas. ¿Qué pensaría Tony si me viese así? ¿Y Christian? Un escalofrío me recorre al pensar en él, pero me vuelvo a autoengañar, achacándolo a un soplo de viento.
Le empiezo a dar vueltas al oscuro anillo. Cuando Tony me lo regaló, le extrañó que me lo pusiese en el dedo anular de la mano derecha en vez de la izquierda. No le expliqué que ponérselo en la mano izquierda significaba compromiso, y que era una manera de expresar mi renuencia a las ataduras. Y ahora que sé la verdad, no me arrepiento de haberlo colocado donde no debía en un principio. En un movimiento totalmente pasional, me quito el anillo del dedo y me acerco al borde de la azotea. Me siento libre, flotando en el abismo. Pero, a diferencia de como yo pensaba, la libertad no es tan dulce. No sin alguien que la disfrute contigo.
Sujeto el anillo entre el índice y el pulgar, y antes de contar tres, lo tiro. Puedo ver como cae rapidamente, acabando con todos los recuerdos de Tony, en el mismo instante en que toca el suelo. Sin el anillo me siento más ligera, como si me hubiese deshecho de una pesada carga que llevaba a cuestas en el alma. Adiós Tony, no te recordaré ya más.
Y Christian... Decido no pensar en él para no hacer sufrir aún más a mi pobre corazón.
El cigarro se consume y saco otro del paquete. Giro la piedra del mechero pero se niega a funcionar. Joder. De repente, sale una mano con un mechero de la nada. Pego un brinco y un grito estúpido, llevándome un buen susto al descubrir que no estoy sola. Me giro y me encuentro a menos de quince centímetros de Christian, que me enciende el cigarro y el corazón al mismo tiempo.
-¿Cómo sabías dónde estaba?- le pregunto a modo de saludo, fingiendo indiferencia, cuando lo único que deseo es lanzarme a sus brazos, decirle lo mucho que le quiero y que por favor me corresponda.
-Me enteré de lo de tu padre y vine a verte. Al ver tu cama vacía supuse que estarías aquí arriba, tomando el aire. Una estúpida corazonada que ha resultado ser certera. ¿Qué tal estás?- pregunta suavemente mientras le paso un cigarro. Le prende fuego y le da una lenta calada. Coge el cigarro exactamente igual que James Dean, con esa pose de chulo que tanto me gusta. No le mires. Mi corazón late aún más rápido y me asusta que se pueda salir de mi pecho. Y no puedo negar que le quiero, que significa algo para mí y que estoy deseando llenar el espacio que nos separa. Y me duele quererle tanto y saber que no me corresponde.
Yo me encojo de hombros, decidida a no llorar delante de él. Christian me agarra del brazo y sin previo aviso, me abraza con fuerza, transmitiéndome así todo su apoyo. Y aunque hago esfuerzos sobrenaturales por no soltar una lágrima, acabo rindiéndome y empapándole el hombro. Lloro por todo lo perdido y lo que en breve perderé. Lloro por haber sido tan tonta. Lloro por él y por mí, por el amor que nunca le confesaré. Lloro por Amy y Tony, que los perdí poco a poco sin quererlo. Lloro por mi madre, que tuvo que sobrellevar la situación ella sola. Por Max, que vive en la ignorancia. Y mi padre, que cayó en manos de un mal amigo, que le está robando lentamente la vida, alejándolo de mi lado.
Christian me acaricia la espalda, sin decir una palabra, dejando que me desahogue. Cuando por fin me calmo, le miro preguntándome porqué al verle la barrera que había construido a prueba de todo se ha desmoronado.
-Lo siento. Esa chica...- esta vez me callo y le dejo continuar. Se pasa la mano libre del cigarrillo por el pelo. Está realmente guapo.- esa chica no significa nada. Seguramente no te importe, pero tenía que explicártelo. Cuando la viste salir de mi habitación fue porque la eché. Y al verte a ti me quedé realmente sorprendido. Sé lo que debiste de pensar, pero no era lo que tú imaginaste. ¿Qué venías a decirme?
Asíque esa chica... Una sonrisa me ilumina la cara, con nuevas esperanzas. No pasó nada, a lo mejor nuestro beso si que significó algo para él...
Le explico que he visto a mi madre, que me ha perdonado y que me siento muy avergonzada de lo que hice. Le cuento lo que le ha sucedido a mi padre mientras yo estaba en la calle, pero no le digo que estaba llorando por él cuando se desmayó. Christian se encuentra ahora apoyado en el muro de ladrillo que rodea la puerta de la azotea. Tiene la espalda contra la pared, y las piernas un poco avanzadas, con pasividad. Mira para abajo reflexionando sobre lo que le voy contando, y cuando acabo, mirándome fijamente, me pregunta:
-¿Qué harás con Max?
Como de costumbre, me pilla por sorpresa y no sé qué contestar.
-Pues...pues...-repito pensando. ¿Debería ir a buscarle? No puede vivir en la ignorancia, al menos deberían darle la oportunidad de despedirse.-Le voy a ir a buscar.
-¿Cómo?
-En tren, supongo. Están de vacaciones en Harvard, asique supongo que estará en casa.
-¿En tren? Tengo una idea mejor...- dice misteriosamente.

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