viernes, 7 de enero de 2011

Capítulo 17. Dirty Sexy Money.

-Bianca...¿qué tal la mudanza?-pregunta pálido. Mierda, mierda, mierda, mierda...No tengo ni idea de como reaccionar. Estoy dolida, para él el beso no ha significado absolutamente nada. Soy una estúpida por haberme planteado siquiera por un instante que había sentido lo mismo que yo. Dormimos juntos, sí, ¿y qué?, ha dormido con muchas más y no por eso son especiales. Siempre me hago ilusiones demasiado rápido y así acaban, destrozadas contra el suelo. Casi las puedo oir romperse ahora mismo, como un cristal hecho añicos.
-De maravilla-respondo secamente. No puedo fingir que estoy bien. No puedo sonreir, no puedo mirarle a los ojos... Por más que lo inetente, no puedo actuar como que no me ha importado en absoluto ver a esa chica salir de su habitación.
-Oye, mira, esa chica...
-No me tienes porqué dar explicaciones- le corto con dureza. Y acto seguido me doy la vuelta y sigo el camino de la chica rubia. Él viene detrás, llamándome. No me digno a girarme y sigo andando al borde de las lágrimas. ¿Pero qué me pasa? En estos días no paro de llorar, y antes no lloraba nunca. Cuando veo que está a punto de alcanzarme empiezo a correr, dejándole atrás. No quiero que me diga nada, no quiero que me dé explicaciones que seguramente sean mentiras. No quiero que me abrace, ni que me hable con esa voz suya, porque sé que no podré aguantar y lloraré, y me convencerá de que todo está bien cuando en realidad absolutamente nada está bien.
Cuando estoy segura de estar lo suficientemente lejos, me paro en la esquina de un callejón sucio y me pongo a llorar. Mis pies no me sostienen, me agacho, rodeando las piernas con los brazos, y apoyo las cabeza en las rodillas. Seré tonta. ¿Qué esperaba? ¿Que me jurase amor eterno? Maldita sea. Pero tengo que seguir adelante, por mi padre, por mi madre, por Max.
Me pongo en pie decidida, me seco las lágrimas con la manga del jersey y me hago una promesa: no volver a llorar por un hombre. No merecen la pena. No voy a dejar que me hundan. Ya no tengo porqué volver a ver a Christian, ahora que tengo a mis padres no necesito el dinero que me proporciona el carterismo. Pero no me siento tan feliz como debería ante ese pensamiento. ¿A quién quiero engañar? Me gusta, mucho. Y quiero verle siempre. Al despertar, al irme a dormir... Basta. Se acabó. Estoy perfectamente sola. No necesito un hombre que me haga sufrir. "Viva la soltería" pienso sin mucho entusiasmo. A partir de ahora en los únicos hombres en los que voy a pensar van a ser en mi padre y en mi hermano.
Me dirijo a casa con lentitud, pensando en Max. ¿Qué tal estará en Harvard? ¿Corriéndose un montón de juergas en una hermandad? Sonrio ante esa perspectiva. Imposible. Conociéndole como le conozco, puedo poner la mano en el fuego a que se tira el día encerrado en su habitación estudiando. Estudiar...¿qué haré ahora yo? ¿Volveré al instituto? Qué haré cuando papá... me horroriza la idea de perderle ahora que le acabo de recuperar. A lo mejor el cáncer se retrasa hasta... ¿hasta cuando? Otra vez haciéndome ilusiones. Debo ser más realista. El cáncer no se retrasará así que tengo que aprovechar estos últimos meses o semanas al máximo.
Llego a casa y no hay nadie. ¿Dónde están papá y mamá? Les llamo a voces, avisándoles de que he llegado pero nadie contesta. Bueno, habrán salido a dar un paseo. Con un bostezo me acurruco en el sofá y empiezo a ver "Dirty Sexy Money". En la media hora que estoy viendo el capítulo me olvido totalmente del mundo real. Ojalá pudiese ser como ellos, que con dinero todo lo arreglan. Quizás de haber tenido su dinero, ahora podría pagarle a mi padre un médico experto en cáncer de Alemania, que le curase. Quizás de tener su dinero podría alejarme de Christian todo lo que pudiese. Quizás de haber tenido su dinero esta historia jamás habría comenzado...
El teléfono me devuelve al mundo real. Con pereza me levanto preguntándome quién llamará. ¿Algún amigo de papá? Lo dudo. No creo que se haya hecho muchos amigos aquí. No porque no sea simpático si no porque debe estar tan concentrado en su cáncer que no se ha molestado en hacer amistades. Seguramente sea publicidad. Descuelgo el teléfono con la intención de decirle que se puede meter sus productos por donde le quepan, cuando oigo la voz de mi madre, chillona por la preocupación, decirme:
-¿Bianca? Estamos en el hospital, quédate en casa, ¿de acuerdo?
-¿Qué se os ha perdido en...?- Y entonces caigo en la cuenta. Papá... Mi mano se queda sin fuerzas para sostener el teléfono, que rebota contra el suelo. No, no...

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